Coronavirus: tendencias y paisajes para el día después

Tema1

En este documento se escudriñan algunas posibles tendencias, en el mundo y en España, en curso a raíz de la crisis del coronavirus, las políticas aplicadas y sus consecuencias, en cuatro dimensiones: temporal, económica y social, política, y geopolítica. Se concluye con tres posibles escenarios significativos entre los muchos posibles.

Resumen

En un ejercicio de prospectiva, este documento analiza diversas tendencias que se pueden empezar a vislumbrar a raíz de la crisis del coronavirus y sus posibles consecuencias para un mundo transformado y para España. Son tendencias que se agrupan en cuatro dimensiones diferentes pero que interactúan entre sí: (1) la temporal (la duración de la crisis y los distintos ritmos a los que se está dando); (2) la económica; (3) la sociopolítica; y (4) la geopolítica. A modo de resumen, concluimos con tres posibles escenarios (entre muchos otros): (1) el de “sálvese quien pueda”, el más negativo; (2) el de la potenciación de una “inteligencia colectiva internacional”, que sería el más positivo; y (3) un escenario intermedio de “paso a paso y salir del paso”. El objetivo es aportar una base para los tomadores de decisiones públicos y privados.

Análisis

Introducción

La crisis del coronavirus está ya cambiando el mundo. Es transformativa. En la actual situación, prever el impacto del coronavirus y de las medidas tomadas para combatirlo es una tarea imposible. Pero, en un ejercicio de prospectiva, no hay que renunciar a detectar tendencias y anticipar problemas que pueden venir, aunque sólo sea en forma de alternativas, para poder ponerse por delante de la curva ante las difíciles y complejas decisiones a tomar en los tiempos venideros. No es posible a estas alturas siquiera entrever cuál va a ser la nueva normalidad tras esta crisis. No se trata de hacer alarmismo, pero sí de alertar de problemas que se están generando para preparar políticas e instituciones con las que responder, o, mejor aún, anticiparse, aunque se plantean más preguntas que respuestas. Y no siempre hay soluciones para todo.

El marco temporal es importante. No se trata de otear cómo será el mundo de 2030 –aunque deberíamos empezar a pensar y a saber qué mundo queremos/podemos querer dentro de 10 años– sino escudriñar las tendencias a medio plazo, para los próximos dos/tres años. La utilidad del ejercicio es ante todo proporcionar una visión integrada. Se seleccionan cuatro tipos de factores, sus posibles evoluciones y sus causas y consecuencias: el tiempo, la economía, la política y la geopolítica. Su combinación daría pie a un inmanejable número de escenarios, pero en aras de la claridad, elaboramos tres. Se trata también de ayudar a tomar decisiones públicas y privadas informadas y multiescalares.

Aunque no nos referimos únicamente a España, este ejercicio, necesariamente incompleto, está planteado esencialmente desde una visión española y europea.

Ejes de evolución

Las citadas dimensiones en los ejes de evolución no sólo están interrelacionadas, sino que se retroalimentan unas a otras. Algunas tendencias aparecen. Otras estaban en curso y ahora se pueden ver aceleradas, o invertidas. Un concepto clave ya no es el de la resiliencia, en ingeniería “la capacidad de recuperación de un cuerpo deformado cuando cesa el esfuerzo que causa la deformación”, o en psicología “la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas”, pues no vamos a volver al punto de partida. Más útil parece el concepto de histéresis, la tendencia de un material a conservar una de sus propiedades, en ausencia del estímulo que la ha generado, es decir a que haya consecuencias permanentes de esta crisis una vez superada sus causas (definiciones de Wikipedia). Por extensión, el concepto de histéresis se aplica a fenómenos que no dependen sólo de las circunstancias actuales, sino también de cómo se ha llegado a esas circunstancias. Incluso cabría plantearse si será posible lo que Nassim Nicholas Taleb llama “antifragilidad”: la propiedad de los sistemas para incrementar en capacidades tras haber experimentado un shock, un factor de estrés, un “ruido”, fallo, error, ataque o fracaso. Es decir, si tras esta crisis del coronavirus, seremos capaces, no ya de resistir y conservar, sino de mejorar. Si, al fin y al cabo, aprenderemos de esto.

