Conversaciones rurales

Las vacaiones son un corte, un alto en el camino, una sentada al lado de una fuente fresca o a la sombra de un árbol generoso. Se pueden hacer cosas tales como correr, nadar, leer libros atrasados, hacer viajes soñados e irrealizables que no se pueden hacer durante el resto del año. Cada uno debe de poner a funcionar su imaginación y hacer aquello que más le plazca y que no puede hacer el día de cada día, sin olvidar que todo eso es extraordinario y que dentro de veinte días, más o menos, todo volverá a la normalidad. Una cosa es desenganchar, desconectar y otra hacerse la ilusión de que todo ha terminado. Por no tener esto en cuenta, muchos sufrirán el síndrome posvacacional.

Después de comer, muchos se reúnen en el bar para tomar café, echar una partida de cartas o simplemente encontrarse y charlar con todos aquellos que fueron niños juntos y que la vida los ha separado. «En el bar, los amigos de la infancia que seguimos siéndolo aunque la vida nos haya llevado a cada uno por diferentes derroteros charlamos sobre la escuela, sobre las tardes buscando nidos, las bañadas en las aguas heladas del Eiroá, las peleas con los niños de otras aldeas de la parroquia, el robo de manzanas y peras en las huertas para ajustar las cuentas a los vecinos que habían tratado mal a uno de nosotros, sobre los juegos ya desaparecidos. Charlamos sobre todo aquello que constituía la urdimbre de lo que era nuestra vida en la aldea; una vida casi en común». Luego, van a dar un paseo, a ver una finca, a regar la huerta o se va cada uno a su casa. En vacaciones, los bares de las aldeas aún tienen gente pero durante el resto del año no hacen caja suficiente para pagar los impuestos. Por esto y porque los jóvenes se van a las villas, se cierran muchos bares de aldea.

Antes los vecinos se reunían para la fiesta del pueblo, para los trabajos comunales y en común; trabajaban, comían, cantaban y, al son de una lata, bailaban juntos. Ahora las familias y los pueblos se las arreglan como pueden para reunirse: un bautismo, una comunión, una boda, la obtención de un puesto de trabajo, para festejar las buenas notas del estudiante, el haber sacado una oposición porque el ayuntamiento hace todo lo que antes hacía el pueblo.

Un sábado de agosto, muchos de los habitantes de Loureses y parte de los que vienen a pasar aquí el verano alquilan una carpa, contratan un servicio de catering para que sirva la comida del mediodía y una orquesta para la tarde, al atardecer dan buena cuenta de lo que les sobre del catering y rematan la jornada con una queimada. Algunos vecinos no participan en la reunión; dicen: «Por el precio que hay que pagar vamos a un restaurante». Los que participan responden: «Todos podríamos hacer eso pero en un restaurante no podemos sentarnos a la mesa con ochenta o noventa amigos, algo que no se paga con nada». Los jóvenes se van a divertir fuera del pueblo pero el día de la reunión se quedan todos aquí y hasta traen amigos de fuera que vienen a pasar con nosotros el día.

La gente de los pueblos de la frontera pasa con frecuencia a los pueblos vecinos de la región de Montalegre, Portugal, sembrada de enormes casas de lujo, abiertas exclusivamente quince o veinte días en verano, en las que los emigrantes han invertido años sin cuenta de privaciones y esfuerzos inhumanos. «Hicimos la casa para pasar aquí parte del año y la vejez pero nuestros hijos están allí con los nietos y nosotros preferimos quedarnos allí con ellos que vivir aquí solos», me dijo un emigrante, y otro: «Con nosotros vinieron sindicalistas y banqueros para ganarnos a nosotros para su causa y a nuestros ahorros para sus negocios pero ninguno de ellos nos explicó cómo deberíamos haber invertido nuestros ahorros de manera adecuada».

