Corea del Norte, buen acuerdo si se cumple

El anuncio de que Corea del Norte se ha comprometido a desmantelar sus instalaciones nucleares es una noticia positiva. El programa nuclear de este país ha sido durante varios años una de las principales amenazas a la estabilidad y seguridad en el noreste asiático, una zona donde hay varios focos de tensión. Este acuerdo, además, demuestra que el apoyo y una participación internacional basada en el diálogo y el multilateralismo pueden ayudar a reducir las tensiones nucleares regionales. Esto es importante a la hora de construir un mundo más seguro. El ejemplo de Corea del Norte muestra que no hay diferencia tecnológica entre la energía nuclear y las armas nucleares: no existe el 'átomo pacífico'. Cualquier tecnología nuclear es una puerta abierta al desastre.

La crisis nuclear de Corea del Norte es una herencia de la Guerra Fría. Durante la misma, EE UU instaló armas atómicas en Corea del Sur, donde llegó a tener casi 1.000 cabezas nucleares. En respuesta a ello el régimen de Pyongyang comenzó a desarrollar un programa nuclear, inicialmente de uso civil pero que luego derivó en militar, con el apoyo de la URSS y China. En 1994, el Gobierno norcoreano y el estadounidense de Bill Clinton alcanzaron un acuerdo, por el que el primero paralizó su programa a cambio de diversos compromisos. Más adelante lo reanudó, acusando a EE UU de incumplir ese pacto, al tiempo que expulsaba a los inspectores del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) y abandonaba el TNP. El punto más grave de la crisis se vivió en octubre de 2006, cuando Corea del Norte realizó una prueba nuclear.

El acuerdo ahora logrado se ha conseguido en el marco de las conversaciones a seis bandas, que mantienen desde 2003 Corea del Norte, EE UU, China, Corea del Sur, Rusia y Japón. Su punto principal es que Pyongyang se compromete a paralizar su principal central nuclear en un plazo de 60 días, y a permitir el regreso de los inspectores del OIEA. A cambio, obtendrá ayudas internacionales por valor equivalente a 50.000 toneladas de petróleo. Para recibir el total previsto (un millón de toneladas), Corea del Norte deberá desmantelar todas sus instalaciones nucleares.

Este acuerdo es positivo por varias razones. Una de ellas es que abre el paso a la continuación de las negociaciones a seis bandas, que enlazan con otros asuntos como las relaciones de Corea del Norte con EE UU y con Japón, la seguridad económica y la creación de un mecanismo de paz y seguridad para la región. Además crea un precedente, ya que se ha abordado con un enfoque multilateral de negociación, conversaciones directas y diplomacia, y no de amenazas militares. Este ejemplo debería seguirse con respecto a otros programas que se están desarrollando en diversos países. Una única reserva es que, ahora, lo importante será que el acuerdo se cumpla y no ocurra como en ocasiones anteriores, en que ambas partes fallaron a sus compromisos.

El mismo enfoque multilateral debería aplicarse en Oriente Medio, ya que es una de las zonas más volátiles del mundo, y prácticamente todos los países de la región están anunciando, de forma más o menos velada, sus intenciones de desarrollar programas nucleares (además de Israel, que ya posee armas atómicas, e Irán, que avanza en un programa nuclear del que afirma que tendrá uso civil). La única salida a esta situación es dar pasos claros hacia el establecimiento de una zona libre de armas nucleares y de energía nuclear en Oriente Medio. La alternativa, es decir, la nuclearización, añade peligro e incertidumbre a una situación ya muy inestable y con altos grados de violencia en Irak, Líbano, Afganistán, Israel y Palestina.

En las últimas semanas se ha asistido a una escalada retórica en torno al programa nuclear iraní. Especialmente desde Washington, el lenguaje empleado es de extrema dureza hasta el punto de que, desde algunos sectores, se teme la posibilidad de un ataque militar. El envío de tropas adicionales al Golfo Pérsico también es una mala señal. Sin embargo, ningún enfoque de fuerza tendrá éxito ante un Irán que ha salido reforzado por las políticas de la Administración Bush en la región (especialmente en Afganistán e Irak), y cuyo apoyo es imprescindible para la resolución de las numerosas crisis que se suceden en ella. Un ataque militar tendría consecuencias desastrosas e impredecibles. Por el contrario, un enfoque similar al usado en Corea del Norte, basado en las negociaciones multilaterales, el diálogo y los incentivos, y que aborde también las legítimas preocupaciones de Irán por su seguridad, tendría más posibilidades de éxito.

Es hora de acabar con los dobles raseros. Por un lado, desde EE UU y en parte también desde Europa se están lanzando mensajes equivocados. Por ejemplo, se invadió Irak porque, de los tres países del 'eje del mal', era aquél en el que estaba más claro que no había armas de destrucción masiva; por el contrario, se negocia con una Corea del Norte que sí las tiene y las usa como una herramienta para obligar a los demás a negociar. Además, EE UU condena los programas nucleares coreano e iraní mientras firma un acuerdo de cooperación en materia nuclear con India, un país que tiene armas atómicas, ha realizado pruebas y no es firmante del Tratado de No Proliferación nuclear (TNP). Sin coherencia, los instrumentos internacionales pierden legitimidad. Las normas deben aplicarse por igual para todos.

En este sentido, las potencias nucleares reconocidas por el Tratado (EE UU, China, Francia, Reino Unido y Rusia) también deberían cumplir sus compromisos. Varias de ellas están desarrollando nuevos programas de armas atómicas, lo que va contra las obligaciones que les impone el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). No sólo deberían poner fin a esos programas sino dar pasos firmes hacia el desarme. Lo contrario mina su credibilidad cuando afrontan negociaciones internacionales para la eliminación de las armas nucleares o cuando tratan de disuadir a otros países de que las adquieran o fabriquen.

Mabel González Bustelo, responsable de desarme de Greenpeace.