Primer eje, duración: corta/larga/intermitente

Hemos titulado este trabajo “paisajes para el día después”. Pero la ubicación temporal de ese “después” es la primera gran incógnita. La crisis sanitaria, de modo de vida y económica y social, se puede prolongar entre dos meses o mucho más. El caso de Wuhan y la provincia de Hubei en China, a seguir observando en su desarrollo, muestra que tras unos dos meses largos de confinamiento estricto se puede levantar parte de las medidas excepcionales de confinamiento, pero todo de forma muy lenta y gradual. No significa que el tiempo de excepción se haya cumplido ni que se haya vencido al virus. Para ello será necesario encontrar medicamentos/antivirales para frenar sus efectos o lograr una vacuna, que no está garantizada, sobre todo ante un virus mutante. De hecho, son numerosos los expertos que consideran que se necesitarán entre 12 y 18 meses para lograr la vacuna, y un tiempo más para distribuirla. Y, entretanto, puede haber rebrotes de la enfermedad causados por el virus en territorios que ya lo hayan pasado, aunque serán en principio más controlables que en la situación actual, pues habrá más gente inmune y se habrá ganado experiencia y medios sanitarios en la gestión.

No hay, sin embargo, una sincronía, sino una discronía, global en la extensión del virus y la enfermedad. Empezó en China y Asia, para pasar a Europa, también con diversos ritmos. Las Américas (norte y sur) han ido con retraso, como el subcontinente indio. Pero donde hay más retraso es en África, lo que, como veremos, puede tener consecuencias y alargar en términos globales la duración de la pandemia y la consecuente crisis. Y la discronía no se refiere sólo a la extensión del virus y las políticas de confinamientos, sino también a la siguiente fase, importante, de la salida de la hibernación socioeconómica, que convendría fuera coordinada (no sincronizada) a nivel global.

  • Duración corta (tres-cuatro meses): significa un levantamiento relativamente temprano de la política de confinamiento, mejora en los tratamientos y ganancia de tiempo y reducción de la enfermedad y las muertes a la espera de la vacuna u otros medicamentos. Aún en este escenario habrá rebrotes, como ha ocurrido en Hong Kong o en la propia China. La cuestión es que se mantengan controlados. Lo que se llama “el baile” tras el martillo en el famoso artículo de Tomas Pueyo. Habrá un proceso gradual de adaptación hedonista, como se está viendo en China, y una reactivación paulatina de la economía y una parte del empleo.
  • Duración larga (cinco-18 meses): necesidad de mantener por más tiempo la política de confinamiento. Posibilidad de rebrotes (para los que se estará mejor preparados y podrán ser controlados sin saturar las UCI. La economía podría pararse (en distintos grados) durante largo tiempo, con alternancias entre períodos de varias semanas de confinamiento y otros de no confinamiento. De ver que se alarga, puede llevar a un cambio de política para dar prioridad a la reactivación de la economía, aún a costa de más contaminados, pero con una creciente inmunidad en grupo y más recursos sanitarios (herd inmunity).

Segundo eje, económico y social: crisis profunda y duradera con coste social, o recuperación relativamente rápida

El factor tiempo también será determinante para el alcance de la consiguiente crisis económica y social. Se esperan caídas de entre el 7% y el 20% del PIB en el año, si el parón –de intensidad variable– de las economías necesario para luchar contra el virus, se alarga dos o tres meses. Una recesión mucho peor que la que provocó la crisis iniciada en septiembre de 2008. Incluso cabe cuestionar si el término recesión es útil para entender un parón o “hibernación” (Paul Krugman prefiere calificarlo de “coma inducido”) de tal amplitud de la vida económica nacional, europea y global, y que puede llevar a una depresión. Estamos a la vez en un shock de oferta (de producción) y de demanda (de consumo) y un fuerte efecto empobrecimiento (EEUU ha perdido la mitad de capitalización bursátil, Europa algo menos). Sería deseable que no contagie al sistema financiero, en mejor situación que en 2008-2010, pero sin garantías suficientes. Nuevos rescates bancarios detraerían recursos necesarios para políticas sanitarias, sociales y empresariales, recursos a su vez debilitados por una posible crisis de liquidez de las cadenas globales de pago de suministros.

Según Ángel Gurría, director de la OCDE, la economía global va a sufrir por mucho tiempo. Ni Gurría ni otros economistas como Nouriel Roubini creen en una recuperación en V, la economía después de bajar en picado remontaría como una flecha. Si acaso en U, si es que no se produce una depresión, en L. China no había vivido un declive de su PIB desde la revolución cultural de 1968, lo que, siendo ahora la segunda economía mundial, puede tener consecuencias para el conjunto del globo y para su propia estabilidad interna y estatus internacional. Como los tendría una recesión de duración indeterminada en EEUU y en Europa.

