Contra las dos Españas

En el prólogo de A Sangre y Fuego. Héroes, bestias y mártires de España, Manuel Chaves Nogales consigue eclipsar los nueve relatos que contiene la obra que prologa. Su propio libro. Ese prólogo es un desgarro lúcido y sereno, un legado de compromiso político con la libertad e independencia personal del que nos conviene tomar nota. Y recordar. Porque hoy, aunque suene desconcertante, su descripción de la España que derivó en enfrentamiento civil es un necesario recordatorio de la estupidez humana y de la capacidad colonizadora del totalitarismo. Que conviene no infravalorar. Su firmeza humanista, republicana y liberal, constituye una referencia intelectual sólida e ineludible.

"Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España. De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y los otros".

A Chaves Nogales no lo mataron ni «los unos» ni «los otros», aunque en cierto modo quizá sí lo hicieran. Murió en Londres de una peritonitis cuando tan solo tenía 47 años. Primero había huido de Sevilla a Valencia y, cuando las tropas franquistas avanzaron y su victoria era una certeza más que una posibilidad, huyó a París y más tarde a Londres.

"Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España. ¿Por dónde empezó el contagio? -se preguntaba Chaves Nogales, intuyo que retóricamente-. Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos lo sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma o Berlín con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente".

Hoy, 70 años después, su cuerpo descansa olvidado bajo una lápida sin nombre, placa ni cruz, en el cementerio de Fulham -en la parcela CR19-, sin el honor merecido ni el reconocimiento debido. Su tumba es una metáfora, quizás, de la España que siempre pierde, de la España que no se reconoce ni en sus mejores hombres.

España derrotó al totalitarismo en 1978 y por fin ganó la España de Chaves Nogales. La Transición de un régimen dictatorial a un sistema democrático y liberal se afirmó en una Constitución que sentenció la superación de las dos Españas y consagró, jurídica e institucionalmente, la defunción de la España cainita y liberticida. Supuso una oportunidad para una idea de tercera España anclada en la convivencia entre diferentes y en valores cívicos alejados de una visión esencialista de nuestro país: todos somos españoles y cada cual puede serlo como libremente crea conveniente sin que, las diferentes maneras de sentir y vivir su país, convirtiera a nadie en menos español, en menos acreedor de obligaciones y derechos ciudadanos. Sobre esos cimientos se apelaba a las generaciones futuras a levantar un edificio de convivencia, modernidad y progreso.

El descorazonador problema al que nos enfrentamos -al menos uno de los más graves- es que tan solo 40 años después de aquella epopeya democrática, los tambores de enfrentamiento redoblan con vigor renovado. Populistas y nacionalistas de distinta bandera rechazan la concordia constitucional y agitan un esencialismo ideológico que se mueve cómodo en el choque. La irrupción de Podemos en su día, con su peligroso cuestionamiento de los valores constitucionales, vino a sumarse al rechazo que ya ejercían con fuerza los nacionalistas más radicales del País Vasco y Cataluña. Dos frentes abiertos de diferente naturaleza pero de idéntico objetivo: acabar con el régimen del 78.

Los extremos niegan un concepto positivo de España como nación. Un concepto necesario para articular una sociedad y construir un espacio común. Cuando ese concepto falla o es debilitado, el proyecto entra en crisis.

Hoy observo con igual preocupación el renacer de otra idea esencialista y excluyente de nuestro país. Crecí en una parte de España en la que si no pensabas igual que los nacionalistas de ETA, te pegaban un tiro. El nacionalismo más radical impone a cualquier precio una idea monocolor y excluyente de lo vasco. Me reconozco, por tanto, refractario al nacionalismo sin importarme la bandera que ondee. Despreciar la pluralidad política e ideológica sublimando la nación por encima del individuo, negar la escala de grises y la complejidad identitaria del ser humano, convierte la convivencia en algo insoportable; lo que proporciona, paradójicamente, un estímulo político en favor de la moderación y convivencia de la que, aunque suene a "derechita cobarde" o "acomplejada", me enorgullezco indisimuladamente.

Las viejas etiquetas no sirven ya para definir los nuevos fenómenos políticos que pretenden alterar la cultura de entendimiento y concordia de la Transición. Por eso no creo que Vox, último fenómeno populista español, sea un partido fascista ni siquiera de extrema derecha, como muchos se han apresurado a simplificar. Convendría no vaciar el significado de las palabras. Es otra cosa y representa otras ideas. Representa ideas que se alejan de la Constitución de 1978, porque con su tono y lenguaje convoca, de la misma manera que hacen los nacionalistas catalanes y vascos, a una adscripción carente de matices. Su idea de España es esencialista, sentimental y nacionalista, no ciudadana. Desdeña la complejidad de nuestra sociedad, su diversidad religiosa, sexual o cultural. Ignora que la identidad es, fundamentalmente personal, imposible de homogeneizar. No son ideas constitucionales, ni humanistas ni liberales, porque el individuo no es un fin sino el medio para su particular visión de la nación. El clima para el populismo es propicio porque la serenidad carece de épica, hay mucha gente enfadada y un golpe encima de la mesa es una respuesta muy tentadora.

Porque éste es el verdadero campo de batalla en el que se librará la lucha política en los próximos tiempos: la política de la radicalidad frente a la de la moderación. No hace falta saltarse la legalidad constitucional, como Torra o Puigdemont. Bastará radicalizar el discurso y trazar líneas ideológicas inexpugnables entre españoles para alejarse de la Constitución de 1978 y sus valores liberales.

Asistimos a la vuelta de los fantasmas del pasado a la hora de enfrentarnos a los desafíos e incertidumbres del siglo XXI. Dar respuesta a esos desafíos de forma positiva, encontrar un camino común basado en la riqueza que aporta la diversidad, unir a la personas en un proyecto común, esa es la razón de ser de las naciones. Nuestro gran reto colectivo como españoles, como nación moderna e integradora, será impedir que triunfen aquellos que hoy como ayer, llamarían a Chaves Nogales acomplejado o cobarde. Que nunca más vuelvan las dos Españas, ni siquiera como retórica de la nostalgia.

Borja Sémper es presidente del PP de Guipúzcoa, portavoz popular en el Parlamento Vasco y candidato a la alcaldía de San Sebastián.

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