Cortés-Moctezuma, primer encuentro

Hoy, hace 500 años, Hernán Cortés y sus hombres, llegaron a Tenochtitlán, el centro del imperio mexica. El primer encuentro del emperador Moctezuma y del gran capitán español cabe compararlo a la convergencia de visitantes de dos galaxias diferentes tras una larga travesía del universo.

Moctezuma había hecho intentos para disuadir a Cortés de su difícil y peligroso avance a Tenochtitlán: el tlatoani (emperador en náhuatl) envió preciosos regalos a los presuntos emisarios del dios Quetzalcóatl, más que nocivos según la leyenda, para convencerles de no alcanzar su ciudad capital. Pero todo fue inútil y finalmente arribó un ejército compuesto por cuatrocientos españoles y miles de indígenas ya asociados a Cortés: totonacas, zautlatecas, tlaxcaltecas y cholultecas.

La ruta de los españoles desde la Villa Rica de la Veracruz se había cubierto entre el 16 de agosto y el 8 de noviembre de 1519, en noventa y dos días de esfuerzos, mediando combates, penurias e incertidumbre, con problemas de falta de agua y otros suministros esenciales. Sobrevivir y llegar a la ciudad lacustre constituyó de por sí toda una proeza, expresiva de la capacidad organizativa de Cortés y sus capitanes.

Cortés-Moctezuma, primer encuentroEn una de las calzadas de acceso a la ciudad, Moctezuma esperaba al misterioso visitante, acompañado de unos doscientos señores de su corte: el tlatoani descendió de las andas en que le transportaban y se adelantó a recibir a su huésped, que bajó de su espléndido corcel.

Hubo parlamentos ceremoniales a través de los lenguas o intérpretes, Aguilar y Malinche. Y en ese encuentro personal, Cortés le puso a Moctezuma un collar al cuello de cuentas de vidrio, a lo que el anfitrión correspondió con uno de caracoles y camarones de oro de gran perfección. Después, la numerosa comitiva entró en la ciudad y Cortés y sus principales se instalaron en el hermoso palacio de Axayácatl, con sus amplios anexos, donde fueron obsequiados con viandas, servicios y joyas.

Tenochtitlán era una gran ciudad, mayor que Valladolid o Granada, con canales cruzados por puentes y calles que llevaban a la plaza central (hoy, el zócalo), donde se situaban los palacios y el Templo Mayor, teocalli, el lugar en que se realizaban los sacrificios humanos. Un camino real conducía al norte, a Tlatelolco, vasto escenario dominado por el templo de Huitzilopochtli, el dios de la guerra; y sede del más importante mercado, donde las compraventas se realizaban por trueque, o pagando con granos de cacao a modo de moneda.

De las casas que Moctezuma tenía en la ciudad, Cortés dijo que eran de maravilla y que en España no había nada semejante. Y con especial delectación apreció la amplitud y belleza de un gran jardín zoológico, con estanques para peces y jaulas para aves; todos atendidos en sus necesidades, junto a casas de albinos y otros monstruos. De las faldas de las montañas, Tenochtitlán conseguía madera para construir combustión, muebles, herramientas agrícolas y canoas. Y del nordeste se obtenían sílex y obsidiana para útiles y armas.

Los sacerdotes aztecas eran ascetas y célibes, y ocupaban una posición social muy elevada. Al mando de todos ellos había dos sumos: uno al servicio de Huitzilopochtli y, el otro, al de Tlaloc (dios de la lluvia). El tlatoani designaba a ambos y él mismo era considerado como un ser semidivino. Tanto Moctezuma como su predecesor Ahuízotl fueron sumos sacerdotes antes de convertirse en monarcas de lo que era una teocracia ubicua.

Cuando Cortés escribió su segunda carta de relación a Carlos V, en Segura de la Frontera, el 30/10/1520, narró sus conversaciones con Moctezuma, quien le explicó la historia de su pueblo. Citando a Quetzalcóatl y sus mensajeros, que se suponía llegaban de los mares de levante para sojuzgar a los mexicas. Un parlamento que concluyó con la dramática confesión que hizo de su propia condición personal: «Soy de carne y hueso, soy mortal y palpable». Y Cortés, como enviado no de Quetzalcóatl, sino presuntamente de Carlos V, aceptó el efectivo dominio que se le ofrecía, con la asunción de que a partir de ese momento los mexicas eran súbditos del rey-emperador.

Cortés brilló por su valentía como soldado junto a capitanes como Sandoval y Alvarado; con un coraje excepcional en la batalla de Otumba, que recondujo la previa tragedia de la Noche Triste. Y el conquistador supo acabar con cualquier pretensión de los menos valientes de volver a Cuba con el amargo sabor de la derrota.

A Don Hernán se le considera históricamente como un grande de la estrategia: por su reconquista de Tenochtitlán, en la que combinó la guerra naval de su armada de once bergantines, con la lucha de desgaste de cien días y cien noches, contra los valerosos mexicas.

Fue Cortés, igualmente un gran diplomático, que consiguió la alianza de las más aguerridas naciones indias originarias contrarias a los aztecas. Y asimismo se convirtió en un verdadero estadista al fundar la Nueva España, que rigió directamente por casi cuatro años como gran gobernante: abriendo caminos, creando monasterios, hospitales, puertos, nuevas ciudades, etcétera. Y respetando personalmente a los indios, a quienes había vencido y también admirado por su valor.

Y no lo menos importante, ejerció de puntual escritor de su propia andadura de conquistador. Con sus «Cartas de Relación» al rey-emperador: una narración espléndida, base de todos los relatos, crónicas y biografías ulteriores sobre tan asombrosos quehaceres como fueron produciéndose.

En definitiva, con el encuentro Cortés-Moctezuma un 8 de noviembre como hoy, comenzó una relación compleja de dos civilizaciones, con el inevitable enfrentamiento final.

Padre de la nacionalidad mexicana, según Vasconcelos, e inventor de México, según Miralles, de aquel entonces a hoy han pasado 500 años. Ahora, México es el mayor país hispanohablante, con sus 124 millones de mexicanos.

Ramón Tamames es autor del libro «Hernán Cortés, gigante de la Historia»

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