Coronavirus: reflexionar, aprender y mejorar

Echo de menos mojarme. Pasear bajo la llovizna fresca de entretiempo. Hartarme de tormenta y serpentear hacia el reguardo deshidratado de un soportal. Un buen chaparrón, bien cogido y saboreado, es difícil de olvidar. Entretanto, esperando desencierro y próximo calabobos, canto Resistiré y aplaudo puntual al caer la tarde.

Es un panorama de novela extraterrestre firmada por H. G. Wells. Hace semanas, antes de abrir la primavera, la víspera de la guerra nos pilló con la cara de sorpresa recién desembalada. Los medios de comunicación vomitaban una máxima. Estado de alerta. Afilada sentencia para enriquecer la gramática y abotonar la garganta.

Nuestro corazón acalambrado dio un salto emocional de marca olímpica. Estábamos confundidos. Veníamos de días de vino y rosas en los que vivíamos callejeros, ausentes, confiados, maquillando frases convincentes para destronar la congoja y petrificar la piel. Aquí no llegará, pensábamos. Estamos preparados, suponíamos.

Calculamos mal. Erramos. Hubo que apagar poco a poco las ciudades, evitando que el enemigo nos viera, encontrara y alcanzara. La medida fue correcta, aunque quizás perezosa y tarda. Subestimamos al coronavirus. Menospreciamos las advertencias. Hoy, confinados en el hogar, jugando a epidemiólogos de salón, es más fácil apreciarlo.

El 30 de marzo, el Imperial College londinense publicó un estudio basado en modelos matemáticos que estimaba entre 2 y 19 millones de personas el número de infectados en España por el coronavirus SARSCoV2. Datos tremebundos para tomar con cautela. Si fueran ciertos implicarían alta prevalencia pero también baja letalidad y una posible travesía hacia la inmunización grupal. Lamentablemente, sin hacer test poblacionales masivos, son datos poco fiables, por lo que todavía deambulamos ciegos o al menos medio tuertos.

Conforme transcurran los días, la incidencia disminuirá y el número de personas susceptibles de infectarse bajará, ya sea porque se han curado e inmunizado o porque por desgracia han muerto. El aislamiento y distanciamiento social son esenciales. Quedarse en casa salva vidas, evitando la propagación del virus, la llegada picuda del cuarto jinete del apocalipsis y el colapso del malherido sistema sanitario.

Los profesionales sanitarios son formidables, dispuestos, bregados en años de formación y función y lacerados por la falta de recursos materiales. Recursos imprescindibles e imperiosos otrora prometidos y fabulados, casi siempre metamorfoseados, esquilmados, difuminados, recortados y hasta sublimados. Por desgracia, en este tiempo, emergen contiendas arrabaleras de corbata bien planchada y errores groseros aforados y sin aforar, casi de garrafón, que son descorchados desde botellas de todos los colores. No es el momento.

Hace días Richard Horton, editor jefe de la prestigiosa revista médica The Lancet, lo aclaraba y denunciaba en una entrevista a la BBC. China avisó y no reaccionamos a tiempo. Europa malgastó febrero y no garantizó la distribución de material de protección al personal sanitario. Ahora, cuándo hemos visto las orejas, el hocico, las patas y hasta el último pelo del rabo al lobo, el mundo se ha convertido en un gigantesco bazar de estraperlo donde se mendigan pruebas diagnósticas y mascarillas.

No puede ocurrir más. Los políticos y gestores tienen que planear y planificar pensando en un escenario peliagudo y tener todo listo si llega el caso. Ojalá esta maldita desdicha, pandemia de virus y de desaciertos, impulse a percibir la necesidad de cuidar y mimar la salud de nuestro sistema de salud.

Tal y como canta Rozalén, todo lo que no se atiende tarde o temprano reaparece. La sociedad debe reflexionar, aprender y mejorar, lucir actitud y competencia, como hasta ahora, y cuando solo queden migajas aburridas de recorrer pasillos, toca hornear más para atiborrar los anaqueles de nuestros arrestos, porque lo necesitaremos.

