Coronavirus: por qué ya no voy a callar más

Entono un mea culpa. Sí, yo compré mascarillas para mí y mi esposo cuando se reportó la epidemia en Wuhan. También encargué guantes por internet, pero he de admitir que no compré papel higiénico. En más de un brunch me llamaron alarmista y en otros foros mejor no mencionar el epíteto con el que me asociaron.

Por aquel entonces, parece que han pasado siglos, ponía los puntos y las comas a mi próximo libro, ¿Qué es el VIH?. Ese mismo que se ha quedado en la imprenta. El que nadie leerá porque otro virus nos cambió el rumbo.

Yo andaba conectado con las historias de las pandemias, de los enigmas que se generan y los retos para la sociedad y la ciencia. Quizá eso me hizo previsor, o quizá fuera simplemente la ciencia que me acompaña a todas partes. Dije que compré mascarillas y digo que empecé a usarla en cuanto aparecieron los primeros casos en España. ¿Por qué no?

Nunca entendí aquellos discursos sobre la ineficacia de algo que en Asia es costumbre cada otoño, cada invierno y funciona. Tampoco entendí las llamadas a manifestaciones, encuentros deportivos o mítines en Vista Alegre. Luego, ya entrados en marzo, pensé e incluso escribí algún mensaje con estas palabras: “Si tuviera alguna influencia cerraría la ciudad”, pero ni esto, ni lo anterior, ni otras muchas cosas me atreví a decirlas en las redes.

Me pudo la prudencia. Mentira, fue el temor a ser señalado. El miedo a, que otra vez, me quitaran un proyecto de investigación por ir contracorriente, por no aceptar que “el pulpo es un animal de compañía”. Mas hoy me arrepiento. Debí grabar un vídeo diciendo: “Voy todos los años a esta manifestación, pero hoy me quedo en casa y no es ideología, es ciencia”.

También debí subir una foto mía usando mascarilla cuando se recomendaba lo contrario. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero el pasado no lo puedo cambiar. Otra cosa es el presente. Estamos en abril, el virus nos lo ha robado y Sabina fue un previsor. Yo… no me voy a volver a callar.

Se ha prorrogado el estado de alarma, no discuto la necesidad. Pero sin pruebas masivas no sabremos si existe inmunidad colectiva y podremos volver seguros a cierta normalidad. Lo contrario será un experimento social. Una especie de: soltemos poco a poco a ver qué ocurre y si vuelve el repunte metemos marcha atrás.

No, no estoy de acuerdo. Hay que saber quiénes tienen anticuerpos, quiénes han pasado el virus y para eso necesitamos test masivos. No los tenemos disponibles, hay que comprarlos a precio de oro. Eso sí, tampoco me callo ahora, pudimos tener el músculo para desarrollarlos, producirlos y comercializarlos. Sólo bastaba con creer en la ciencia. Pensar que con la ciencia también existe el negocio. Lo de los pisos es una receta demasiado vieja.

Pero ya dije que el pasado no se puede cambiar. ¿Y el presente? Sí, ese sí. Existen muchos centros de investigación con capacidad para desarrollar test de cualquier tipo, luego habría que escalarlos. Falta la visión de creer en el conocimiento, siempre miramos hacia fuera para comprar lo que dentro sería relativamente fácil de implementar. He aquí una lección para los gurús de la economía global. Los mismos que nos han llevado a que ni siquiera tengamos la capacidad de producir mascarillas.

Seguimos analizando y topamos con la “celeridad en la investigación”. Me quedo perplejo cuando escucho especular con los tiempos en que se dispondrá de una vacuna. Casi me da un infarto cuando se proclamó como una gran medida inyectar 30 millones de euros para luchar, desde la ciencia, contra el virus. Ese presupuesto es famélico.

No doy crédito cuando repiten, desde todos los flancos, la palabra ciencia. Vuelo al pasado y me empotro contra un ejecutivo que eliminó el Ministerio de Ciencia y puso como líder a una persona que abandonó su doctorado porque “aquello era cosa de poca monta”. Sigo en el pasado y me abofetea una ley que me hace vivir atado a concursos públicos para comprar un reactivo. La misma que con el nuevo gobierno devino ordenanza cuántica, es decir, inviolable. Ahí sigue perpetrada en su esencia.

Mas prometí no hablar del pasado, retorno a estos nuevos años veinte. Aquí, hoy y ahora, la mayoría de los centros de investigación están cerrados. No se cree en ellos para detener al virus. Los médicos hacen ensayos clínicos sobre el terreno, probando medicamentos que una vez salieron del laboratorio para otros fines.

Lo siento amigos, sé que no lo vais a aprobar, pero en vuestras conciencias sabéis que se está dando palos de ciego. Sería infinitamente mejor aprovechar lo que hemos construido: los Institutos de Investigación Sanitaria, donde se mezclan clínicos con biólogos, físicos, bioinformáticos y químicos. Esos centros que llenan de orgullo los discursos de políticos y gestores que hoy reconozco como desconocedores de su existencia. Allí podríamos testar con rapidez las ideas que proponen los clínicos. Estudiar la evolución de los pacientes analizando sus muestras.

No hay que decirlo, es obvio, pero lo repito: descubrir los puntos débiles de esa minúscula estructura que provoca el Covid-19 y ha confinado a la humanidad, es esencial. No lo estamos haciendo. No creen que somos capaces de hacerlo. Se sigue pensando que la ciencia es un lujo para cuando todo está resuelto.

Hoy esos institutos están cerrados en su mayoría. Y la población cree que la ciencia está actuando con plenitud. No, no es así. ¿La razón? La gestión no lo cree necesario. Los gestores ordenan y lo hacen dando sus anchas espaldas a la ciencia.

Doy por sentado que saltarán los números pequeños. Aquellos a los que se aferran quienes se atornillan en sus puestos. Dirán que hay decenas de ensayos clínicos en marcha. No mienten, simplemente dicen medias verdades que nos adormecen.

Ya lo dije al principio, entono el mea culpa, hay cosas que no dije en su momento. Mas no volverá a pasar. Esta es una cuestión que nos supera como personas. Se trata de poner a salvo a la humanidad. Si no lo resolvemos, mañana no importará si sigo dirigiendo un instituto o un decreto me fulmina el laboratorio. De cualquier manera, de continuar vivo, seguiré siendo un científico en busca de la verdad que, en el camino, contempla la posibilidad de errar.

Eduardo López-Collazo es director científico del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz (IdiPAZ), de Madrid.

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