Contra las oposiciones

Comencemos con el opositor. Es joven, acaba de terminar la carrera. Si es entonces cuando decide hacer oposiciones a secundaria, ya sabe que eso es todo lo que hará en la vida hasta que muera. Quizá no lo sepa, pero es así. Todas las vidas españolas son una trampa en la que uno entra joven y de la que ya no puede salir jamás. Aunque hay trampas buenas, por supuesto. Y a muchos la existencia de funcionario puede parecerles un sueño. Sea como sea, el joven se presenta a las oposiciones a enseñanza secundaria y suspende. Es lógico: sólo se aprueba al número exacto de personas que tendrán plaza. El joven es demasiado joven, no tiene tablas, no tiene experiencia, no ha dado clase nunca y se nota. No tiene puntos. Ay, los puntos. El joven tiene dos opciones: entrar en la enseñanza privada (un trabajo mucho peor que la pública, con más horas, menos sueldo, más alumnos, menos vacaciones, menos derechos, más arbitrariedades) o bien entrar en la lista de interinos y cubrir las vacantes que se produzcan.

La enseñanza en la privada no cuenta como antigüedad y no da puntos, de modo que el joven opositor entrará como interino. Si tiene suerte, trabajará un curso completo, aunque también pueden llamarle para cubrir una baja de unos meses o incluso de un mes. Si tiene muy mala suerte, un año se quedará sin trabajar y sin atreverse a coger otro trabajo por si le llaman para cubrir una baja, cosa que puede suceder en cualquier momento. Pero supongamos que tiene buena suerte y que, como interino, trabaja casi todos los años cursos completos. Sabe que cada dos años tiene que presentarse a las oposiciones. Como a pesar de todo se siente culpable y cree que la vez anterior no se preparó bien (o fue demasiado bien vestido, o se comportó de forma arrogante, o hizo un chiste estúpido, o se trabucó, o fue vestido demasiado cutre, o dijo una palabrota para hacerse el gracioso, o se puso muy pedante, etc.), se dará una paliza para preparar la siguiente oposición. Volverá a prepararse los mismos temas de la carrera: «Rubén Darío y el modernismo», «Las oraciones completivas», «La pragmática». En verano, en vez de irse de vacaciones, se hará cursos que le den algún puntillo.

Así, pasarán los años. El joven ya no es tan joven. Se ha examinado dos o tres veces. No consigue sacar las oposiciones porque se presentan miles a unas pocas plazas y siempre hay gente que tiene muchos puntos, personas que llevan media vida opositando y acumulando antigüedad. Pero el joven, como decimos, ya no es tan joven. Sigue estudiando con furia «Rubén Darío y el modernismo», «Las oraciones completivas» y «La pragmática», pero se ha casado, ha alquilado una casa, ha tenido un hijo. Si es hombre, todavía podrá sacar algo de tiempo para seguir estudiando. Si es mujer y tiene uno o dos niños pequeños, quedará fuera de juego.

Llega un momento en que el opositor tiene treinta y tantos. Se ha presentado ya seis, siete, ocho veces a las oposiciones sin lograr sacarlas. Parece que ya le toca. Ahora es un hombre o una mujer de treinta y cinco años, o incluso de cuarenta. Tiene muchas tablas (lógico, lleva años y años dando clase), tiene el peso y la autoridad que da la edad, se conoce el tinglado por arriba y por abajo y, además, tiene muchos puntos. Y aprueba. Pero supongamos que no aprueba porque tiene hijos pequeños, o se ha divorciado y lo ha pasado mal, o ha estado enfermo (ya que, en todos estos años, la vida sigue), y pasa los cuarenta y sigue haciendo oposiciones. Cuando se acerque a los cincuenta, empezará a sentirse desesperado. Sigue todavía con cincuenta años preparándose con hastío creciente «Rubén Darío y el modernismo», «Las oraciones completivas» y «La pragmática», y se teme que si no lo ha conseguido ya, nunca lo conseguirá. Tiene cincuenta años y sigue siendo un estudiante.

Pero entonces, ¿para qué sirven las oposiciones? Los que se presentan a estos exámenes llevan ya muchos años dando clases y llevando a cabo, con todas las consecuencias, el trabajo para el que se examinan. Llevan diez, doce, quince, veinte años siendo profesores, poniendo exámenes, preparando clases, corrigiendo trabajos, participando en comisiones, haciendo tutorías, aprobando y suspendiendo a sus alumnos. ¿Por qué tienen que seguir examinándose para realizar un trabajo que hacen todos los días y que han demostrado con creces que son capaces de hacer?

Un trabajo que cuenta con muy poca estima social y que en otros países se considera una ocupación menor, algo así como un recurso para el que no tiene otra cosa más sustanciosa, en España se convierte en un sueño casi imposible y en la tarea de toda una vida. Seguramente hay un procedimiento mejor para contratar a los profesores de la enseñanza pública.

¿Y los otros, los profesores que están en el tribunal? Les roban un mes de vacaciones, pero eso, dada la gravedad de la situación, es lo de menos. ¿A quién aprueban? ¿Al mejor? ¿Y cómo se decide eso? Si alguien parece borde o arrogante o tiene muchísimos puntos y publicaciones, lo lógico es que lo machaquen y le pongan, por ejemplo, un 2,234 de nota sobre 10, porque nadie quiere trabajar teniendo cerca a una persona así. Los tribunales aprueban primero a sus amigos y parientes, y también (y esto tiene lógica) a los profesores que conocen desde hace años y que son sus compañeros de trabajo. A esto último se le llama «plaza con nombre y apellidos», y provoca la furia del que no tiene ningún vínculo con los miembros del tribunal.

Una entrevista personal, un tema de teoría (pero no de un temario de cien, sino de uno de quince), una clase práctica con alumnos. Y luego un año de prueba. Al cabo de unos años, si los informes académicos y de los alumnos son positivos, plaza en propiedad. ¿Sería eso imposible?

Andrés Ibáñez, escritor y Premio Nacional de la Crítica en 2014.

2 comentarios


  1. ¡¡Qué verdad más grande!!! Y yo cob treinta y, casada, con hijos y... una mente que quiere aprobar esas dichoaas oposiciones.

    Responder

  2. Estimado Andrés:
    yo soy uno de ésos a los que has descrito. Exactamente, uno de la franja de los 50. Siete oposiciones siete. Me considero, a mi pesar, un experto en el tema. Mi experiencia, mi rabia, mi desesperación, su incomprensión, mi perplejidad crónica y mi claudicación (pero sólo en cierto modo: al mismo borde de la mayor grieta que mi salud ha sufrido ya) se han ido plasmando aquí: https://torresmasaltas2.wordpress.com/
    Pero, sobre todo, aquí: http://sisifoavejentado.blogspot.com.es/
    Por si tu estómago lo resiste... No puedo desearte que lo "disfrutes". Gracias por atender este tema y por escribir sobre tan GIGANTESCO y delirante absurdo.

    Responder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *