Convivir es vivir

Siempre nos ha cautivado la historia de Robinson Crusoe. Y pienso que la causa de esa cautividad vital radica en la profunda singularidad que supone para una persona el vivir sola. La soledad es como si el árbol se secara, como si habláramos y no tuviéramos respuesta, como si cayéramos en la tristeza y nadie nos consolara, como si nos encantara algo que sentimos, oímos o reímos y no pudiéramos compartirlo con nadie. Esto ocurre fundamentalmente en la soledad psíquica más que física.

A veces estamos solos durante períodos de tiempo más o menos largos, pero no nos sentimos solos porque sabemos que existen otras personas con distintos lazos de unión que a pesar de su ausencia física nos quieren.

Ser queridos esponja el alma. Ser olvidados, o simplemente no significar nada para nadie, es una muerte prematura. La compañía física o espiritual es vida; la soledad, la ausencia de alguien a quien llamar, alguien en quien confiar, alguien a quien querer, alguien en quien expresar nuestras dudas, nuestros temores y nuestras dichas... en definitiva, estar y sentirse solo es un dardo mortal en el corazón.

Debemos tener amigos. Y debemos tenerlos más allá de nuestra familia, que es normalmente el primer y fundamental círculo de afectos y compañía. Desgraciadamente hay muchas familias rotas, desestructuradas. Eso es una desgracia, pero no es lo normal. Pero dando por hecho que el primer círculo de nuestra vida social es la familia, hay que ensancharlo lo más que podamos a través de los amigos. Es cierto que debemos distinguir entre amigos y conocidos, pero también estos nos llenan la vida. Pero, ¿cómo logramos tener amigos? Resulta evidente que para intimar hay que conocer y para conocer hay que relacionarse. La relación con las personas viene a través de múltiples vías y ocasiones y hay que aprovecharlas, pues una persona sin amigos está incompleta.

Los amigos requieren tener unos caracteres comunes en lo esencial, pero solo en lo esencial. En lo demás, puede y suele haber discrepancias que de algún modo enriquecen la relación amical. Evidentemente no es positivo ahondar en las diferencias, sino más bien en las afinidades. Con los amigos hay que estar a las duras y a las maduras y para ello se precisa comprensión, paciencia y cariño. El tener un buen amigo deberíamos ponerlo en los primeros puestos de nuestra andadura vital. Así, cuando un amigo se va, es una desgracia, como la mayoría de nosotros hemos comprobado.

A lo largo de nuestra vida hay momentos y ocasiones en los que la amistad tiene sobresaltos. La convivencia presupone, casi necesariamente, la unidad y la diversidad. Uno de los componentes esenciales de los humanos es su personalidad. Y la personalidad contiene como dato esencial la diversidad. Somos lo que somos. Con nuestros rasgos positivos y negativos. Y así como somos, vivimos. Ello no significa que no tengamos conciencia de nuestros defectos, y que nos pongamos a la tarea de minimizarlos. Pero, repito, somos como somos. Y en tal tesitura tenemos que amoldar nuestra existencia al logro de mejorar lo negativo que tenemos y mantener y ensanchar lo positivo.

Yo creo que nuestra ilusión y meta es ser felices. Y para ser feliz creo también que es fundamental la sociabilidad, la amistad, las relaciones con los que nos rodean. Pero eso cuesta esfuerzo, dedicación y entrega. La amistad hay que cultivarla, cuidarla y valorarla. Y desde luego al cariño y a la amistad hay que corresponderle con dedicación y buen ánimo.

Me parece un buen ejercicio personal el pararnos de vez en cuando a pensar qué amigos tenemos y cómo los cuidamos. Y cuidar significa relación, verse, vivir los problemas y las alegrías del amigo... en definitiva, la cercanía física y anímica.

La amistad da unos magníficos dividendos. Una charla con un amigo -y no digamos al lado de una chimenea en una tarde de invierno- es uno de los grandes placeres de la vida. Es maravilloso, y además es ‘gratuito’. Para convivir en paz es muy aconsejable que los temas que tratemos con nuestros amigos no sean conflictivos, sino unitivos. De ahí que algunos temas sean tabú, como la política. La política es muy interesante pero peligrosa para las conversaciones amicales, o al menos delicada. Si hay coincidencias puede ser gratificante, pero si no es así, hay que dejarlas a un lado. Y lo mismo hay que hacer con los temas que nos separan, buscar los compartidos, no los diferentes.

La convivencia presupone una cierta comunión de ideas y aficiones y, simultáneamente, una capacidad de entendimiento para los distintos enfoques de la vida. La diversidad, bien llevada, enriquece nuestras relaciones y por ello, más que luchar contra ella, es mejor vivir en ella con buen ánimo y mejor disposición. Un pueblo que sabe superar las diferencias y comprenderlas se enriquece en la relación con los demás y a la postre se produce un salto de lo individual a lo colectivo muy enriquecedor. Yo creo que en España tenemos un carácter abierto y dado a la buena relación con los demás, pero como todo en la vida requiere que lo cultivemos, que lo practiquemos, y yendo un poco más allá, en esa línea, que hagamos examen de conciencia y repasemos cómo cultivamos a nuestros amigos y conocidos.

En definitiva, luchemos por tener amigos, por convivir en paz con los que nos rodean y no busquemos lo conflictivo. Seguro que nos renta.

Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es catedrático de Derecho del Trabajo y Seguridad Social y académico de número de la Real de Jurisprudencia y Legislación.

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