Corrupción sin escándalo

La noche electoral del 27-M el alcalde de Alhaurín el Grande, Juan Martín Serón, detenido hace cinco meses en Marbella y en libertad bajo fianza, celebró una rotunda victoria tras haber ampliado su mayoría absoluta. Ocurrió lo mismo en Alicante, en Andratx, en Castellón, en Vall d'Alba, en Las Navas del Marqués, en decenas de topónimos asociados a la venalidad. Las sospechas de corrupción no han devuelto a casa a sus rostros más conspicuos; de hecho, incluso les ha premiado.

Probablemente se habían sobrevalorado las expectativas de regeneración a través de las urnas. Pero la hipótesis del voto higiénico está lejos de confirmarse. En un artículo sobre 'La repercusión electoral de los escándalos políticos' publicado en la 'Revista Española de Ciencia Política', el profesor Jiménez Sánchez, un acreditado experto en la materia, concluía que «los escándalos tienen cierta influencia sobre el voto, pero su impacto no suele ser pronunciado y, en muchas ocasiones, no da lugar a la derrota del candidato o el partido afectado». Su escrutinio se extendía a Estados Unidos, Francia, Japón, México o Grecia, además de España. El efecto del escándalo en el voto requiere, según esa tesis, seis factores: 'conocimiento' del votante; 'evaluación negativa' de la acción; 'atribución de responsabilidad' al candidato o partido; 'atribución de relevancia' al caso; 'visualización de una alternativa' para votar a otro partido y 'consistencia' del paquete de factores previos.

Esto no es fácil en ningún lugar. Desde luego, no en España, donde los triunfadores, a pesar de las sombras de corrupción, parecen beneficiarse de dos cromosomas políticos muy característicos del código genético nacional: una cultura democrática de escasa musculatura ética y una flexibilidad muy limitada del electorado para reorientar su voto.

La indisposición al voto alternativo obedece a preferencias fuertemente partidarias, claro está, pero también a la convicción de que un cierto grado de corrupción forma parte del sistema. Un votante en la Costa del Sol puede fijarse en localidades colindantes del PP y del PSOE sin observar sustanciales diferencias. No hay una caracterización ideológica del urbanismo. Y la condena social se atenúa al considerar que el urbanismo nutre la mitad de la deficiente financiación municipal. En un ciclo expansivo, supone un incremento de las inversiones y del bienestar, por lo que pocos parecen dispuestos a renunciar a ello, convencidos de que hacerlo sólo trasladaría los beneficios a las localidades vecinas.

Ante esa indulgencia social, los partidos parecen haber renunciado a asumir ellos la tarea de limpieza. Como sostiene José María Maravall en 'El control de los políticos', el electorado «recompensa a los malos agentes que tengan un partido disciplinado» porque la disciplina interna, la fortaleza de la organización, es un valor central en el aprecio del electorado. Y viceversa. Esto parece confirmarse con los casos de alcaldes expulsados por el PSOE en Ciempozuelos o Catral, localidades donde los socialistas han perdido, siendo además despojados de votos por los nuevos partidos creados por esos ex militantes. Por el contrario, el PP ha logrado mantener todas sus plazas bajo sospecha mediante una estrategia defensiva. Quedaba patente en la respuesta de Eduardo Zaplana al reciente escándalo de la mano derecha de Carlos Fabra en Vall d'Alba: lejos de mostrar preocupación y comprometerse a investigar, elogió a una «excelente persona» y gran «hombre de partido» descartando sin más cualquier polémica. Francisco Martínez ha conservado, en las urnas del 27-M, más de dos tercios del voto. Queda claro que el electorado premia la consistencia de la organización antes que otros valores.

Puede haber corrupción, pero no hay escándalo. El escándalo requiere que haya indignación social ante la violación de la confianza otorgada, y es exactamente lo que parece faltar a juzgar por los resultados electorales. No hay que descartar, además, un cierto efecto bumerán por el tratamiento de determinados episodios. El caso de Marbella, de hecho, ha proyectado una imagen tan histriónica, tan llena de excesos al borde permanente de la astracanada que, más que servir de acicate a la conciencia colectiva, quizá ha terminado por narcotizar el sentido crítico. La forma de visibilidad mediática es un factor esencial en la naturaleza del escándalo, como sostiene John B. Thompson. La 'operación Malaya' parece alejarse de una respuesta ética porque el 'homo videns' -que, según Sartori, ha reemplazado al 'homo sapiens' frente al televisor- pierde la inteligencia moral, contempla todo esto como un espectáculo antes que como un tumor en la cultura democrática.

Teodoro León Gross, profesor de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Málaga.