Una vez que se han adueñado de buena parte del dinero de muchos ahorradores con la venta dolosa del producto mal llamado las preferentes, las cajas de ahorros se llevaron de los pueblos las sucursales. Los días fijados por la autoridad competente para arreglar las cuentas con el fisco, a la puerta de las cajas se forman filas interminables y, después de esperar una hora o más, al llegar delante o cerca de la ventanilla pueden oír lo de Larra: «Vuelva usted mañana». Muchos habitantes de la zona rural no tienen medios propios de transporte y hay aldeas que no tienen autobús de línea. Por eso, para desplazarse a 10 ó 20 kilómetros para pagar los recibos en la caja deben de hacer verdaderas filigranas.

Éste ha sido un año extraordinario de cerezas sin que se hayan visto tantas bandadas pájaros picoteándolas. «Por aquí no hay tantos pájaros como antes. Esos que dicen defender la naturaleza, con un desconocimiento de los ecosistemas que raya en la obscenidad, han soltado en los montes cercanos aves de rapiña que están exterminando varias especies nuestras de toda la vida, voladoras y otras», dijo alguien. Hace un tiempo, a un señor le pusieron una multa por haber puesto una red a un cerezo para defender su fruto de la voracidad de los pájaros. Al poco tiempo volvieron los mismos señores y le pusieron otra multa porque, muy enfadado por verse despojado del derecho de decidir sobre su árboles, lo había cortado. «Ahora para medicinar veinte plantas de patata en tu huerta necesitas carné de sulfatador; si no lo tienes y te pescan, pueden multarte», me dijo un hortelano.

En el atrio, que es también el cementerio, a la salida de la misa dominica la gente inquieta comenta que no se puede poner a cada panteón nuevo una cruz sino que los interesados han de ponerse de acuerdo y poner una cruz para varios. Alguien dijo: «Ahora nos obligan a hacer la cooperativa de la cruz, más tarde nos obligarán a andar con la cruz». Alguien verdaderamente sorprendido por lo que está oyendo dice: «Debe de haber un malentendido».

En Galicia, los cementerios son los jardines fecundados por la memoria de los antepasados en donde las hierbas crecen a su antojo. Los rituales que practica el pueblo gallego en el mundo rural con ocasión de cada muerte son la manifestación viva de una sabiduría milenaria que sin dejar de sentir un profundo dolor por la desaparición de los seres queridos, les permiten ver y aceptar la muerte como algo natural a la vida misma. Justo es reconocer, no obstante, que en los cementerios se han hecho barbaridades.

Alguna gente mayor de Loureses lee y escribe con dificultad pero tiene una gran capacidad para retener en su memoria oraciones, leyendas, cuentos, fechas históricas, tradiciones, el momento y el lugar exactos de los rituales que se trasmitían de padres a hijos. Cualquiera que sea observador y sepa valorar no tanto la información cuanto el conocimiento llegará a la conclusión de que se puede ser sabio sin dominar la lectura ni la escritura.

Nadie tiene la sabiduría de la tierra como los campesinos que han vivido y viven de la tierra y para la tierra. Estas gentes no hablan del centeno, del trigo, de las patatas, sino de la sementera, del nacimiento, de la maduración, de la siega, de las mil clases de grano. Utilizan nombres y tienen expresiones para cada momento del proceso de los cereales, de los tubérculos, de las hortalizas que el resto de mortales no conoce.

Después de pasar varios años las vacaciones en Loureses, una aldea de gentes crecidas sobre los surcos del trigo, el centeno y las patatas, he comprendido a Kant cuando dice que aprendió más filosofía hablando y jugando a las cartas con los hombres en la taberna que hablando con sus compañeros de la universidad, profesores como él. También dice que la universidad le capacitó para poder aprender de toda esa gente y poder expresar sus pensamientos.

Los banqueros, los ecologistas y los políticos consideran que ellos lo saben todo y por eso prescinden de la sabiduría y de la experiencia de todos los demás. Los ecologistas en nombre de la naturaleza, los políticos en nombre del patrimonio y los banqueros en nombre de la buena marcha de la economía, pisotean las tradiciones, siembran el desánimo y desmantelan el mundo rural. Los pueblos no se desvalijan derrumbando las casas o expulsando a los vecinos sino dejándolos sin servicios, negándoles sus derechos y atacando sus tradiciones.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del blog: Diario nihilista.

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