Credibilidad

La Europa política y económica parece que vive estos meses de verano con un sobrecalentamiento. Ciertamente, vivimos un verano muy caluroso, que marca máximas en los registros históricos de temperaturas, y que está siendo el medio donde, de nuevo, el euro se afana por salir del fuego de las propias contradicciones internas y esquivar las brasas de una ruptura: Grecia en horizonte.

Lo ocurrido en la Europa unida en las últimas semanas, con la situación económica y política de Grecia en el centro, ha demostrado, entre otras cosas, que las instituciones comunitarias cuentan con recursos bastante efectivos para combatir el populismo, la farsa y la mentira. Si hiciéramos una transacción simple de sumas y restas en el mercado de la credibilidad, diríamos que las instituciones europeas han ganado mucha y el Gobierno griego y el discurso político que defiende la ha perdido casi toda. Y, claro, la credibilidad es indispensable para la gestión tanto de los intereses públicos como de los privados.

En la crisis política con epicentro en Atenas que hemos vivido en las últimas semanas, el proyecto político, económico y social europeo creo que ha ganado credibilidad a ojos de los estados miembros y, sobre todo, tendría que haber ganado a ojos de la sociedad. Ante la realidad objetiva de una más que posible quiebra de un Estado, la actitud de las instituciones comunitarias y el desenlace de las negociaciones han dejado en evidencia, una vez más, que lo que con ligereza proclaman algunos movimientos políticos para hacerse con el poder, de tan lejos de la realidad y del posibilismo político más elemental, se despeña, efectivamente, contra la evidencia. Que, sin reformas, Grecia necesita un tercer rescate es hoy una evidencia, aunque el discurso político que impulsó a sus actuales gobernantes al poder lo negara. El Gobierno griego ha perdido toda credibilidad a ojos de la comunidad internacional, a ojos incluso de una parte importante del grupo parlamentario que lo apoya y, presumiblemente, a ojos de la sociedad griega. Y lo que es peor, la ligera recuperación de la economía griega que despuntaba a principios de año ha quedado en nada.

Las previsiones de crecimiento para la economía española, con Catalunya al frente, se revisan continuamente al alza por parte de los principales organismos internacionales. Por encima del 3% del PIB. Además, los datos de los indicadores de corta frecuencia son positivos: la actividad en el sector servicios se acelera; la confianza de los consumidores se vuelve a situar en la zona de optimismo; la producción y facturación de la industria, y también los pedidos, crecen; la actividad en la construcción empieza a mostrar un repunte; y el sector exterior sigue registrando cifras muy positivas en cuanto a exportaciones y extraordinarias en cuanto a visitas de turistas. Si la coyuntura no se tuerce, estamos en condiciones de recuperar el nivel económico del 2007, previo a la crisis, en uno o dos años. Hay, sin embargo, factores de riesgo tanto internos como externos que pueden poner en riesgo esta recuperación, que ya es un hecho.

Los factores externos de riesgo los detectamos en la lenta recuperación de potentes vecinos como Francia o Italia, o en la inestabilidad política que amenaza claramente el curso económico, como hemos visto con la crisis griega. En este sentido, esta amenaza de inestabilidad política y social nos transporta también a los asuntos internos de España y, hoy por hoy, activa señales de alerta que no tendríamos que despreciar.

El 2015 está siendo un año puramente electoral en España, con convocatorias ineludibles y con otras convocatorias absolutamente innecesarias, como las autonómicas catalanas del otoño. En un año en que son procedentes elecciones locales y generales, es una temeridad adelantar –por segunda vez consecutiva– unas elecciones al Parlament. Estamos hablando de la habitual parálisis legislativa y del tropiezo administrativo que acompaña a las contiendas electorales, ya de por sí perjudiciales para el óptimo funcionamiento de la economía y para la normalidad de la actividad empresarial. Si, además, a todo eso le sumamos un mercadeo de propuestas políticas de agitación y simplificación o distorsión de la realidad, corremos un riesgo evidente de, como nos ha mostrado Grecia, estropear la recuperación económica. En definitiva, estamos avisados del efecto absolutamente contrario que estas curas milagrosas y fantasiosos ocasionan aplicadas sobre nuestros males, que son bien reales y están sujetos a la lógica de la realidad.

El mundo económico y empresarial no puede dejar de estar preocupado por la perspectiva de un otoño electoral que, por las propuestas políticas en disputa, puede lanzar el carro de la recuperación por el pedregal del populismo. Hay que pedir a los partidos políticos, una vez más, un ejercicio de responsabilidad. Hay que pensar en la gobernabilidad del país. Lo más importante es la gobernabilidad, desde la eficiencia reformista y el realismo político. Este camino es el que ha permitido en los últimos años a nuestra economía recuperar la credibilidad a ojos de nuestros socios europeos e internacionales. Ahora hace falta que la política no estropee la necesaria credibilidad institucional. A pesar de todo, Foment dará a los partidos políticos y hará público los primeros días de septiembre un documento con sus propuestas para favorecer la actividad económica. Siempre lo ha hecho ante una convocatoria electoral y lo haremos también para el 27 de septiembre.

Es imprescindible aprovechar esta fase positiva del ciclo económico para culminar el proceso de reestructuración de la economía, e impulsar las reformas pendientes para favorecer la competitividad y aumentar la productividad con políticas de innovación, liberalización e internacionalización. Es importante conseguir un modelo de crecimiento económico sostenible y afirmar la mejora en el mercado de trabajo, y al mismo tiempo mantener la corrección de los desequilibrios macroeconómicos, como el elevado nivel de endeudamiento y de déficit público. En eso hace falta que todos juntos invirtamos nuestros esfuerzos. Este tiene que ser nuestra meta; si se me permite, nuestra Ítaca. El resto, cantos de sirena populistas que lo único que pueden hacer es arruinar nuestro viaje hacia la recuperación.

Joaquim Gay de Montellà, presidente de Foment del Treball.

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