Cuanta más actividad se detenga ahora, más habrá que reactivar en el futuro, aunque seguramente será un proceso gradual, paso a paso. Tras la crisis de 2008, España, que tuvo que aplicar una dura devaluación interna de la que ya se habla poco, no recuperó el PIB perdido hasta 2016. Se podría recuperar el PIB en unos cuantos años, pocos si hay una salida coordinada europea y global, para lo que el G20 (que hasta ahora se ha limitado a sumar medidas nacionales) podría servir como en 2008-2009. De hecho, no hay precedentes de cómo sacar a una economía de un parón como el que estamos viviendo. En una guerra, la producción económica no se interrumpe tanto como está ocurriendo, aunque cambie de prioridades.

  • Incluso si se recupera pronto la producción, el consumo no lo va a hacer ante el empobrecimiento de muchos ciudadanos y sus cambios de comportamiento (aumento del ahorro por temor al futuro y la mencionada adaptación hedonista). Ante el miedo y el lento retorno a lo que será una “nueva normalidad”, el turismo, la aviación y la hostelería –básicos para España– son las que más lo van a resentir de forma alargada en el tiempo.
  • Es previsible que caigan los sueldos tanto de los empleados privados como de los públicos, lo que, junto con un alto desempleo, impedirá la recuperación de la demanda. Se puede haber generado un cambio, una adaptación en el patrón hedonista. El gasto no estrictamente necesario, y desde luego el conspicuo, quedará reducido durante tiempo. Cambiarán las pautas de consumo durante un tiempo largo. Los mercados de consumo serán más nacionales. Menos viajes, menos ocio en concentraciones humanas. Pero habrá ganadores también.
  • La crisis económica va a afectar a la vida y la prosperidad de todos, con una caída en el bienestar. Las sociedades y las economías van a salir todas más empobrecidas, y los Estados (y la UE) con un endeudamiento inevitable, pero de un grado colosal. Puede acelerar el descenso en ingreso de las clases medias y trabajadoras (con un impacto político que veremos), añadido al mencionado efecto pobreza.
  • El proceso de desglobalización ya estaba en curso y se ha acelerado con esta crisis. Ya se ha producido un colapso del comercio internacional que veremos cuándo se recupera. Empiezan a abundar las demandas de políticas de mayor control (soberanía) nacional (o al menos europeo en nuestro caso) de las cadenas de suministros, no sólo en materia de productos sanitarios sino de todo tipo de productos industriales. Hay tendencias que apuntan a un mayor nacionalismo y proteccionismo económico. El poner a su país first se impondrá, aunque sea sin Trump, por lo menos en el corto plazo. ¿Será en Europa Europe first y no los Estados miembros? A largo plazo, la necesidad de mecanismos de gobernanza global para hacer el mundo más resistente a amenazas sistémicas, entre ellas frenar pandemias y coordinar la recuperación económica, puede y debería producir lo contrario, aunque no hay ninguna garantía de ello.
  • Vamos a una globalización reducida (desglobalización), menos centrada en cadenas de suministros físicos y más digital. La competencia vía digital sobre nuestros empleos/tareas se puede incrementar en lo que Richard Baldwin ha llamado la “globótica”.2
  • Cuando la crisis sanitaria amaine el paisaje puede ser desolador. Podemos ver un “efecto Katrina”, sin destrucción física, es decir, que cuando la marea de la crisis se retire, muchas empresas, especialmente pymes, permanecerán desactivadas sin posibilidad de recuperación. A escala nacional, europea y global.
  • Estamos viendo ya una acción de los Estados para salvar empresas. En algunos casos estratégicos, podría acabar en nacionalizaciones, para salvarlas o para evitar que se hagan con ellas capitales extranjeros no deseados aprovechando su debilidad. Es algo que contemplan, entre otras, las medidas españolas. Todos están tomando medidas para flexibilizar y facilitar los créditos.
  • El desempleo, aunque sea el temporal, ya está ascendiendo de forma astronómica en buena parte del mundo. A España le coge en una mala situación cuando todavía no había absorbido el shock de la anterior recesión y devaluación interna.
  • Las políticas de confinamiento y de teletrabajo han impulsado la digitalización y la alfabetización digital en muchas personas. Puede suponer cambios permanentes en los hábitos y organización del trabajo, un buen ejemplo de histéresis.
  • Puede haber una tentación, tendencia que ya estaba en curso, en la reconstrucción o recuperación, de reforzar las tecnologías de automatización para sustituir tareas realizadas por personas.
  • Como mundo y como país somos mucho más ricos que, digamos, en 1918 (Primera Guerra Mundial y pandemia global de la llamada “gripe española”, en 1929 –crisis global– o en 1939 –fin de la Guerra Civil–). Pero ello no significa necesariamente que los países se vayan a recuperar antes que los menos aventajados. Es probable, pero depende de la capacidad de adaptación.
