Coronavirus en tiempos de progreso

En la literatura y en el normal sentir de los hombres, que es la literatura diaria de la vida, las plagas y las epidemias son expresión de la fragilidad humana. En tiempos pasados también lo fueron del castigo divino. Este sentido punitivo de la desgracia pervive aún hoy en algunas culturas; en otras solamente la perciben así algunos corazones afligidos.

Susan Sontag analiza en un reciente ensayo el uso metafórico de las epidemias en la literatura. Este uso también forma parte del lenguaje común: la lepra es justificación metafórica del alejamiento de alguien indeseable. La peste bubónica nos ha dejado el término pestilencia como sinónimo de hedor, cochambre y fetidez. La tuberculosis fue expresión de pobreza y de fragilidad durante  el romanticismo europeo. El cáncer equivale a pronóstico de destrucción y de muerte. El sida por ahora no se emplea como referencia de promiscuidad insana y desordenada: un predicamento desorbitado de las legítimas opciones sexuales minoritarias en lo políticamente correcto lo impide.

Coronavirus en tiempos de progresoLa representación del progresismo con su abrumador control de los medios de comunicación quiere encontrar ahora un significado metafórico, económico y político de la pandemia de coronavirus que nos aflige. Dan los primeros puntazos de un ataque a la economía libre y a un régimen de libertades que ha hecho compatible el progreso con un bienestar social que ningún país socialista pudo jamás lograr. Sutilmente se va deslizando la necesidad de limitar libertades en aras del objetivo -que nadie discute- de dar prioridad a la salud pública. Se proclama que la pandemia del coronavirus es el reflejo de los males que representa la globalización capitalista que nos aflige. Se anuncia, cada vez menos veladamente, la necesidad de estatalizar al máximo la economía como remedio de la inminente crisis.

La OMS representa en materia de salud el multilateralismo en que ha degenerado la vieja vocación internacional socialista. Su actuación se ha centrado, básicamente, en aplicar al coronavirus la calificación administrativa de pandemia y darle nomenclatura técnica -Covid-19- para no ofender a China. Los funcionarios de los organismos de la ONU, como la OMS, están extremadamente bien pagados, pero no destacan por su eficacia. Gozan de generosos presupuestos financiados por los países ricos.

Lo que ha puesto de manifiesto, sin embargo, es que no es la OMS, sino la denostada globalización capitalista la única esperanza de encontrar remedios curativos y vacunas contra el coronavirus: las grandes compañías farmacéuticas y las instituciones de investigación. Y cuando comience la inevitable recesión, la nacionalización de la economía supondrá, como siempre, ineficacia, paralización del crecimiento y, finalmente, mayor pobreza y paro. Será prioritario lo contrario: apoyar a la empresa privada. Lo han demostrado los ejemplos de Grecia y Portugal en la ultima crisis.

En 1832 llegó el cólera morbo a París procedente de la India. Tardó en su camino desde el Ganges quince años. En sus «Memorias de Ultratumba» ironiza Chateaubriand: «Bonaparte empleó, poco mas o menos, el mismo tiempo en llegar de Cádiz a Moscú». Llama la atención sobre el hecho de que la epidemia no vino en «un siglo religioso... sino en un siglo de filantropía, de periódicos, de materialismo... en un mundo acompañado de su boletín, que refería los remedios empleados, el número de víctimas, las esperanzas de ver su fin, las precauciones que debían tomarse para ponerse a cubierto, lo que se debía de comer, como convenía vestirse...». En París, añade, «el cólera infundía terror, los carros de muertos no podían satisfacer la demanda, los furgones del depósito de artillería prestaban el servicio».

Si analizamos la nueva pandemia del coronavirus, sería mucha exageración afirmar con el Eclesiastés que dos siglos después del cólera morbo no hay nada nuevo bajo el sol. Pero más bien poco.

En nuestro mundo tecnológico y de progreso las epidemias no son solo una metáfora literaria. Existen. Los gobiernos han tenido que recurrir al confinamiento masivo de los ciudadanos en sus casas, que es un reconocimiento de total indefensión ante la enfermedad. Y no solamente en los países subdesarrollados carentes de las infraestructuras sanitarias debidas. Los contagios y las muertes por el coronavirus proliferan en países más ricos: la red hospitalaria se desborda; no hay acceso a suficientes medios de detección precoz; faltan los equipos necesarios de protección de los sanitarios; la medicación eficaz no llega; en las residencias de ancianos las muertes alcanzan cifras espeluznantes; la vacuna se anuncia para no se sabe cuando; en las grandes ciudades la fabricación de ataúdes y la capacidad de los servicios de enterramiento es insuficiente; el Ejército tiene que intervenir para prestar su ayuda logística con hospitales de campaña y servicios de desinfección.

Con rarísimas excepciones los gobiernos han actuado con retraso en la preparación de hospitales de emergencia y en la fabricación de tests y de equipos; han gestionado mal la distribución de suministros tan elementales y fáciles de fabricar como son las batas y las mascarillas. En materia de eficacia las grandes empresas multinacionales han demostrado estar a años luz de los Estados en gestión de recursos y logística. Se trata de disimular esta realidad con canciones y lemas para darle al pueblo un sentimiento ficticio de protagonismo en la lucha contra el virus. Lo único que puede hacer el pueblo es, literalmente, nada: permanecer paciente y pasivo en el confinamiento.

La primera reacción en el mundo civilizado ante la nueva pandemia fue la de sorpresa. A la sorpresa le siguió la incredulidad, después vino el miedo y al miedo, cuando comience la recesión, le seguirá la ira.

En su libro, de difícil interpretación, Oseas profetiza la derrota de la muerte interpelándola triunfalmente: «¿Donde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde esta, o Seol, tu aguijón?». El Seol era el Hades de los hebreos. San Pablo, en su carta a los Corintos, explica el sentido sobrenatural de la profecía de Oseas. Veintiún siglos después nos encontramos en el ámbito puramente natural de nuestras vidas ante la angustia de no poder interpelar como Oseas al coronavirus. O al Covid-19, si usted prefiere.

Daniel García-Pita Peman es miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

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