Contraseñas

Por las redes circula el siguiente diálogo entre un usuario llamado Pepe y el sistema operativo Windows 7. Lo altero solo un poco al final por una cuestión de pudor y buenas costumbres.

-Windows 7: Introduzca su contraseña.

-Pepe: pepi.

-Windows 7: Lo siento, la contraseña debe contener al menos 10 caracteres.

-Pepe : pepinillos.

-Windows 7: Lo siento, la contraseña debe contener al menos un número.

-Pepe: 2 pepinillos.

-Windows 7: Lo siento, la contraseña no puede contener espacios.

-Pepe: 2pepinillos.

-Windows 7: Lo siento, la contraseña debe contener al menos dos mayúsculas.

-Pepe: 2PEpinillos.

-Windows 7: Lo siento, la contraseña no puede contener mayúsculas sucesivas.

-Pepe: ¡2MalditosPepinillos!

-Windows 7: Lo siento, la contraseña no puede contener signos de puntuación.

-Pepe: 2MalditosPepinillosYaversiTeAtragantAsCoNeLlossoCapullO.

-Windows 7: Lo siento, esta contraseña ya existe.

En general, la tecnología proporciona dos tipos de beneficios, uno relacionado con la eficacia (la cosa funciona) y otro con la eficiencia (la cosa funciona con la mínima inversión de tiempo, espacio y energía). En cuestiones de seguridad es prioritario que solo yo pueda acceder a mis cuentas: bancarias, suscripciones de información, redes sociales, correos electrónicos, pins telefónicos, etcétera. Para eso está la contraseña. Pero ¿cuántas contraseñas necesita un ciudadano? ¿Diez? ¿Veinte? El segundo requisito es que la contraseña sea fácilmente memorizable, de introducción cómoda y que no favorezca errores o dudas de la memoria. En principio se me ocurren dos soluciones, aunque ambas insatisfactorias. Primera solución: selecciono una sola contraseña fácil que sirva para todas mis cuentas. Como refleja el diálogo de más arriba, no se puede hacer tal cosa, es muy imprudente, no te lo aconsejan, no te dejan. En muy poco tiempo te puedes quedar flotando desnudo en medio del cosmos, sin dinero, sin secretos… No es eficaz. Segunda solución: te apuntas todas las contraseñas en un rincón electrónico de tu móvil inteligente o en un papel plastificado que guardas en la cartera o en un bolsillo secreto de tu vestimenta. Pero puestos a perder, ahora solo tienes una sola cosa que perder para perderlo todo. No es eficiente.

Eficiente es una palanca en la que con poco esfuerzo puedo levantar un camión, eficiente es el acelerador de un coche en el que basta una caricia al pedal para conseguir una aceleración espectacular. Eficiente es una raqueta con la que puedo enviar una pelota de tenis a 200 kilómetros por hora. Eficiente es una llave inglesa con la que puedo apretar enormes tuercas con la fuerza de una mano… Si la función no se cumple no hay eficacia, pero el gran gozo mental que estimula la innovación tecnológica no es tanto la eficacia como la eficiencia. Es el llamado gozo palanca: conseguir máximo efecto con mínima causa. Las grandes innovaciones de la historia de la tecnología siempre han supuesto más un acelerón de eficiencia que de eficacia. A lomos de un camélido, la función de transportar carga ya se cumple, pero mejor inventar la rueda y disponer de un animal de tiro. Arrancando las malas hierbas con las manos ya se cumple la función de favorecer la agricultura, pero la operación es más eficiente si se controla el fuego para conseguir el mismo objetivo. Con un teléfono fijo ya se cumple la función de comunicar a distancia, pero cuán más cómodo es disponer de la telefonía móvil. Con la escritura jeroglífica ya se podría cumplir la función de explicar la geometría plana, pero qué bien si se dispone de un alfabeto y de las matemáticas para hacer lo mismo.

El Mobile World Congress es una de las fiestas tecnológicas más importantes del planeta. Solo he seguido las innovaciones de este año por la prensa, pero he notado que el acento ha estado sobre todo en las nuevas funciones y aplicaciones: teléfonos modulares que se transforman en robots que espían lo que está pasando en casa o en la oficina, realidad virtual y realidad aumentada para hacer turismo exótico sin levantarse del sillón, juegos más realistas que la realidad misma, servicios bancarios disponibles en la punta del dedo índice… Sin embargo, algo tan fundamental como es eliminar de una vez por todas las engorrosas y mortificantes contraseñas todavía no está resulto. La huella digital es fácil de burlar con una copia, la voz falla demasiado, se intenta que el sistema reconozca el rostro o el iris del ojo del usuario… pero de momento, dicen los expertos, nada hay más fiable que la firma manuscrita tradicional. La tecnología actual parece apostar por una economía obsesionada por la oferta pero apática respecto de la demanda. Quizá no se trata de que el ciudadano se haga adicto a nuevas funciones, a cual más surrealista, sino de que se enganche al placer de usar aquellas funciones que realmente necesita.

Jorge Wagensberg, Facultad de Física de la Universitat de Barcelona.

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