  • Hay ya un regreso del Estado, de lo público, del Estado de bienestar como colchón y de las políticas públicas. Tanto para luchar sanitariamente contra la enfermedad, como para ofrecer un colchón para los que pierden actividad e ingresos, como para salvar la viabilidad de empresas y del sistema económico. El mantenimiento de los tipos de interés bajo lo facilitará. El neoliberalismo, y lo que ha supuestos para las políticas sanitarias, puede perder fuerza como opción, en beneficio de más intervencionismo público (socialdemocracia, democracia cristiana tradicional, etc.). Pueden ganar terreno otros paradigmas económicos, entre ellos el de la monetización del déficit (en EEUU seguro).
  • Pero a medio y largo plazo habrá que aumentar la presión fiscal, y eso va a ser muy difícil hacerlo sin acuerdos fuertes de coordinación y cooperación internacional o supranacional.
  • Habrá que replantear el sistema impositivo. En general, en el mundo occidental, se ha tendido desde 1980 a rebajar los impuestos al capital y a los más ricos, y aumentar los que gravan al trabajo y al consumo. Kenneth Scheve y David Stasavage demuestran que tras las guerras los ricos están dispuestos a pagar más impuestos.3
  • Será necesario buscar una restructuración del sistema impositivo, un nuevo mix más justo, dentro de cada país y entre los países (paraísos fiscales, incluidos los que se dan en la UE). No es posible en un contexto de movilidad del capital facilitado por las nuevas tecnologías sin fuertes instituciones transnacionales.
  • Las grandes empresas y, en general la filantropía, están haciendo gestos solidarios para la lucha contra el virus, tanto en términos de donaciones como de evitar directamente despidos a favor de ERTE y/o jornadas reducidas. Se está dando tanto en España como en otros países. ¿Supondrá un replanteamiento de las empresas para alejarse de la maximización de los beneficios (que se ha impuesto desde los años 80) para los accionistas e inversores, y, sobre todo, para sus cuadros directivos? Hay una mezcla de ética y de estética (reputación) que puede acabar siendo creativa.
  • La acción, la solidaridad, europea va a ser decisiva para frenar el efecto de la crisis y para asegurar la recuperación. La construcción europea avanza a golpes de crisis. ¿Será esta una oportunidad? Está por ver si no vamos a la vez a una Europa de más Estado, como se ha visto con la gestión de las fronteras internas y externas, o de más Europa. Viejas divisiones han reaparecido con la nueva crisis. Aunque también se pueden plantear nuevos tipos de alianzas (como reflejó la carta de Pedro Sánchez y mandatarios de otros ocho países antes del último Consejo Europeo a finales de marzo pidiendo coronabonos).
  • De momento, el BCE ha actuado con contundencia con el Programa de Emergencia Pandémico de Compras. Y la Comisión ya ha dado luz verde al fin del respeto a la camisa de fuerza del Pacto de Estabilidad y ha suspendido, transitoriamente, las normas de ayudas de Estado y, por tanto, al fin de la política de austeridad presupuestaria y a una nueva política de impulso fiscal. Hay que asegurar una coordinación para evitar que ocurra de nuevo lo que pasó en 2008 cuando tras un acuerdo en el G20 (y en la Eurozona) para grandes inyecciones fiscales, Alemania y Países Bajos impusieron en la primavera de 2010 un giro brusco hacia la austeridad.
  • Ahora bien, ¿cuál es el momento de la gran intervención europea en materia fiscal, de un posible plan Marshall europeo para sí? ¿Ahora o cuando se plantee la posibilidad empezar a reactivar o construir? También cabe recordar que la recesión que empezó en 2008 parecía que iba a ser corta, y tras una breve reactivación, regresó. No parece que se vayan a poner en marcha los Eurobonos. Lo importante es que se consiga el objetivo de que el mayor gasto por esta crisis no suponga mayor deuda para cada país: lo demás debería resulta secundario. Harán falta muchas inversiones para la reactivación, y el MFF (Marco Financiero Multianual) debe disponer de más fondos, lo que puede convertirse en una forma de mutualización en la UE. La apuesta por lo digital y por lo verde puede ayudar.
  • Europa necesita avanzar también en otros terrenos. Pese a la existencia de un Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades (ECDC en sus siglas en inglés), que supervisa el Sistema de Alerta y Respuesta Rápida (EWRS), la UE no es competente en materia de salud, y se ha notado. Ha quedado de manifiesto la necesidad de una autoridad europea independiente de salud pública.4
  • Algunas medidas que se están tomando (como el llamado helicopter money, el dar dinero directamente a gente necesitada como va a aplicar EEUU) apuntan hacia la introducción de una renta básica, si bien no universal. Es parte de los nuevos paradigmas y de la histéresis.

