Convicciones y falsas medidas

Existen dos convicciones, generalmente admitidas y desgraciadamente aceptadas, sobre las que conviene realizar una pequeña reflexión por si pudiese ayudarnos a calibrar la realidad, haciéndolo de modo que resulte posible aplicarla a nuestras necesidades reales y de manera que la balanza no soporte más las falsas medidas habituales y esas escoras que avezados navegantes en mares procelosos suelen provocar con sus propios balanceos personales.

La primera de las dos convicciones es la de lo bien que lo hace la izquierda, cuando se dedica a gobernar como lo haría la derecha. Nunca, porque no se ha dado todavía el caso, la equivalente; es decir, lo bien que lo estaría haciendo la derecha, una vez decidida a gobernar como lo haría la izquierda. Como si solo hubiese una manera de gobernar. Cuando lo deseable es que la derecha gobierne como le está mandado, que la izquierda lo haga como le es debido y que, alternándose en el poder, equilibren el mapa político y social, también el económico y, de paso, aquellos otros pequeños paisajes que puedan servir de hábitat reproductivo a los diferentes conjuntos de la ciudadanía.

La segunda de las convicciones es la que asegura que la única forma de acabar con ETA es la que consiste en el garrotazo y el tentetieso, aplicados sin pausa ni descanso. Se trata esta de una convicción no genuinamente española, pero sí de contrastado y universalizado fracaso en otras áreas geográfica, física, espiritual e ideológicamente tan dispersas como las que van desde Vietnam a Irak, desde Chile a cualquier otro lugar, en las que tal remedio de males haya sido empleado. Remedio, casi siempre peor que la enfermedad, que, de forma asaz curiosa y tan sin éxito, aplicaron las diferentes versiones de la derecha desde que ETA tuvo la fatídica y letal ocurrencia de hacerse presente en el panorama político español y que, vistas estas en las que andamos, es evidente que no ha producido el resultado que se ofrecía.

Para llegar a estas actitudes que se comentan no fue suficiente con padecer una dictadura de derechas durante casi medio siglo, que fue lo que duró la franquista, sino que se necesitaron algunos años más de práctica. Los que los españoles llevamos desde que del Concilio de Trento se derivaron las esencias pedagógicas que nos condujeron a aprender a creer, antes que a inducirnos al aprendizaje del pensar. Se necesitaron siglos para desarrollar el método.

En el mismo orden de cosas, Hitler y su postura antisemita no se explican sin los antecedentes luteranos. Pues lo mismo para las actitudes que se señalan. Son necesarias décadas. Algunas ya han transcurrido y se debe empezar ya a aceptar de una vez que es bueno, justo, saludable y necesario que la izquierda gobierne como la izquierda, que es lo que ahora está haciendo, porque eso es útil al conjunto de la ciudadanía y además no conduce a engaños.

El problema es que, si la izquierda está gobernando como es de rigor que lo haga, llevando a cabo políticas que poco tienen que ver con las hasta ahora desarrolladas por la derecha, surge una pregunta que puede llegar a acongojarnos: ¿está la derecha haciendo la oposición que le corresponde? La respuesta es que probablemente sí, que es casi seguro que la derecha esté respondiendo a la gobernación de la izquierda como casi únicamente sabe hacerlo la derecha española, pues la derecha europea lleva casi tantos años de práctica democrática como lleva la izquierda española deseándola en todos los ámbitos del comportamiento ciudadano. Eso se nota y diferencia la europea de la nuestra y más doméstica derecha, antaño carpetovetónica. Se nota mucho. Se nota tanto que casi se puede afirmar que, después de un tercio de siglo de Constitución, hay leyes pero no suficientes hábitos democráticos que la guíen.

Dejemos, pues, que gobierne la izquierda según su interpretación de la realidad le aconseje y deseemos que la política de oposición en temas esenciales se ciña a los intereses generales del Estado, en vez de mostrarse más acorde con los intereses propios del partido que la hegemoniza que con las necesidades colectivas. No quiere esto decir que se desee, o que sea conveniente, una política de oposición descafeinada y blandengue, ni mucho menos. Muy por el contrario, es deseable que sea conceptualmente dura, tanto como formalmente poco grosera. Es más, hay que eliminar la vulgaridad más obsecuente, la bastedad formal y conceptual con la que todos los días todos Losantos inducen el enrarecimiento de la vida política, empujándola hacia callejones sin salida.

Lo que ha de ser España no es algo que deba determinar la derecha. Es algo que hemos de determinar todos. La izquierda y la derecha, pero también las distintas realidades que componen la totalidad que aceptamos denominar como tal; es decir, la diversidad que la significa y el pluralismo que la enriquece. Dar por hecho que el problema actual --y actuar en consecuencia con ello, que es lo que se está haciendo-- sea que la izquierda gobierne como la izquierda debe hacerlo, sin aceptarlo, y pretender demostrarlo únicamente a cuenta de la política seguida contra la banda terrorista ETA es de una simplificación, amén de mendaz, absolutamente peligrosa para la convivencia democrática. Y esto debería ser tenido muy en cuenta por tanto intelectual indeseable como anda por ahí suelto.

Alfredo Conde, escritor.