'Crash' 2008, segunda parte

Los mercados bursátiles siguen bajando, y el público, un tanto incrédulo de lo que ahora acontece tras las importantes subidas anteriores, se interroga sobre lo que está sucediendo, sus razones y, en especial, su alcance. Creo que, para encontrar sus razones últimas, hay que retroceder en el tiempo y situarse a principios de la década, cuando estaba en su apogeo la exuberancia irracional de las bolsas mundiales y, en especial, de las americanas, de la mano de las puntocom. Conviene recordar ahora qué pasó en aquellos aciagos días. Para tomar un mismo punto de referencia, entre el 21 de mayo de 2001 y el 9 de octubre de 2002, el Dow Jones americano perdió un 35,7% de su valor; el FT-SE 100 británico, un 37%; el DAX alemán, un 58,4%; el Nikkei japonés, un 39,8%; el CAC-40, de París, un 53%, y el Ibex de Madrid, un 44,6%. Entonces, como ahora, la Reserva Federal Norteamericana (Fed) y el Gobierno se consorciaron para evitar la recesión o, una vez la economía americana entró en ella, para que fuera lo más breve posible. Y, en efecto, se redujeron agresivamente los tipos de interés, del 6,5% al 1%, y el Gobierno de George Bush generó un cuantioso déficit público.

Esta inyección de recursos encontró un terreno abonado en EEUU. Sus consumidores, con una tasa de ahorro mucho más baja que las familias europeas, se encontraron con facilidades para el endeudamiento en un momento en que su capacidad para aumentarlo era aún apreciable. Y con tipos de interés reales negativos, los consumidores americanos reaccionaron como se presupone que deben hacerlo individuos racionales: se endeudaron de forma creciente. Además, el mercado inmobiliario empezaba un periodo de expansión que encontró en ese maná de nueva deuda una fuente de financiación aparentemente inagotable. Y, con ello, de nuevo, la bomba comenzó a cebarse. Y de la exuberancia irracional de los mercados de acciones de finales de los 90 se pasó a la nueva burbuja --no menos irracional, visto el resultado-- del mercado inmobiliario. A la luz de lo acaecido, está claro que la Fed mantuvo los tipos de interés demasiado bajos demasiado tiempo. Y así sentó las bases de parte de los problemas actuales.

Además, el contexto de cambio financiero de los 90 y las tesis sobre la nueva economía, el final de los ciclos económicos y otros paradigmas que entonces emergieron situaron al mercado como el último, y casi único, juez de las conductas financieras. Con ello, se relajaron muchas de las reglas de control construidas en los años 30 del siglo XX, al tiempo que la titulización de la deuda hipotecaria y corporativa diluía, aparentemente, el riesgo entre muchos inversores. Al final, todo ha resultado muy distinto. Y el sistema financiero americano está recogiendo parte de los errores que él mismo sembró en la etapa anterior.

Bien sea por acción o por omisión, lo que hoy sucede en EEUU aparece como la segunda parte del proceso de crisis financiera que estalló en el 2001. En el periodo que se extiende desde entonces, la economía americana ha consolidado un comportamiento especialmente insostenible: la abundancia de crédito se ha traducido en unos excesos de gasto muy por encima de los recursos disponibles. Este desfase entre ingresos y gastos se ha reflejado en la necesidad de crédito procedente del resto del mundo, que, en los últimos tres años, se ha situado en una cifra absoluta cercana a los 900.000 millones de dólares anuales, o sea, más de 3.000 millones diarios netos (entradas menos salidas de capital) necesarios para financiar un consumo excesivo. Por su parte, en otros lugares del mundo (sobre todo Asia, con China a la cabeza) han estado más que dispuestos a prestar ingentes cantidades de recursos a América, siempre que el préstamo se usara en la compra de sus bienes.

En síntesis, unas políticas monetarias y fiscales extraordinariamente expansivas, que dispararon el gasto interno en los EEUU, evitaron la corrección de los excesos de la burbuja bursátil de finales de los 90 y pospusieron el ajuste del gasto hacia el futuro, que es donde nos encontramos hoy.

Por ello, hay que contemplar el actual ajuste de los mercados como la segunda parte de lo acaecido a principios de la década. Ajuste que se logró evitar en las minicrisis de mayo del 2006 y febrero del 2007, aunque, finalmente, estalló de forma inevitable en agosto pasado. Como dijo Greenspan, que el exceso de endeudamiento de EEUU apareciera en forma de crisis de las hipotecas es anecdótico, pues tenía que aparecer de todos modos.

Finalmente,el pasado nos ha atrapado. En todo caso, la sombra de su pasado (el de EEUU) les ha alcanzado y, dado el peso que tiene su economía en el mundo, también a nosotros. Vienen tiempos difíciles para Estados Unidos. Deberán, finalmente, ajustar sus patrones de gasto a sus recursos. Esperemos, por el bien de todos, que la situación actual no les conduzca a una digestión demasiado larga, como la japonesa de los años 90, de esos excesos de deuda. Nos conviene a todos.

Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada en la UAB.