Tercer eje, política: obediencia/desobediencia social

Uno de los peligros de esta crisis es un colapso social y político. Esto va más allá de que, dependiendo de la duración, se imponga un distanciamiento social como norma de vida.

Factores de obediencia/desobediencia civil

Los siguientes elementos, además de algunos socio-económicos ya mencionados, pueden contribuir a un mayor o menor malestar y colapso social o a un incremento de la obediencia o desobediencia civil, en una situación de una desigualdad que viene de lejos:

  • El miedo, tanto a la enfermedad como al deterioro económico y las expectativas para el después.
  • Una duración excesiva del confinamiento y de la desactivación de la vida económica y social presencial, con un notable aumento del daño psicológico que ahora se centra en una sensación de impotencia por parte de los ciudadanos y que puede acabar en depresiones masivas también por pérdida de empleo y de perspectivas vitales.
  • Protestas por el desigual impacto social (paro y quiebras), sobre todo una vez se levante o se suavice la política de confinamiento. Los momentos en que más se suele agitar la protesta son los de recuperación.
  • Un momento delicado es cuando (si) haya vacunas o tratamientos, pero no en número suficiente para toda la población. Será necesario evitar nuevas desigualdades (en la película Contagio de 2015 se elige repartirlas por el día del nacimiento).
  • Caída de las clases medias, por empobrecimiento y paro. Estaba ya en curso, pero se va a acelerar. Junto a los problemas de la clase trabajadora, mucho más desprotegida, socava la base social de la democracia.
  • El conflicto generacional se puede agravar si los jóvenes –menos afectados por el virus– ven sus expectativas vitales aún más deterioradas que antes. Puede haber un clash con los baby-boomers, los más favorecidos (salarios para los que tenían una posición más segura, propiedades, incluida la vivienda) en la crisis de 2008. El sentimiento de “generación perdida” entre los millennials puede acentuarse con una nueva reducción de sus expectativas vitales. Roubini apunta que esta crisis es un antes y un después para las generaciones jóvenes (generation-defining moment).5 Incluso en China. Aunque los jóvenes se sienten menos afectados por esta pandemia, a las prioridades de las generaciones jóvenes (lucha contra el cambio climático, feminismo y la desigualdad) se va a sumar ahora el factor sanitario. Todas sectoriales, pero por primera vez transversalizadas a muchas áreas de la política.
  • La recuperación de la crisis del coronavirus puede generar una sociedad con organizaciones más estructuradas, quizá esta vez más verticales y jerarquizadas, que realmente sepan (y se les permita) canalizar realmente demandas concretas y accionables a las altas esferas públicas de decisión. Esto puede llevar a un mayor acercamiento entre el Tercer Sector (organizaciones ciudadanas, ONG, fundaciones, etc.), el Tercer Pilar, como lo llama Raghuram Rajan,6 y el poder público. Primero, porque el sector público se ha visto sobrepasado en sus capacidades para gestionar una crisis de tal calado (sin alternativa porque el privado no lo era). Segundo, porque las estrategias nacionales requieren de una implementación también a nivel local, acordada y coordinada para conseguir los resultados esperados de forma más rápida, y para ahorrar en costes de transacción.
  • Se está ya planteando la necesidad de un nuevo contrato social, con más seguridad social, sanitaria y educativa en unos tiempos en que el mercado de trabajo está cambiando rápidamente de la mano de la Cuarta Revolución Industrial. ¿Cuál es el nivel mínimo que deben tener los Estados en servicios sociales?
Consecuencias políticas
  • Todos los gobiernos occidentales pueden salir trastocados por retrasos en sus medidas y problemas de gestión sanitaria, más allá de ciertos protocolos que se han planteado.
  • La percepción de una mala gestión e imprevisión por parte de muchos gobiernos, aunque variará según evolucionen las distintas situaciones.
  • Desestabilización de sistemas políticos (incluido China si no recupera la senda de un crecimiento suficiente).
  • La salida de la crisis sanitaria, pero no de la económica, puede generar nuevos movimientos sociopolíticos en muchos países como en 2010-2011, se generaron los de Occupy, y los “Indignados” y el movimiento 15M, sólo que más masivas y con más ira.
  • Los populistas en el poder son los que peor, de momento, están gestionando esta situación. Pero en EEUU, al menos también por el momento, la popularidad de Trump está subiendo a pesar de, o debido a, la desastrosa gestión de la crisis. La situación puede alimentar el surgimiento la aparición de nuevos populismos, y el reforzamiento de la polarización de las sociedades occidentales, como ya se está notando.
  • Otra tendencia que puede reforzarse (también previa) es la de la demanda de un liderazgo fuerte, incluso autoritario o totalitario. También un regreso de las ideologías fuertes. El modelo chino puede ganar adeptos no sólo en el Tercer Mundo, sino en partes de las sociedades europeos. Hay ya un cierto regreso del comunismo como opción, chino, o “nuevo”, como lo plantea el filósofo esloveno neoestalinista Slavoj Zizek.
  • Debilitamiento de la prensa independiente (el Cuarto Poder, esencial en democracia), que ya venía de antes (crisis del 2008 y competencia de Internet) debido a la brusca caída de la publicidad a favor de los Estados/gobiernos y del Quinto Poder, las redes sociales y plataformas asemejadas, en las que se puede reforzar la desinformación).
  • Reforzamiento del tecnoautoritarismo, al amparo de unas medidas de control personal para el seguimiento del virus, con pérdidas de privacidad e instrumentos de control no temporales, sino más definitivas. Depende de si las sociedades tienen la fuerza, la inteligencia colectiva, suficiente para desactivarlas una vez pase la crisis. Hasta ahora las actuaciones en este campo por parte de los Gobiernos se han centrado (a diferencia, por ejemplo, de Singapur) en datos integrados y no personificados, con respeto al reglamento europeo RGPD.
  • Reforzamiento de las posiciones “nosotros primero”, frente a la cooperación global o al menos regional, puede llevar a mayor nacionalismo y proteccionismo. La importancia de Europa a este respecto.
  • Rechazo aún mayor a la inmigración. Especialmente en Europa si la crisis del coronavirus entra con fuerza en África y retrasada en el tiempo. Regreso de las fronteras en Europa. Pero es viable que el mercado interior y Schengen se preserven, aunque con restricciones hasta que se controle bien la pandemia.
  • También existe la oportunidad para fuerzas que postulen una fuerte intervención del Estado multinivel, que no menosprecie la aportación de científicos y expertos, y que ponga por delante la idea de que somos una sola humanidad, ampliando los instintos básicos de la especie humana por la cooperación.
  • Se va a plantear, de un modo general, un cuestionamiento del modo en que funcionan los Estados. En España se puede plantear una crisis del sistema autonómico que, en este caso sanitario, ha puesto de manifiesto algunos malfuncionamientos debido a un reparto de competencias en el que el gobierno central no podía saber de qué medios sanitarios disponían las Comunidades, responsables de ellos, ni imponer criterios hasta la declaración del estado de alarma.

Cuarto eje, geopolítica: ¿conflicto/cooperación?

La competencia geopolítica, y las razones que la sustentan, no se ha detenido con el coronavirus. Dependiendo de la profundidad y duración de la crisis puede llevar a un mundo más cooperativo o a otro más dividido. O a una tensión continua entre ambas pulsiones por un tiempo indefinido.

  • Aunque el poder es algo también relativo, en términos absolutos, todas las potencias o grupos de potencias, van a salir debilitadas de esta crisis. Podemos asistir a una mayor o menor competencia geopolítica, pero basada en potencias más débiles, con tentaciones, quizá, pero con menos capacidades de actuar por sí solos.
  • Aceleración del desorden global. Las estructuras existentes no funcionan.
  • Aceleración del proceso de desoccidentalización que ya estaba en curso debido al auge de Oriente (que se puede, sin embargo, ver frenado pero no invertido, con la crisis) y a la incoherencia interna de Occidente. ¿Nos volveremos más asiáticos en general, más comunitaristas, menos individualistas?
  • Una desoccidentalización acelerada puede llevar a una deseuropeización, incluso al colapso de la UE si no sabe reaccionar conjuntamente o, por el contrario, a nuevos avances, económicos y geopolíticos, en la integración europea.
  • Pese a la cantidad de emigrantes y refugiados que quieren venir a Europa, la imagen de Europa estaba ya deteriorada. Ninguna otra región del mundo se planteaba seguir su modelo de integración. La manera de gestionar la crisis sanitaria contribuye a esta mala imagen, y a su pérdida de influencia en un mundo que ha perdido su eurocentrismo. La manera en cómo gestione la crisis económica puede ayudarla a recuperar prestigio e influencia, pero la UE va a tener que dedicar sus esfuerzos a salir de la crisis interna. La UE tendrá peso en el mundo en la medida en que haya sabido resolver sus problemas internos y salir de la crisis de un modo coordinado, integrado y solidario. De otra manera, la idea de la UE más “geopolítica”, o de “soberanía estratégica”, carecerá de toda credibilidad. En cuanto al Brexit, no quedará más remedio que ampliar el período transitorio.
  • El liderazgo estadounidense ha estado ausente (a diferencia de la epidemia de Ébola con Obama). Un factor que va a ser decisivo en los escenarios a medio plazo es si en noviembre Trump va a ser reelegido o no, pues la crisis del coronavirus se ha convertido en un factor de enorme incertidumbre. Aunque un Trump pragmático puede cambiar en algunos de sus planteamientos, un demócrata como Joe Biden en la Casa Blanca en enero próximo (con una mujer vicepresidenta que pueda sustituirle en cualquier momento si es necesario) podría impulsar una visión más multilateral, con más atención a la importancia de los aliados para EEUU, pero que aún mantendrá sus reticencias frente a Rusia y frente a China. No cabe descartar un nuevo internacionalismo como el que intentó, pero no consiguió, Woodrow Wilson y que sí logró Franklin D. Roosevelt poner en marcha antes incluso de que terminara la Segunda Guerra Mundial, y que parta de la salud. Una hipotética reelección de Trump, por el contrario, agravaría los problemas de gobernanza global y de relación entre aliados y aumentaría el antagonismo con China.
  • La competencia EEUU-China seguirá siendo un factor estructurador del (nuevo) orden global, sobre todo en materia de dominio de tecnologías e ideologías. China, tras su gestión de la crisis sanitaria, ha visto una oportunidad para reforzar su imagen (y su utilidad) internacional, aunque a medida que se sepa más, la imagen puede cambiar. China, sin embargo, tiene grandes problemas económicos y sociales internos que pueden socavar las capacidades financieras de que disponga para algunos de sus instrumentos geopolíticos, como la Iniciativa de la Ruta de la Seda (BRI en inglés). En todo caso, el centro de gravedad del mundo seguirá desplazándose hacia Oriente, incluso en términos ideológicos.
