Cosas que pasan en Valencia

Ahora que Andalucía está a punto de votar la ruptura definitiva con el régimen de los ERE y los 700 millones de euros sustraídos a las arcas públicas, sorprende la baja atención que despertó aquello durante años (igual que el famoso 3% pujolista) mientras la Comunidad Valenciana tenía encima el foco absoluto de la corrupción. Una década después, la mirada se ajusta más a la realidad. Hubo allí algún caso notable de corrupción, como en otras partes, pero lo que se dio sobre todo fue una inmensa cacería para destruir una estructura de poder de indudable origen democrático y sustituirla por una alternativa política de corte radical, precedente del actual sanchismo, incapaz de ganar unas elecciones sin ayuda externa y que se valió de las ambiciones personales de algunos representantes de la justicia para provocar un vuelco político histórico.

Curiosamente, aquella alianza ‘de facto’ se reencuentra estos días, cuando el exfiscal anticorrupción que lideró aquella operación, Vicente Torres, será uno de los miembros de la sala del TSJ que deberá decidir si imputa a una política afín, la vicepresidenta Mónica Oltra, acusada de prevaricación, abandono de menores y omisión del deber de perseguir delitos.

El tema tiene mucha miga, pero al parecer los asuntos valencianos ya no interesan al conjunto de la opinión pública española, ya no cuenta con la complicidad mediática que aireó las miserias del campismo y del fabrismo. La persona que más contribuyó desde fuera a aupar a Podemos y al Compromís de Oltra hasta la cúspide de la Generalitat fue el exfiscal Torres, promocionado después por ellos a una de las magistraturas del TSJ. Este jovencísimo profesional encabezó una decena de macrocausas contra el PP, todas fallidas salvo la primera, donde logró la condena a un exconseller por el desvío de fondos de cooperación internacional. Tuvo éxito, probó la sangre y se enceló, provocando además una competencia con sus colegas de Anticorrupción para ver quién llegaba más lejos. Le gustó la vanidad de salir en la prensa, dar entrevistas, aparecer en televisión, provocar pánico, ir a congresos, ser una celebridad, otro Eliot Ness; se pasó años persiguiendo supuestos delincuentes que han acabado como víctimas inocentes de sus ansias por ascender, tras perder o archivarse un caso tras otro. Torres fue un adelantado, utilizando a ciertos periodistas, a lo Garzón, aprovechando la figura del arrepentido, dijera verdad o mentira, y enredando con informes policiales que parecían más comentarios de tertulia que pruebas periciales. Casi nada de aquello resistió la consistencia de un proceso auténtico en cuanto Torres cedía el control del sumario.

Eso sí, en Valencia dejó un centenar de cadáveres, la mayoría cuadros sin perfil político, provocó la muerte civil de muchísima gente que durante años pasaron por corruptos y en realidad eran carnaza con la que Oltra y Puig construyeron un relato que los llevó a ganar las elecciones. Los falsos culpables, santos inocentes, quedaron destruidos, sin trabajo ni reputación, ni ingresos, endeudados para pagar a los abogados, vendieron sus viviendas, y tan derrotados que tras ser absueltos ni siquiera se atrevieron a pedir responsabilidades por miedo a que la maquinaria judicial atacara de nuevo. Lo que deseaban era descansar y volver a mirar a la cara a sus hijos adolescentes tras una década de oprobio. La situación más escandalosa se produjo en los meses previos a los comicios de 2015, cuando la izquierda, después de veinte años, pudo volver al poder gracias a que en esas fechas se activaron varias investigaciones contra cargos del PP que siete años después apenas han avanzado porque no encuentran hilos de los que tirar. Valga como prueba de la situación de extorsión generalizada, la carta privada de una magistrada todavía en ejercicio, cuyo nombre preservamos: «Era muy difícil ir a contracorriente por el enorme desgaste físico y emocional, por las presiones contra el rigor jurídico, por la utilización del procedimiento judicial para fines políticos, ambiciones personales, transgrediendo el código ético… Compañeros, amigos y familiares me aconsejaron seguir la línea oficial, cambiar el criterio en vez de seguir a mi conciencia, pero decidí hacer lo correcto y lo ajustado a derecho, no lo que era más cómodo para mí».

Retrato de un tiempo que permitió a Mónica Oltra convertirse en una heroína de la moralidad, incluso después de situarse en la vicepresidencia del Gobierno autonómico. A mediados de 2017 se subió a la tribuna de Las Cortes para anunciar que un centro de religiosas de Segorbe estaba maltratando a los menores, que les racionaban la comida, caducada, y decidió trasladar a los internos y suspender el concierto. Más tarde se demostraría que todo era falso, un montaje, y pensamos que lo hizo para tapar un precedente turbio en otro centro de titularidad pública situado en Monteolivete, que le afectaba directamente. Llegó a decir, muy campanuda, «mientras yo esté, los niños tendrán voz». Sí, exactamente lo que acaban de leer: «Mientras yo esté, los niños tendrán voz». Pone la piel de gallina. Lo dijo en la misma época en la que, según el juez instructor y la fiscal jefe, ella misma y trece subordinados hicieron todo lo posible por ocultar los abusos sexuales a una niña de 14 años por parte del entonces marido de Oltra (con el que convivía) en un centro de menores de la que ella era la última responsable. El exmarido acabócondenado a cinco años de cárcel y el ministerio público considera que Oltra dio una orden verbal para ocultar el caso, proteger a su pareja y desacreditar a la víctima, desoyendo la denuncia primero e instruyendo después una investigación paralela para desvirtuar la verdad.

Todavía, por cierto, anda la chiquilla aguardando unas palabras de condena de la ministra de Igualdad, Irene Montero, tan sensible con las mujeres en otras ocasiones. Pero es que Oltra siempre fue una privilegiada, recibiendo un trato exquisito por parte del llamado periodismo de investigación; luego ni siquiera durante la celebración del juicio mencionaron en las crónicas la relación del agresor con la vicepresidenta, y cuando se produjo la condena procuraron que no se viera su nombre en los titulares. De quien cabe esperar una reacción nada honorable es del socio de Oltra en el Gobierno de la Generalitat, Ximo Puig. En su día llegaron a un pacto de familias, dentro de lo que publicitaban como «el renacimiento valenciano». Él ignora esto de la pederastia, colabora y no la destituye, y ella hace la vista gorda sobre los negocios irregulares que el hermano del ‘president’, Francis Puig, hace a cuenta de subvenciones que no le corresponden. Para ambos, la corrupción se lava dentro de casa; cosas que pasan en Valencia.

Julián Quirós, director de ABC.

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