Coronavirus: carrera contra el tiempo

La convivencia del ser humano con los microbios es imprescindible para el normal desarrollo de nuestra vida. El equilibrio del planeta en que vivimos depende de la vida microbiana, mientras que la propia homeostasis de nuestro cuerpo requiere de una microbiota abundante, integrada por trillones de microorganismos entre bacterias, hongos y virus, que nos habitan, y que empezamos a conocer en toda su variedad y complejidad. Sin embargo, el equilibrio puede romperse, como ha ocurrido en muchos momentos de la historia de la humanidad, en que los microbios patógenos tomaron el protagonismo arrasando poblaciones humanas o cosechas.

La bacteria causante de la peste bubónica (muerte negra), importada desde Asia, acabó con una gran proporción de los europeos en el siglo XIV; el hongo que produce del mildiu de la patata causó hambrunas en la Europa del XIX, provocando éxodos como el de irlandeses a Estados Unidos; el virus de la gripe fue responsable de la famosa pandemia de 1918, con una cifra de muertes que se estima en cuarenta millones como mínimo. Son apenas algunos ejemplos de epidemias y pandemias de entre muchas que están en la historia.

Sin embargo, la situación global que vivimos en el mundo desde hace apenas tres meses reviste caracteres novedosos. De forma inesperada, emergía un nuevo agente que hoy llena portadas y páginas enteras de los medios escritos, abre los noticiarios de radio y televisión e inunda las redes sociales. Mientras que el temor se globaliza aún más que el virus, muchos se preguntan si es que el avance científico será capaz de explicar lo ocurrido y proponer soluciones ante las amenazas que se derivan de este hecho, cuyo impacto en la economía mundial es ya irreversible, aunque los efectos finales aun estén por definir. Igualmente, se demanda de las autoridades sanitarias, nacionales e internacionales, soluciones eficaces para atajar la expansión del virus y para combatir sus efectos.

Sabemos con certeza que el combate contra los agentes infecciosos, los actuales y los que puedan surgir en el futuro, debe continuar. Los virus son representativos de los agentes biológicos más sencillos y por tanto con mayor capacidad de variación, ya que se multiplican continuamente. Se puede decir que la naturaleza «inventa» nuevos virus, modificando por mutación los ya existentes, aunque sólo aquellos que encuentren las condiciones propicias podrán establecerse. La primera pregunta aún sin resolver es cómo ha surgido el coronavirus que nos afecta y nos aflige.

Por analogía con otros que lo antecedieron se afirma su procedencia del murciélago, pero falta por saber si existió otro animal intermedio para consolidar esta zoonosis (contagio de animales al hombre). Lo cierto es que ha surgido un agente altamente infeccioso, que afecta fundamentalmente a adultos. Aunque las cifras globales de mortalidad causada sean del orden del 2%, en diabéticos o cardiópatas se acerca al 10%. Persisten preguntas que requieren un mayor tiempo de desarrollo de la enfermedad para ser contestadas. Por ejemplo, cómo es la respuesta inmunitaria en el organismo, qué antígenos del coronavirus provocan anticuerpos o activan las células de inmunidad.

La imagen tan prodigada del virus, con esa forma de partícula redonda de la que emergen espículas que le dan aspecto corona, constituye una metáfora del conocimiento del virus. Sabemos que las espículas están formadas por una proteína de la superficie del virus, proteína que es la verdadera llave de entrada del virus a la célula humana. Pero nos falta información sobre muchos detalles de esa entrada. En ese conocimiento radica la esperanza de generar una vacuna, porque parte de esa proteína podrá servir de antígeno vacunal. Pero está claro que en el mejor de los casos, y a pesar de que la tecnología de generación y producción de vacunas ha avanzado mucho, el espacio de tiempo para disponer de la vacuna frente al SARS-CoV-2 no bajará de un año.

Otra pregunta fundamental es si alguno de los potenciales agentes antivíricos de que disponemos, similares a los que se usan para tratar la gripe, el sida o la hepatitis, serán útiles en este caso. De nuevo se requieren ensayos para consolidar este conocimiento y traer la curación o el alivio que algunos afectados necesitan. Animan algunos resultados prometedores.

Las autoridades sanitarias tienen un nuevo reto, que pasa tanto por el control en los territorios de los que son responsables, como la colaboración internacional tan necesaria. La energía de las medidas aplicadas en cada país, en cada momento y en cada caso, es variable, como variable será el resultado que aporten. Las medidas de control de los desplazamientos se revelan como fundamentales. Mientras tanto, a la opinión pública le importa seguir las recomendaciones, así como reclamar que las medidas aplicadas sean las que demanda el conocimiento científico. No hay espacio para la complacencia acrítica.

A pesar de que el virus y la infección que produce alcanza ya a los cinco continentes, la Organización Mundial de la Salud afirma que se está a tiempo de evitar una pandemia, a la que todo el mundo pudiera estar expuesto. Evitar una mayor propagación es esencial para contrarrestar el que el virus SARS-CoV-2 forme parte definitiva del catálogo de infecciones humanas que haya que diagnosticar y tratar en cada caso en el futuro. Está por ver si se logra este propósito.

La literatura de ficción, y también algunas especulaciones científicas se han referido en años pasados a escenarios verdaderamente apocalípticos, en que algún virus nuevo, que no ha sido visto aún por el organismo humano ni sus defensas, causa una pandemia de proporciones globales. El conocimiento científico y la confianza en su razonable aplicación son la única base para hacer frente a esas amenazas minimizando riesgos, aunque a veces la carrera contra el tiempo para enfrentarnos a agentes nuevos requiera una especial energía e inteligencia.

César Nombela es catedrático de microbiología de la Real Academia Nacional de Farmacia.

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