  • En esta crisis, la ONU ha estado completamente ausente. Sólo una recuperación de la confianza entre las grandes potencias podrá poner en marcha la centralidad de su Consejo de Seguridad. La OMS se ha demostrado insuficiente, es necesario un Sistema Global de Salud.
  • El G20 funcionó en 2018 porque hubo liderazgo estadounidense, británico y francés (frente al actual, saudí). Esta vez, está quedando como un marco sin verdadera capacidad de coordinación, aunque la puede recuperar, como se ha señalado, para la salida de la crisis.
  • La crisis está poniendo de relieve la necesidad de una gobernanza (nacional, internacional y global) multinivel o inductiva, es decir, más compleja, con diversos actores –Estados y organizaciones de Estados, empresas, ciudadanos, ONG, etc.–, participando en ella, pues lo público por sí solo no basta.
  • La necesidad de priorizar la ayuda nacional a los desfavorecidos mermará aún más la cooperación al desarrollo –europea, nacional y general– y pone aún más en tela de juicio el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030.
  • Cuidado con el abandono de África, vecina y el continente con mayor desarrollo demográfico, especialmente en unos momentos de cierres de fronteras y consecuente aumento de la desigualdad social y de frenazo a la actividad económica con sectores informales importantes afectados sin redes de protección (como también en América Latina y en partes de Asia). La migración se ha parado (pero hay un peligro si aumenta todavía más la intrarregional en África, que ya era la más fuerte: descontrol y mayores contagios, y se produce una huida). No es evidente que se va a reanudar. Esta crisis puede llevar a una multiplicación de Estados fallidos en nuestra vecindad y en la región MENA con los riegos y peligros que conlleva.
  • Las economías emergentes en América Latina ya han empezado a sufrir. Han tenido bruscas salidas de capitales y depreciación de sus monedas y, más allá de la debilidad de sus sistemas sanitarios, no pueden aguantar el parón económico que les viene, también dada la importancia de sus sectores informales. Es previsible que se den crisis de balanza de pagos y rescates, frente a lo cual el Fondo Monetario Internacional (FMI). Son previsibles crisis políticas.
  • La caída de los precios del petróleo, derivada del parón industrial y social y de la competencia entre Rusia y Arabia Saudí, junto con la de otras materias primas, tendrá un impacto económico y geopolítico en los países productores. Rusia parece tener mejores reservas financieras para resistir esta situación.
  • Los esfuerzos en la lucha contra el cambio climático se pueden ver relajados, aunque la crisis y la desglobalización puede contribuir a mejorar la situación medioambiental, y a demostrar que algo se puede hacer y a pedir hacer más para frenar el cambio climático. La consciencia de la necesidad de intervención pública para enfrentarnos a riesgos puede ayudar a poner en pie una infraestructura institucional que facilite intervenciones para frenar el cambio climático.
  • Como ya se ha mencionado, va a crecer también un apoyo a una cierta desglobalización, y a un nacionalismo. Estos momentos son delicados desde el punto de vista de la seguridad que pueden llevar a conflictos de varios tipos. No es conveniente socavar las políticas de defensa.
  • La renovada dependencia en la vida –económica y social– online, va a llevar a dar una mayor importancia en la ciberseguridad en todos los países. También en la posibilidad de ataques biológicos y bioterrorismo y la necesidad de defensas frente a ellos.

Conclusiones

Tres escenarios

Como se señalaba en la introducción, los escenarios –o paisajes– son múltiples, pero en aras de la simplificación y como figuras ilustrativas establecemos tres escenarios base, simples frente lo que es una enorme complejidad.

Escenario 1: “sálvese quien pueda”

Duración larga y profunda tanto de la crisis sanitaria como de la económica. Diacronía global de la crisis, que puede alargar la recuperación, y generar una crisis del sistema financiero y llevar al desempleo por encima del 30% en los países avanzados. Falta de coordinación y solidaridad internacional. Levantamiento de las políticas de confinamiento para reactivar la economía, con un elevado coste humano. Desglobalización (My country first). Malestar social y reforzamiento de populismos y de regímenes autoritarios. Socavamiento de las democracias por derrumbe de las clases medias. Caos global. Desoccidentalización y deseuropeización. Multiplicación de Estados fallidos en nuestra periferia. Riesgos de revueltas sociales y, eventualmente, conflictos armados.

Escenario 2: “inteligencia colectiva internacional”

Duración medio-larga de la crisis sanitaria. Colaboración internacional público-privada en la lucha contra el virus (medios sanitarios, apps, tratamientos y vacuna) y en la salida de la crisis económica. Coordinación en el G20 para estímulos fiscales y puesta en pie (en la ONU) de un sistema global de salud. Reforma del capitalismo, con mayor papel de lo público. Protestas sociales contenidas gracias a ayudas directas y a líneas de créditos para las empresas. Mayor integración europea, con las instituciones financieras y las políticas trabajando en el mismo sentido. Desglobalización limitada. Recuperación en la confianza en los gobiernos, y, en sistemas abiertos en la democracia. Contención del enfrentamiento geopolítico entre EEUU y China, y con Rusia, e incluso cooperación. Cooperación con Irán. Puede crecer el sentimiento de una sola humanidad. Desarrollo de un nuevo contrato social que integre más actores, y con más y mejores políticas públicas, que lleve a una menor desigualdad.

Escenario 3: “paso a paso y salir del paso”

La crisis tiene una duración media corta. Hay cierta cooperación internacional en el plano sanitario, pero no existe coordinación en el terreno fiscal-económico. La economía en España y en el conjunto de Europa empieza a reactivarse lentamente, pero no vuelve al estado anterior a la crisis, se queda por un tiempo en una situación de depresión. Protestas sociales por los altos niveles de desempleo que se mantienen sine die pero sin un colapso del sistema. Diacronía global en la extensión y control de la pandemia que impide reactivar los flujos globales. Más nacionalismo y proteccionismo. Europa se queda a medias. Funciona el BCE, el BEI y la Comisión, pero el Consejo Europeo no logra coordinarse y actuar de forma integral ante un estímulo fiscal conjunto. No se producen avances sustantivos en la integración europea.

Es evidente que el escenario más favorable es el segundo, y el más desfavorable, el primero. El resultado probable de una “nueva normalidad” es un mix. Este era un análisis inicial y precario de posibles tendencias, no un policy paper en el que proponer opciones de políticas públicas y privadas a seguir.

Andrés Ortega, Investigador Sénior Asociado, Real Instituto Elcano | @andresortegak


1 Este análisis proviene de reflexiones personales y numerosas fuentes que sería demasiado largo citar. Quiero agradecer los comentarios y aportaciones de José Balsa-Barreiro (MIT), de Raquel Jorge-Ricart (George Washington University), de Federico Steinberg (Real Instituto Elcano) y de Francesc Trillas (UAB).

2 Richard Baldwyn (2019), The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics, and the Future of Work, Weidenfeld & Nicolson.

3 Kenneth Scheve & David Stasavage (2016), Taxing the Rich: A History of Fiscal Fairness in the United States and Europe, Princeton University Press.

4 Joan Costa i Font (2020), “The EU needs an independent public health authority to fight pandemics such as the COVID-19 crises”, Vox, 2/IV/2020.

5 BusinessInsider.

6 Raghuram Rajan (2019), The Third Pillar – How Markets and the State Leave the Community Behind, Penguin Press, 2019.

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