Cortés, más que un conquistador

Se acerca el final de la exposición «Itinerario de Hernán Cortés», del Centro Arte Canal de Madrid, en la que la figura y la epopeya militar del Cortés «conquistador» queda inevitablemente en primer plano. No tanto su pensamiento social y acción política. La figura de Hernán Cortés se agiganta con el tiempo. El creador de la nación mexicana imitó a su Rey –después Emperador, Carlos V– en todo aquello que su autoridad le permitía: con el reconocimiento de su hijo Martín, que tuvo con doña Marina, símbolo del mestizaje que proponía, y con la construcción de hospitales.

El español de hoy puede admirar nuestros viejos hospitales, ahora reconvertidos en Paradores –como el de los Reyes Católicos y San Marcos de León– o que cumplen otras misiones, como los de la Santa Cruz y Tavera en Toledo. Quizás el Hospital Real de Granada sea el más representativo de los construidos durante el reinado de Carlos V. Al margen de la labor de la Corona, muchos hospitales netamente eclesiásticos añadían a su incipiente sentido sanador la condición de Casa de Misericordia: la beneficencia, generosidad, caridad y entrega de sus miembros dominaba sobre el concepto de asistencia médica.

Ya en aquellos años, el debate sobre las bondades y los inconvenientes de las Casas de Misericordia, como fomento de ocio y mendicidad, constituía un elemento de controversia, que no terminó con el apologético libro de Luis Vives, editado en Oxford en 1523, sobre el socorro de los pobres. La tesis de Vives, contraria a la subvención social, motivó ríos de tinta con la participación de otro oriundo extremeño, Mateo Alemán, autor del «Guzmán de Alfarache», que terminó muriendo en México, quizás en uno de los hospitales de Hernán Cortés.

Un hospital famoso en el siglo XVI que compartía el espíritu religioso y los beneficios reales, de extraordinario prestigio, fue Guadalupe, al que acudían peregrinos y enfermos de todo tipo. En Guadalupe se inició el tratamiento de la epidemia de la época, el «mal de bubas», más tarde llamado sífilis, primero con el palo de guayaco y después con los mercuriales. En Guadalupe estuvo Hernán Cortés en su primer viaje de retorno, haciendo un donativo que aún se conserva. Sospechamos que también estuvo antes de su partida a Indias, a pesar de su juventud.

Construir un hospital fuera del marco real o eclesiástico no era tarea fácil, incluso para los personajes más relevantes de la aristocracia castellana. Lo consiguieron los Cobos, por su proximidad a Carlos V. Años antes, Beatriz Galindo y su marido consiguieron con grandes esfuerzos y demoras, a pesar de su proximidad a Fernando el Católico, crear un hospital como fundación privada, el que hemos llamado Hospital de la Latina durante siglos, hasta que fue derruido en 1930. Su original fachada se conserva en la Escuela de Arquitectura de Madrid.

Después de la conquista de Tenochtitlán (1521), Hernán Cortés comenzó la construcción del Estado mexicano. Creó la Audiencia, dio asilo y presencia a la Iglesia y órdenes religiosas e inició la construcción de dos grandes hospitales: el Hospital de San José, para indios y naturales, y el Hospital de la Limpísima Concepción, hoy conocido como de Jesús Nazareno. Atendía Cortés, con cierta urgencia y con los permisos correspondientes, la necesidad creada por las epidemias de origen europeo que afectaron a los naturales con tanta crudeza y cuyos estragos, sobre todo los motivados por la viruela, fueron extraordinarios.

Nada nos queda del Hospital de San José, demolido para ampliar la avenida de la Reforma. Aquí fue donde, frente a gravísimas epidemias locales, no europeas, se vio la entrega de médicos como Francisco Hernández, el primer autor de la botánica mexicana, médico de Felipe II, junto con otros galenos que forman parte de la historia médica mexicana más gloriosa. Mucho más interés tiene para nuestra crónica el Hospital de la Limpísima Concepción o de Jesús Nazareno, junto al que está la iglesia que debió servir de mausoleo a Cortés, una construcción sencilla, sin pretensiones. En el lateral próximo al presbiterio se encuentran los restos de Hernán Cortés, que han sufrido tal cantidad de traslados que hay motivos para dudar de su autenticidad.

La obra hospitalaria de Cortés no quedó reducida a la ciudad de México. Allí donde estaban sus intereses más directos fundó otros hospitales, como el de Puebla de los Ángeles, que también sigue allí hoy día, como sede del conservatorio y el museo de la ciudad. Hernán Cortés inició construcciones navales en Acapulco que permitieron contar con barcos de suficiente calado para explorar la mar del Sur y viajar a Perú y Filipinas, así como que el «conquistador» descubriese la California y las costas de lo que hoy es llamado el mar de Cortés. También se construyó en Acapulco un magnífico hospital para naturales y gente del mar, donde se inició, años más tarde, la orden de los Bernardinos. La historia hospitalaria de México continúa, al límite de la vida de Hernán Cortés (1547), con la increíble construcción de las «ciudades hospitales» de Vasco de Quiroga, cuyo centro inicial estuvo en Pátzcuaro. Fue la respuesta a las epidemias que el Viejo Mundo transportó primero al Caribe y después al Nuevo Mundo continental. En estos hospitales trabajaron médicos castellanos, pero se fomentó el cuidado de la medicina mexicana y de sus sanadores.

Con Hernán Cortés, en verdad y en justicia, puede repetirse sin reparos el elogio dirigido a los grandes hombres de la Antigüedad, más próximos a la mitología que a la historia: descubrió nuevas tierras, fundó ciudades, construyó puertos, abrió vías comerciales, generó prosperidad, propicio el mestizaje y, además, entre otras muchas admirables cosas, construyó hospitales.

Remigio Vela Navarrete es catedrático de Urología de la Universidad Autónoma de Madrid.

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