Cooperar para el desarrollo de una vacuna beneficia a todos

Cooperar para el desarrollo de una vacuna beneficia a todos

Mientras países de todo el mundo estudian estrategias para el desarrollo de una vacuna contra la COVID‑19, debería estar claro que el modo más rápido y eficaz de hacerlo es trabajando juntos. La distribución a gran escala de una vacuna eficaz es la intervención que más ayudará a reiniciar la economía mundial, algo cuya urgencia no puede ser mayor, visto que cada mes se evaporan 375 000 millones de dólares de riqueza global.

Hasta ahora, la dirigencia internacional comprometió 8000 millones de dólares a la financiación del proyecto Acelerador del acceso a herramientas contra la COVID‑19, un acuerdo mundial de cooperación para el desarrollo de medios de diagnóstico, medicamentos y vacunas. Pero es sólo una minúscula parte de la inversión que se necesita para llegar lo antes posible a la producción a gran escala de una vacuna. En el desarrollo de vacunas o drogas, menos de la décima parte de las candidatas que ingresan a la fase de ensayo clínico llegan a obtener la autorización de uso. Y conseguida esta, el aumento de la escala de producción a los niveles necesarios supondrá muchas otras incertidumbres. La fabricación de vacunas es un proceso intrincado, que demanda permisos de las autoridades en cada una de las etapas y en cada una de las plantas de producción. Como algunas de las posibles vacunas para la COVID‑19 se basan en plataformas que por el momento no están aprobadas, estos protocolos de seguridad y control de calidad pueden dificultar todavía más el despliegue rápido de una vacuna.

La colaboración es el mejor modo de controlar estos riesgos. Una inversión multilateral en una cartera diversificada de vacunas candidatas facilitará el aumento de la capacidad de producción una vez establecida la seguridad y eficacia de una de ellas. Dado lo mucho que se desconoce en relación con el nuevo coronavirus, calculamos que lo ideal sería una inversión de unos 145 000 millones de dólares (el 0,17% del PIB mundial); pero ya con la mitad de eso se pueden obtener beneficios sustanciales. Estados Unidos y China han preferido una estrategia de inversión individual, pero aun así obtendrían beneficios de la colaboración internacional, sea por medio del Acelerador o mediante contratos agrupados que se negocien directamente entre los países y las empresas.

La colaboración internacional ofrece básicamente cuatro beneficios. En primer lugar, permite a cada país reducir el riesgo de no invertir en la vacuna correcta. Diversificando la inversión en una amplia cartera de soluciones tecnológicas cada país tiene más chances de acceder a una vacuna que funcione. Por ejemplo, tras analizar desarrollos de vacunas anteriores, llegamos a la conclusión de que un país que invierta en dos candidatas en fase de ensayo clínico tiene como mucho una probabilidad de uno en tres de que alguna de las dos funcione (y es posible que sea mucho menos). Pero invirtiendo en una cartera más numerosa de candidatas se puede llegar a una probabilidad de éxito a corto plazo superior al ochenta por ciento.

Además, cuanta más variedad de tipos de soluciones haya en la mezcla, más capacidad productiva podrá reasignarse cuando algunas de las candidatas fallen. Pero no basta que la cartera sea grande; también tiene que ser coordinada, porque actuando en forma conjunta, los países participantes pueden obtener mucha más diversificación que por separado. En el segundo caso, puede ocurrir que todos inviertan en candidatas similares y que todas terminen fallando por motivos similares.

En segundo lugar, la colaboración internacional permite aunar más recursos, lo cual es necesario para aumentar la escala de la inversión en capacidad productiva. Es improbable que países separados cuenten con recursos de inversión suficientes para lograr una capacidad de producción que satisfaga sus necesidades internas, ni hablar de la demanda global. Si cada país está «atado» a unos pocos proveedores, tendrá menos poder negociador para inducirlos a innovar y acelerar los procesos de fabricación. Además, un buen aumento de la capacidad de producción supondrá menos conflictos por el acceso a las vacunas una vez halladas las candidatas exitosas.

En tercer lugar, la coordinación global reduce el riesgo de interrupciones de las cadenas de suministro. Así como la escasez de hisopos y reactivos demoró los testeos de coronavirus, la escasez de frascos, biorreactores y adyuvantes (sustancias que mejoran la reacción inmunológica del organismo a una vacuna) puede demorar el despliegue de nuevos tratamientos y vacunas. La producción biofarmacéutica depende de una red global hiperconectada; tanto es así que hasta Estados Unidos (uno de los países con los mejores índices de innovación biofarmacéutica) es importador neto de la mayoría de los suministros médicos.

Sin coordinación internacional, los controles a las exportaciones que se impusieron en respuesta a la pandemia pueden dificultar un aumento oportuno de la escala de producción. Por el contrario, un esfuerzo global coordinado brindará los recursos necesarios para anticipar y mitigar cuellos de botella en las cadenas de suministro, y para reasignar ingredientes y materiales esenciales a las vacunas candidatas que obtengan la mayor prioridad para la producción en masa.

En cuarto lugar, para maximizar los beneficios sanitarios y económicos de una vacuna es necesario que en todos los países se priorice la inmunización de trabajadores sanitarios y poblaciones vulnerables. En este sentido, la colaboración internacional permitirá a los países participantes aplicar una estrategia de vacunación orientada a las necesidades, lo cual es crucial para terminar la pandemia lo antes posible y reiniciar el comercio y el movimiento internacional de personas con mínimo riesgo de reintroducir contagios desde el extranjero. En todos los países es imperioso proteger a trabajadores esenciales, ciudadanos en alto riesgo y personas que deban viajar. Y dada la interdependencia del mundo moderno, lo mejor para cada país es ayudar a que muchos otros reinicien sus economías.

Los países que insistan en seguir estrategias de inversión individuales corren mucho riesgo. Les conviene mucho más tener acceso garantizado al primer tramo de vacunas exitosas que se desarrollen en el marco de un mecanismo global. Un esquema privatista que limite el suministro a un pequeño número de candidatas puede fracasar y el país en cuestión tendrá que volver a foja cero. La colaboración internacional, en cambio, beneficiará incluso a aquellos países que tengan un programa de inversión unilateral. Si sus candidatas propias fallan, todavía podrán aspirar a tener una vacuna que surja de la cartera diversificada internacional.

La COVID‑19 exige un desarrollo de herramientas médicas de una rapidez y una escala nunca antes vistas. Sólo una respuesta global puede lograrlo.

Susan Athey is a professor at the Stanford Graduate School of Business.
Kendall Hoyt is Assistant Professor of Medicine at the Geisel School of Medicine at Dartmouth College.
Michael Kremer, a 2019 Nobel laureate in economics, is Gates Professor of Developing Societies at Harvard University.
Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *