Corregir el pasado

Me entero ahora de que Diez negritos, la novela de Agatha Christie que tantos adolescentes leímos en la vieja edición de Molino, ya no se titula Diez negritos sino Y no quedó ninguno. El libro apareció en Gran Bretaña con el título de Ten little niggers, tomado del primer verso de una canción infantil del estilo de nuestro Cinco lobitos tiene la loba. Corría el año 1939. La editorial estadounidense consideró que el título original británico podía ofender a la población negra y decidió sustituirlo por And then there were none, últimas palabras de esa misma canción infantil. La solución parece que no acabó de convencer, y pronto la novela volvió a ser bautizada, ahora como Ten little indians, un título más cercano al original. Tres títulos distintos para un mismo ente: casi como el misterio de la Santísima Trinidad.

En fin, la versión inglesa iba y venía de un título a otro, y mientras tanto la española se mantenía inalterable como Diez negritos. A diferencia de ese niggers de tufillo supremacista, no parecía que la palabra negritos pudiera molestar a nadie. Eso fue así durante sesenta y tantos años, hasta que, a principios de este siglo, el viejo título levantó algunas suspicacias y los editores decidieron cambiarlo por ese Y no quedó ninguno que a mí me suena tan rebuscado. Por lo visto, ese negritos que siempre nos había parecido neutro estaba empezando a adquirir tintes racistas. También en la Inglaterra de 1939 la palabra nigger seguía siendo inofensiva, apropiada para nanas y canciones infantiles, y simultáneamente en Estados Unidos se estaba convirtiendo en un término cargado de connotaciones peyorativas. Las palabras, como los seres vivos, cambian y evolucionan. Si en el pasado era preceptivo ir a caballo para que te consideraran caballero, hace tiempo que ya no. ¿En qué momento la palabra negritos perdió la inocencia y se volvió racista? ¿O tal vez lo había sido siempre pero nosotros no lo percibíamos como tal? (Observación: de ser así, los que de niños postulábamos para los chinitos estábamos también siendo racistas sin saberlo).

Recientemente se ha sabido que, para no herir sensibilidades, el Rijksmuseum de Amsterdam ha decidido modificar los títulos de unas trescientas obras de su colección. El propósito es eliminar términos considerados despectivos, como negro, moro, enano o esquimal. Un óleo del holandés Simon Maris titulado Jovencita negra figura ya como Mujer joven con un abanico. Volvemos a lo mismo: ¿en qué momento eso de jovencita negra empezó a resultar inaceptable? No podemos evitar proyectar nuestros valores y códigos de conducta sobre las épocas pasadas, sin duda menos escrupulosas que las actuales. La condena del colonialismo es uno de esos valores que la cultura democrática ha consagrado universalmente y está bien que la promovamos, pero con esos retoques cosméticos corremos el riesgo de crear una versión pasteurizada del pasado y, en último término, de falsearlo.

Más retoques. En el 2005, la Biblioteca Nacional Francesa editó un catálogo ilustrado con la foto de un Jean-Paul Sartre al que previamente habían borrado el cigarro que sostenía entre los dedos, y cuatro años después una campaña de publicidad convirtió la característica pipa de Jacques Tati en uno de esos molinetes de papel que suelen ponerse en los balcones... El culto a la salud, que hace sólo unas décadas era irrelevante en nuestra sociedad, se ha convertido en un valor o un principio indiscutible, y basta con invocarlo para legitimar casos tan flagrantes de manipulación. Lo mismo podría decirse de la lucha contra el maltrato animal, que ha justificado algunos episodios recientes de censura: en esta Barcelona que en un pasado no muy lejano fue tan taurófila, el Consistorio de Xavier Trias vetó un cartel con la imagen de un torero tuerto y, poco después, el de Ada Colau hizo lo mismo con la fotografía de un torero daliniano... No nos basta con construirnos un pasado en el que no haya existido la explotación colonial. Queremos también que ese pasado esté limpio de todo aquello que nos disgusta: del humo del tabaco, de las corridas de toros.

Me pregunto cómo se juzgará en el futuro este presente nuestro. Luis Buñuel decía que le gustaría resucitar un día cada diez años para acercarse al quiosco, comprar algunos periódicos y enterarse de lo que durante ese tiempo ha ocurrido en el mundo. Yo pediría lo mismo pero no para ponerme al corriente de las guerras y los desastres, sino para averiguar qué cosas que ahora nos parecen incuestionables resultan no serlo tanto. Del mismo modo que desde el presente estamos corrigiendo aspectos del pasado, desde ese futuro estarán corrigiendo aspectos del presente. Me encantaría resucitar un día cada cierto tiempo sólo para saber qué nuevos vetos y prohibiciones se habrán impuesto, qué títulos de novelas o cuadros habrán sido modificados, qué hábitos ahora aceptados se habrán vuelto censurables, qué aclamados prohombres habrán desaparecido del nomenclátor callejero, etcétera, etcétera.

Ignacio Martínez de Pisón

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