Corea del Norte: la estrategia de “China primero”

La mayoría de los expertos coinciden en que la forma menos mala de encarar la escalada nuclear con Corea del Norte es seguir aplicando una mezcla de contención rigurosa y diplomacia decidida. Pero no tantos se han dado cuenta de que la opción militar menos mala (implícita en la insistencia del presidente estadounidense Donald Trump en que China se haga cargo de su peligroso vecino) es una invasión china o un cambio de régimen forzado por la amenaza de tal invasión.

Esta salida, que implicaría un profundo cambio favorable a China en el equilibrio estratégico de Asia oriental, no es tan impensable como muchos creen. En realidad, es tan viable que merece ser tomada en cuenta seriamente, incluso por los planificadores militares chinos. En términos trumpianos, sería una opción de “China primero” que puede ayudar a “hacer grande a China otra vez”.

Cualquier intervención militar (por parte de China o no) supone riesgos inmensos. Pero antes de ocuparnos de ellos, pensemos en lo que podría conseguirse con una intervención china exitosa. Para empezar, pondría a Corea del Norte en el lugar que le corresponde según sugiere su historia posterior a la guerra de Corea: bajo un paraguas nuclear chino que le provea una garantía de seguridad creíble.

Mao Zedong decía que su país y Corea del Norte son tan íntimos “como los labios y los dientes”, descripción muy acertada, dado el papel que tuvieron las tropas chinas en evitar una victoria estadounidense en la guerra de Corea. Pero en las seis décadas que pasaron desde entonces, Japón y Corea del Sur han sido estrechos aliados de Estados Unidos que albergan bases estadounidenses y se guarecen bajo la protección nuclear de Estados Unidos, mientras que China y Corea del Norte se han ido distanciando.

Esto lleva a que China tenga poco control de su vecino y presunto aliado, y probablemente escaso conocimiento de lo que sucede allí. Es verdad que podría contribuir a estrechar el cerco sobre Corea del Norte reduciendo más la relación comercial y cortándole el suministro de energía. Pero eso sólo lograría empujar al enclaustrado régimen de Kim Jong‑un a buscar apoyo en su otro vecino, Rusia.

Si como muchos suponen, Corea del Norte está buscando una garantía de seguridad creíble a cambio de limitar su programa nuclear, el único país capaz de proveérsela es China. Las promesas de un presidente estadounidense sólo tendrían credibilidad hasta el final de su mandato (e incluso menos).

Así que combinando amenazas de invasión con promesas de seguridad y protección nuclear, a cambio de cooperación y un posible cambio de régimen, las chances de que China obtenga el apoyo de una parte importante del Ejército Popular Coreano serían altas. Un enfrentamiento nuclear con Estados Unidos traería devastación, pero la sumisión a China garantizaría supervivencia y probablemente cierto grado de autonomía futura. No sería una elección difícil (excepto para los más cercanos a Kim).

Las ventajas estratégicas para China de una intervención militar exitosa incluirían no sólo el control de lo que sucede en la península de Corea (donde tal vez podría establecer bases militares), sino también la gratitud regional por haber evitado una guerra catastrófica.

Ninguna otra acción ofrece tanto en términos de presentar el liderazgo chino en Asia como algo a la vez creíble y deseable, sobre todo si la alternativa es que Estados Unidos lance una guerra apresurada y mal planificada. Lo que China más necesita es legitimidad, y una intervención en Corea del Norte se la daría. Tomando prestada la distinción que acuñó Joseph S. Nye de la Universidad de Harvard, un uso exitoso del poder duro aportaría a China enormes reservas de poder blando.

Pero ahora viene la pregunta del millón de yuanes: ¿funcionaría? No hay modo de saberlo a ciencia cierta, y toda intervención militar conlleva enormes riesgos. Las fuerzas armadas chinas están bien equipadas, pero no tienen una experiencia de combate comparable. Aunque el adversario es inferior, no es seguro que sus líderes, en caso de no aceptar las condiciones impuestas por China y rendirse, no recurran al uso de armas nucleares u otras de destrucción masiva.

Lo que sí es casi seguro es que ante una invasión china (en vez de estadounidense) por tierra y mar es más improbable que Kim responda bombardeando la capital surcoreana, Seúl, que está a menos de sesenta kilómetros al sur de la zona desmilitarizada. ¿Por qué habría Corea del Norte de masacrar a sus hermanos y hermanas del sur en represalia por una invasión china que traería consigo una promesa de mantenimiento de la seguridad y tal vez de la autonomía?

Además, pese a que la contención nuclear del régimen de Kim no está garantizada, China es un blanco menos probable que Estados Unidos para un ataque misilístico norcoreano. En caso de contemplarse seriamente una intervención militar china, valdría la pena explorar la posibilidad de cierta colaboración de inteligencia y antimisilística con Estados Unidos, algo a lo que, dados los riesgos, mal podría Estados Unidos negarse.

Es posible que esta hipótesis nunca se concrete. Pero es tan lógica que su posibilidad merece ser tenida en cuenta. Después de todo, es la mejor oportunidad que tiene China de llegar a una mayor paridad estratégica con Estados Unidos en la región y al mismo tiempo eliminar una fuente de inestabilidad que es una amenaza para ambos.

Bill Emmott is a former editor-in-chief of The Economist and the author of The Fate of the West. Traducción: Esteban Flamini.

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