Cortar el acceso de China al dólar

La recientemente anunciada “fase uno” de un acuerdo entre Estados Unidos y China se ha presentado como un importante avance hacia una solución integral para la guerra comercial desatada hace más de un año. Pero no se crea que el presidente estadounidense Donald Trump está dispuesto a abandonar su política de enfrentamiento con China. En realidad, la administración Trump se dispone a iniciar otro conflicto estrechamente relacionado, ahora en torno de los flujos financieros.

En una economía mundial altamente integrada, el comercio internacional y las finanzas son dos caras de una misma moneda. Las transacciones comerciales transfronterizas dependen de un sistema internacional de pagos funcional y de una sólida red de instituciones financieras que quieran y puedan otorgar crédito. Esta infraestructura financiera se construyó en torno del dólar estadounidense, la divisa internacional más líquida y negociable.

La posición del dólar como principal moneda de reserva global otorgó a Estados Unidos lo que Valéry Giscard d’Estaing, siendo ministro de finanzas de Francia, calificó de “privilegio exorbitante”: Estados Unidos puede emitir dinero casi sin costo alguno y usarlo para adquirir bienes y servicios en todo el mundo. Y a esto se suma la influencia exorbitante que obtuvo este país sobre el resto del mundo con la apertura de los mercados de capitales globales.

Hoy, cerca del 80% del comercio internacional se factura y paga en dólares, y la mayor parte de las transacciones internacionales terminan liquidándose a través del sistema financiero estadounidense. Cada día, por la red de la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (SWIFT) euroestadounidense, pasan unos 16 millones de órdenes de pago. De modo que las restricciones estadounidenses a los flujos de capitales repercuten mucho más que cualquier arancel. Y sin embargo, para imponerlas basta invocar la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacionales (IEEPA) de 1977, que permite al presidente de los Estados Unidos declarar una emergencia nacional y aplicar una variedad de herramientas económicas en respuesta a amenazas inusuales o extraordinarias.

La IEEPA sentó la base legal para muchos programas de sanciones estadounidenses, y diversos presidentes la han usado mayoritariamente para bloquear transacciones y congelar activos. Por ejemplo, en los ochenta, el presidente Ronald Reagan emitió una orden ejecutiva según la IEEPA que bloqueó todos los pagos a Panamá después de que un golpe de Estado puso a Manuel Noriega en el poder. (Los fondos con destino a Panamá se desviaron a una cuenta en custodia en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York.)

Trump (que se ha mostrado más que dispuesto a declarar “emergencias” cuando le conviene) citó la IEEPA muchas veces, incluso para justificar aranceles a las importaciones desde México y afirmar su autoridad para exigir a las empresas estadounidenses que “empiecen inmediatamente a buscar una alternativa a China”. Y con la esperanza de sacar del cargo al presidente venezolano Nicolás Maduro, usó la IEEPA para congelar activos de la petrolera estatal PDVSA.

Trump también prohibió a inversores estadounidenses comprarle títulos de deuda al gobierno venezolano o negociar con acciones de cualquier entidad de la que tenga participación mayoritaria. Al mismo tiempo, dio a Juan Guaidó (el presidente interino con respaldo de Estados Unidos) acceso a los activos del gobierno venezolano que están bloqueados en la Fed desde que su predecesor, Barack Obama, los congeló en 2015.

Contra lo que suele creerse, Trump no impuso más sanciones que sus antecesores. Pero ideó formas particularmente creativas (a menudo basadas en la desproporcionada influencia financiera de los Estados Unidos) para garantizar que las medidas de su administración generen el mayor daño posible, sin importar el efecto sobre terceros. Por su parte, Rusia enfrenta no sólo los habituales congelamientos de activos y frenos a las transacciones, sino también límites al acceso al sistema bancario estadounidense y la prohibición de participar en contrataciones públicas.

Todo indica que China (que ya enfrenta una caída de sus exportaciones, falta de inversión, debilidad del consumo y desaceleración del crecimiento) será la próxima. Se dice que la administración Trump está analizando restringir los flujos de cartera estadounidenses a China, lo que incluiría prohibir a fondos de pensiones estadounidenses invertir en los mercados de capitales chinos, excluir a las empresas chinas de las bolsas estadounidenses y limitar su acceso a índices bursátiles gestionados por empresas estadounidenses. La forma de implementar esas políticas (que no sería tarea menor) no está clara. Pero la falta de estrategias definidas jamás fue un obstáculo para Trump, especialmente a la hora de usar resortes económicos en pos de objetivos geopolíticos.

Esta modalidad puede funcionar en el corto plazo, pero tarde o temprano Estados Unidos pagará las consecuencias. La reiterada instrumentalización del dólar como arma a la que apeló la administración Trump debilita la confianza de los tenedores de activos con verificación estadounidense basados en esa moneda. ¿Cuántas empresas extranjeras querrán cotizar en una bolsa estadounidense sabiendo que pueden ser excluidas arbitrariamente? ¿Cuántos ciudadanos de otros países mantendrán sus activos en bancos de Estados Unidos si pueden quedar congelados como consecuencia de cualquier escaramuza geopolítica?

La creciente desconfianza en Estados Unidos impulsará más pedidos de una reforma monetaria internacional, como propone China hace una década. Esto tal vez suponga una ampliación del papel internacional de otras monedas, por ejemplo el euro o, si China consigue lo que pretende, el yuan. También puede llevar a la creación de un sistema monetario alternativo, centrado en las necesidades de los países en desarrollo, especialmente los exportadores de petróleo y materias primas.

Al ampliar la vinculación del interés económico con la seguridad nacional, Trump alienta la desconexión de las dos economías más grandes del mundo y el surgimiento de un orden mundial bipolar liderado por potencias hegemónicas rivales. Esto, además de fragmentar el sistema comercial y financiero en el que se basó la economía mundial por décadas, puede sentar las bases para un conflicto devastador.

Paola Subacchi, Professor of International Economics at the University of London’s Queen Mary Global Policy Institute, is the author of The People’s Money: How China is Building a Global Currency. Traducción: Esteban Flamini.

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