Coraje contra el terrorismo

A las doce de la noche del día 5, ETA declaró el final de su "alto el fuego permanente" y anunció que "todos los frentes de la lucha" quedan "abiertos", como si la voladura de parte del aparcamiento de la T-4 y la muerte de dos jóvenes ecuatorianos no hubieran sido ya una ruptura trágica de ese mal llamado "alto el fuego permanente". Entonces y ahora los dirigentes de la ilegal Batasuna lo lamentaban, no condenaban a ETA y echaban la culpa al Gobierno. Los de ETA hacen culpables de su enloquecido y criminal nacionalismo a Zapatero y al PNV, como si ellos y todos los abertzales no pudieran defender sus ideas y demandas, incluida la de la independencia del País Vasco, dentro del cauce constitucional, legal y democrático, como algunos, véase Aralar, ya lo están haciendo. Cuarenta años de asesinatos en los que no han conseguido sus propósitos no les han enseñado nada a los radicales que, una y otra vez, se imponen a los que abogan por el diálogo y las vías democráticas. De nuevo empieza la espiral de una violencia sin fin y sin sentido.

En los últimos años parecía que el brazo político del llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) intentaba marcar una cierta distancia respecto a ETA e iniciar el camino del diálogo y la negociación para convertirse en un partido democrático, o al menos esa impresión daban algunos de sus dirigentes. Pero también ahí se han impuesto los radicales; en definitiva, ETA.

Es posible que, si se cuentan como los votos nulos y se les suman los de las listas de ANV declaradas válidas por el Tribunal Supremo, los sufragios de la ilegalizada Batasuna y su entorno lleguen a cerca de 180.000; menos que los 198.244 -de ellos 28.244 en Navarra- que obtuvieron en 1979, al año de crearse Herri Batasuna, coalición de partidos socialistas de izquierda revolucionaria, entre los que estaba ANV; mucho menos que los votos conseguidos por HB en 1987, que fueron 367.000 en toda España y 251.000 en el País Vasco. Desde ese año el declive de los apoyos al MLNV fue continuo, y ese declive era mayor cuando ETA mataba; en cambio, mejoraban los resultados cuando ETA dejaba de matar. Hoy, como he dicho, están más o menos como cuando empezaron en 1979, contando los votos nulos, que fue lo que recomendó Batasuna en todos aquellos municipios donde las listas de ANV fueron declaradas ilegales.

En 1982 dirigí una directiva a las Fuerzas Armadas, como ministro de Defensa, en la que, entre otras cosas, decía que ETA desaparecería el día que los vascos decidieran terminar con ella. Ha descendido el apoyo a su brazo político de forma significativa y, sobre todo, la reacción ante la ruptura del alto el fuego de los partidos nacionalistas vascos de izquierdas y derechas ha sido de condena terminante. Destaco el casi violento discurso contra ETA del lehendakari Ibarretxe.

Sin embargo, según lo que dice la prensa, ETA tiene en estos momentos cien miembros de comandos preparados para actuar, algunos infiltrados en España, técnicamente bien preparados, y supongo que esa técnica se refiere, principalmente, al manejo de explosivos. Son muchos, pero no llegan a los quinientos comandos armados que, según los servicios de información, tenía ETA en 1981 y 1982, los años más sangrientos de nuestra historia reciente. Y los españoles lo aguantamos. Como, cualquiera que sea el dolor que sintamos, lo aguantaremos ahora. ETA, a través de la lucha armada, no puede conseguir sus propósitos y creo que más de uno entre ellos lo sabe.

Pero no nos engañemos: 180.000 votos son muchos votos, y en ellos no se cuentan a los jóvenes radicales que no tienen la edad de votar, que son los de la kale borroka, los que están dispuestos a entrar en ETA; además, son los que, por ahora, se oponen a cualquier intento de llegar a un acuerdo de paz. Eso ya pasó en 1992, después de Bidart, cuando se detuvo a todo el grupo dirigente de ETA, el colectivo Artapalo y a su jefe, Pakito, hoy expulsado de la banda.

Por lo tanto, los Gobiernos, sean los anteriores de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González y José María Aznar como el actual de José Rodríguez Zapatero, tienen que hacer lo que hicieron y lo que hace ahora el de Zapatero: actuar en dos frentes, el de la lucha contra ETA a cargo de las Fuerzas de Seguridad, con la ley y su aplicación por los jueces competentes, y seguir estando abiertos, si los etarras lo piden, al diálogo para conseguir que abandonen y entreguen las armas y que lo que se negocie sean los términos de cómo se incorporan, los que quieran y puedan, a la democracia y a la libertad. ¡Como lo hizo con un éxito del que, injustamente, nunca se habla bastante Leopoldo Calvo Sotelo en 1982, negociando su ministro del Interior, Juan José Rosón, con Juan Mari Bandrés, entre otros!

Los anteriores Gobiernos al que hoy tenemos hicieron bien, porque es un deber ineludible del Ejecutivo explorar y crear las condiciones para que termine el terrorismo de ETA, para conseguir el difícil, inapreciable bien de la paz. Igual que con nuestra Constitución y nuestra democracia se ha conseguido la convivencia, aunque sea con problemas, con y de todos los partidos nacionalistas democráticos; y el País Vasco ya ha conseguido lo que nunca hubiera conseguido con la violencia.

Y que no jueguen a pequeños Maquiavelos algunos dirigentes del actual Partido Popular, como el señor Asterloa, al que he oído por radio, porque ellos saben -y lo sabe Mariano Rajoy- que si ganan las elecciones y ETA quiere negociar su desarme y rendición, negociarán -¡y harán bien, cualquiera que sea el resultado, aunque, ojalá, sea positivo-. ¿Porque cómo van a hacer algo distinto a lo que Piqué, actuando de portavoz del Gobierno de Aznar dijo: "Si se trata de contrastar la voluntad de ETA, lo lógico es contrastarlo directamente con la organización armada"?

Ese juego maquiavélico es perverso si rompe la unidad de las fuerzas democráticas en el momento en el que ésta es más necesaria, porque se nos anuncia sangre, dolor y lágrimas. Pero que a nadie le quepa duda de que, con sangre, dolor y lágrimas, todos los habitantes de este país que yo llamo España resistiremos. Aunque muchos, yo entre ellos, gritemos internamente, como Petrarca, I'vo gridando pace, pace, pace (Yo voy gritando paz, paz, paz), nuestro deseo de paz no es incompatible con aguantar a pie firme, apoyando al Gobierno, como lo hicimos en el pasado, como lo haremos en el futuro; con sangre, dolor y lágrimas en defensa de nuestra democracia constitucional y de nuestra libertad.

Alberto Oliart, ex ministro de Defensa.