Aún quedan muchas incógnitas sin descifrar. ¿Cómo se recuperan los pacientes? o ¿cuál es la respuesta inmunitaria? son algunas. La viróloga Margarita del Val apunta a una segunda oleada, así que no desestimen que el coronavirus vuelva a casa como el turrón, por Navidad. Estemos preparados para el siguiente envite, ya sea a grande, a chica, a pares o a juego. La cooperación no es una opción, es una exigencia. La bolsa y la vida nos van en ello porque, pronto o tarde, habrá más contiendas, con este bucanero coronado o con otra medusa de siete cabezas.

De momento, no existe una vacuna ni un tratamiento específico contra el coronavirus SARSCoV2. Afortunadamente la caballería viene de camino. La OMS atesora un listado con al menos 41 prototipos de vacunas, algunas en fase clínica, y de más de 27 ensayos experimentales con fármacos y antivirales. Ensayos como Solidarity o CONVACTA y herramientas como Nextstrain olfatean soluciones apresuradas.

Tenemos motivos para confiar y creer. Jamás la investigación científica ha ido tan rápido y ha sido tan potente como ahora. Conservemos, defendamos y protejamos la ventaja. Desde luego, la ciencia no tiene todas las soluciones, tampoco todas las respuestas pero sí algunas certezas como que la inversión en conocimiento supone a la larga, sumar una octava vida al gato.

La investigación científica es clave. Hoy la invocamos a grito pelao pero recordemos que presupuesto tras presupuesto queda escrita con letra pequeñita. Exigimos aciertos sin chirríos escatimando la dosis de aceite.

El mundo ha cambiado. Adaptémonos. Las amenazas sanitarias, al igual que el cambio climático y las noticias, son globales. Han dejado de ser una advertencia particular para convertirse en un aviso integral. Alrededor del 70% de los nuevos patógenos emergentes o reemergentes que asoman la patita por debajo de la puerta, provienen de los animales.

Los cambios ecológicos y ambientales, la población masificada y la globalización influyen en la distribución y propagación de estas enfermedades. El modelo actual de guerra de guerrillas está obsoleto y necesitamos un cambio radical en la forma de evaluar y abordar los desafíos de salud global. Quizás es hora de apostar por la estrategia One Health (Una Salud). Necesitaremos actitud, aptitud, cooperación, concienciación, solidaridad, investigación, financiación y educación. ¿Podemos y queremos asumir el reto?.

En este nuevo contexto totalizado, la globalización de la información permite seguir la pandemia a tiempo real, algo excepcional e inaudito hasta la fecha. La labor periodística es sustancial para adaptar y modular el mensaje, clarificar y contrastar los anuncios y perseguir y desterrar los bulos. Un mensaje de salud pública tiene éxito si llega al menos a un 80% de la población.

Las noticias falsas son la nueva y alarmante epidemia que nos afecta. Las trolas y patrañas han sido copiosas y variadas. Muchas, creadas desde la cobardía del anonimato, han flotado a la deriva minando las redes sociales para inquietar, amedrantar o confundir. Las paparruchadas malintencionadas, los chismes absurdos, las opiniones profanas y las aserciones analfabetas han sido el otro virus de la pandemia, el que se reproducía una y otra vez en nuestros perfiles sociales.

Este coronavirus traslada un mensaje rotundo. Todos dependemos de todos. Aprendamos la lección. Sí, nuestras vidas han cambiado. Respiren. En un tiempo, el virus aminorará la marcha, la pandemia desaparecerá y la crisis se marchitará. Todo pasará, volveremos a jardines y terrazas, volveremos a reunirnos y volveremos a abrazarnos. Piensen que por muy oscura y lóbrega que anochezca la jornada, al poco siempre vemos brillar las estrellas. Resistiremos. Venceremos. No duden que volveremos a cantar bajo la lluvia.

Raúl Rivas González es profesor titular del área de Microbiología (Departamento de Microbiología y Genética) de la Universidad de Salamanca.

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