Corrupción de los sentimientos morales

¿Por qué personas con un elevado estatus político, empresarial o social están dispuestas a asumir el riesgo de perderlo involucrándose en actividades de corrupción? Esta fue la cuestión central de un inédito encuentro celebrado el pasado fin de semana en Sevilla, en la universidad pública Pablo de Olavide, organizado conjuntamente por el Grup Set -una asociación catalana de mujeres empresarias, directivas y profesionales promovida hace 30 años por Adela Subirana y presidida ahora por la empresaria Núria Basi-, el Centro de Debate y Desarrollo -fundado y presidido por el empresario sevillano José Moya- y la Fundación Astigi, presidida por Beatriz Igartua.

El hecho de que instituciones tan diversas en su origen geográfico se pongan de acuerdo en reunirse es de por sí singular. Pero que además lo hayan hecho para abordar el vidrioso tema de la corrupción y las terapias para erradicarla es ya para nota.

El análisis de la corrupción no se limitó al ámbito de la política, sino que abordó también la corrupción en el mundo de la empresa y de los negocios, sectores en los que desenvuelven su actividad profesional la mayor parte de los participantes en el encuentro. Solo practicando la ejemplaridad propia puede la sociedad civil ser exigente con los comportamientos políticos corruptos.

Otra de las novedades del encuentro fue el análisis de las causas de la corrupción. Lo habitual es atribuir las conductas individuales corruptas a la avaricia y al deseo de enriquecimiento personal. Es decir, ver la corrupción como el resultado de conductas individuales desviadas que utilizan en beneficio propio el poder que se tiene dentro de una organización, ya sea una empresa, un banco, un partido político, un gobierno o una administración pública.

Pero los participantes en el encuentro de Sevilla fueron más allá. Plantearon la corrupción como una quiebra de los sentimientos morales de la sociedad o, al menos, de una parte de ella. La idea fue que la amplitud que ha alcanzado la corrupción en nuestro país solo es posible si opera en un entorno social en el que la exigencia ética se ha debilitado.

¿Qué puede haber causado esta laxitud ética? Hay varios factores. La etapa de euforia económica vino acompañada de un aumento espectacular del gasto público y de actividades económicas proclives a la corrupción. En este sentido, una parte de la corrupción es como la espuma de las aguas turbulentas de la euforia económica. Por otro, apareció una adulación acrítica de la riqueza fuesen cuales fueren sus fuentes. Y, asociada a esa admiración por la riqueza, se extendió entre las élites una ética nihilista consistente en creer que todo vale a la hora de enriquecerse.

Esa ética nihilista se apoyó en dos falsas creencias económicas. Una fue la idea de que el mercado lo permite todo, olvidando que el mercado no puede funcionar sin una elevada exigencia ética y una buena regulación. Otra idea, muy extendida en el mundo de las escuelas de negocios y de la consultoría, fue que el objetivo único de cualquier empresa es generar valor al accionista, olvidando a los otros interesados en la buena marcha de las empresas.

La corrupción de los sentimientos morales de las élites fue el caldo de cultivo en el que se desarrolló la corrupción que ahora vemos en los tribunales. Este clima moralmente laxo ofrece una respuesta a la pregunta que planteé al inicio: muchas personas arriesgaron su posición y su reputación porque creían que todo valía y que no hacían nada malo.

¿Cuál es la terapia adecuada para erradicar la corrupción? Para saberlo es útil ver lo que ocurre con las enfermedades, ya sea la obesidad excesiva, el cáncer de colon o cualquier otra. Cuando la enfermedad ya se ha presentado hay que erradicarla, utilizando para ello los medios del sistema sanitario. Pero cuando se trata de prevenirla, el mecanismo no es el sistema sanitario sino un buen sistema de salud basado en la educación y en el fomento de las prácticas saludables. Lo mismo ocurre con la corrupción. Cuando se trata de erradicar conductas que ya se han producido hay que utilizar el sistema judicial y penitenciario, que es el equivalente del sistema sanitario. Pero cuando se trata de prevenirla hay que disponer de un buen sistema de salud moral, basado en la educación en valores en el seno de la familia y la escuela, en una elevada exigencia ética de la sociedad civil y en la existencia de un buen gobierno de las organizaciones.

Solo erradicando la corrupción de los sentimientos morales se puede erradicar la corrupción política y empresarial que hoy vemos en España. Ese es el reto que se han planteado las organizaciones de la sociedad civil catalana y andaluza que se han reunido en Sevilla.

Antón Costas, Catedrático de Política Económica (UB)

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