Cortar el flujo de combatientes a ISIS

La caída de Alepo el mes pasado bajo las fuerzas del presidente sirio Bashar al-Assad (con apoyo de Rusia), reanimó la discusión sobre si será posible poner fin a la guerra civil. Pese al reciente armisticio general entre las fuerzas de Assad y la mayoría de los grupos rebeldes (del que Turquía y Rusia son garantes), casi todos coinciden en que el fin del conflicto aún está lejos. Después de todo, Estado Islámico (ISIS) no acordó nada y no va a hacerlo.

Que la guerra en Siria no terminará hasta que ISIS sea derrotado es totalmente cierto. Pero la creencia (que muchos sostienen) en que la caída de Raqqa (autoproclamada capital del califato) bastará para lograr ese objetivo es un error.

Es verdad que Raqqa es, en palabras del historiador francés Jean-Pierre Filiu, “el centro de comando operativo” de los atentados terroristas de ISIS, por ejemplo el asesinato de doce personas en una feria navideña en Berlín el mes pasado, o la matanza de 39 en una discoteca de Estambul en Año Nuevo. Pero concluir, como Filiu y otros analistas, que la caída de Raqqa es la clave para poner fin a los atentados en Europa es confundir las causas, los síntomas y las soluciones de la guerra civil siria. Si bien las perspectivas de ISIS en el corto plazo están ligadas sin duda a la suerte que corra Raqqa, es probable que la supervivencia e influencia de la milicia a largo plazo se decidan a miles de kilómetros de allí.

Puede decirse que el semillero de ISIS es Arabia Saudita: es el país de origen del segundo contingente más numeroso de combatientes extranjeros en Siria e Irak. Esto se debe en gran medida a una identidad moldeada por dos acontecimientos históricos fundamentales.

El primero fue la adopción por parte de Muhammad ibn Saud (fundador del primer Estado saudita) de las ideas radicales “puritanas” de Muhammad ibn Abd al-Wahhab a mediados del siglo XVIII; ideas que más tarde serían denominadas “wahabismo” y que siguen definiendo la política y la sociedad sauditas. El segundo acontecimiento fue la decisión del rey Abdulaziz, en los años veinte, de institucionalizar la visión wahabita original. Para muchos sauditas, el ascenso de ISIS representa un regreso a los auténticos orígenes del proyecto saudita-wahabita.

Y de hecho, el núcleo de la ideología de ISIS es wahabita. En las áreas de Irak y Siria que tiene bajo su control, ISIS distribuye copias de textos de Al-Wahhab; y se basa en muchas de sus enseñanzas más significativas. De modo que desde un punto de vista ideológico, derrotar a ISIS demanda encarar el papel y el legado del wahabismo en Arabia Saudita.

Desde un punto de vista operativo, el futuro de ISIS se decidirá en gran medida en Túnez, país de origen de la mayoría de los combatientes extranjeros en Siria e Irak (y del autor del atentado en Berlín). Esto es en parte reflejo de la incapacidad de las autoridades para producir oportunidades económicas suficientes para su población joven, justo cuando la incipiente transición democrática del país genera más expectativas. Como me explicó en 2015 Shams Talbi, un residente de 55 años de edad de la empobrecida ciudad de Kasserine: “muchos jóvenes por aquí consideran a ISIS un medio para recuperar la dignidad”.

De modo que para reducir el flujo de nuevos combatientes a ISIS es necesaria la integración económica y social de las regiones marginalizadas. De lo contrario, siempre habrá jóvenes tunecinos (y de otros países) tan desesperados que grupos criminales como ISIS les parezcan los medios de igualación socioeconómica más fiables.

El futuro de ISIS también depende mucho de Francia, el país europeo que más combatientes suministra a la milicia (algo que probablemente derive de la agresividad de su secularismo). Francia es uno de los dos únicos países europeos (Bélgica es el otro) que prohíbe el velo completo en las escuelas públicas. Y es el único país de Europa occidental (además de Bélgica) que no obtiene la mejor calificación en democracia según el informe Polity. El setenta por ciento de la población carcelaria en Francia es musulmana. Todo esto facilita el trabajo de los reclutadores de extremistas.

El último determinante clave de la supervivencia de ISIS será la voluntad de diversos países, sobre todo en Occidente (y especialmente Estados Unidos) para reconocer de una buena vez que regímenes opresivos como los de Arabia Saudita y Egipto son parte del problema, no de la solución. Como exclamó un exgeneral israelí en 2015 frente a Michael Oren, exembajador de su país en Estados Unidos: “¿Cuándo aceptarán la verdad los estadounidenses? Para defender la libertad de Occidente, deben mantener la tiranía en Medio Oriente”.

La caída de Raqqa sería una gran victoria contra ISIS, pero no supondrá el final de la milicia ni de sus violentos ataques, que sin duda continuarán, tal vez con otras formas. Para derrotar a ISIS de una vez y para siempre, debemos reconocer (y eliminar) sus muchas fuentes de sustento.

Lorenzo Kamel, a historian at the University of Freiburg’s Institute for Advanced Studies (FRIAS), is a senior fellow at the Istituto Affari Internazionali (IAI) and a nonresident associate at Harvard University’s Center for Middle Eastern Studies (CMES). Traducción: Esteban Flamini.

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