Creen que el problema es Iglesias

Adopten el lenguaje del adoquín o adapten sus maneras a las del aula, tienen en Podemos un handicap incapacitante, un marrón crónico. Daría para varias planas como esta, pero no las merece. Ya Toni Cantó ha demostrado que el problema podemita se puede condensar en ocho palabras, sin merma de significado y con énfasis significativo: «No saben hacer la o con un canuto».

Un justo torbellino de irritación ha agitado esta semana a socialdemócratas de varios partidos. El manifiesto resultante contra Podemos no puede evitar el señalar un poquito a Sánchez: contraería alguna responsabilidad, o algo así, si no suelta ese lastre de Iglesias. Rasgo común de los firmantes es no necesitar al PSOE para vivir. Los unos porque no dependen (ya) más que de sí mismos, los otros porque dependen (todavía) de partidos diferentes. Hay notables socialistas entre los firmantes, pero están jubilados. O sea, lo normal, levantas la voz cuando no te juegas el sustento.

Llama la atención que ni siquiera esas personas apreciables, entre los que cuento varios amigos, acierten con el verdadero culpable. Con el responsable de que los podemitas gobiernen mientras dañan los intereses de España, minan su prestigio, destripan su unidad y frustran su futuro. Que el culpable es Sánchez lo debería comprender una clase de párvulos. Pero la socialdemocracia patria presenta una gran versatilidad cognitiva. Entiende de entrada las cosas, te sigue el razonamiento sin trompicones, asiente al argumento central, continúa comprendiendo, ya estás a punto de llegar con ellos a la conclusión y, en el último momento... ¡zas! ¡Tararí que te vi! Sánchez será lo que quieras, vienen a decir, pero hablamos del PSOE. Antes de pisar ahí prefiere el más díscolo socialdemócrata, el menos sectario, el heterodoxo, salir por peteneras. El PSOE es un gran partido, como observó Casado. Aquí el problema es Vox.

Queridos, ¿acaso Vox gobierna? Os tragáis el anzuelo, compráis el espantajo de forma tan acrítica que, pese a vuestra indiscutible inteligencia, a vuestro compromiso, a veces a vuestra heroica conducta, nos lleváis de decepción en decepción. ¿Resulta incompatible tirar hacia la izquierda -sea eso lo que sea- y entender, y decir, que Sánchez es el jefe de una banda cuyos mejores miembros son insensatos y cuyos peores socios son criminales abyectos? ¿De verdad creéis que el problema se arregla, o se pone en vías, echando a Iglesias? ¡Pero si los podemitas del Gobierno no gobiernan, ponga el cargo que ponga en su tarjeta!

Figuran, sí, tienen influencia, dan envidia a sus amigos, qué sé yo, ya sabéis cómo son. Pero para gobernar es preciso trabajar, y hablamos de perezosos patológicos. Su blablablá puede ser insultante o enfadar a Bruselas; puede ser estúpido u ofender a las víctimas del terrorismo, a los monárquicos, a los propietarios, a los autónomos, a todo dios; puede distorsionar las políticas de los ministros que sí hacen algo. Pero sigue siendo blablablá. No hay una sola decisión ejecutiva, entre las muchas que han perjudicado los intereses de España en los últimos años, que no sea atribuible a Sánchez, como es normal en un sistema que en otras latitudes llaman de canciller. Manda quien manda.

‘Es que Iván influye mucho’. Ya, y durará lo que Sánchez quiera. ‘Es que a Margarita la atacan otros miembros del Gobierno’. Porque Sánchez lo permite. ‘Es que no se puede tolerar que un vicepresidente adopte el discurso de los separatistas’. El caso es que quien no debería tolerarlo, lo tolera. ‘¡Es que Iglesias tiene que largarse!’ No, es Sánchez el que tiene que largarse. Iglesias se irá con él por el desagüe.

El vicepresidente segundo lanzará, entre serie de Netflix y serie de HBO, sus bombas fétidas contra los jueces y sus tracas contra la Monarquía. Sus flores a raperos enfermitos de odio y sus loas a los golpistas. Una indecencia y tal. Pero no ha engañado a nadie. Es más, antes era peor. Aún no le habían indicado que hablara bajito, como Illa, y que no insultara en la cara a los periodistas. Ahora encarga los linchamientos a Dina a Cuatro y susurra sus maldades, al punto que si tuviera un debate con Illa habría que leerles los labios. De todo lo cual se colige que, siendo un poema el tío, era más peligroso cuando Sánchez lo colocó de tercero de su Gobierno.

Otrosí digo, ¿qué temer de la candidata podemita a las catalanas, cuyo nombre han olvidado ustedes y yo no se lo voy a recordar? Nada. ¿Y del candidato socialista? Todo. Illa es una bomba de efectos retardados, pero poco. Para honrar al ramo que ha dirigido, se niega a hacerse las pruebas que a todos les exigen, lo cual ha indignado bastante. Candidatos, maquilladores, cámaras, técnicos de sonido y asesores no saben si Illa les ha contagiado algo. Pero el daño político lo hará a partir del domingo.

En la mejor tradición del PSC, volverá a recoger el voto de muchos constitucionalistas para ponerlo al servicio del nacionalismo, otorgar ciudadanías de primera, segunda y tercera, consagrar de una vez el federalismo asimétrico. A ver si se nota de una puñetera vez que los catalanes son más. ¿Más qué? Más. Punto. El cometido de Illa es ahogar en un barreño a la milagrosa criatura política que nació en Barcelona como reacción al golpe de 2017. Ya sé que él estaba allí. Y yo, que sé cómo el PSC juega a todos los números de la ruleta. Aquello había que reconducirlo, ¿verdad, Salvador, Anna, Josep Maria? En cuanto a los cien mil muertos, no existen en el enrarecido ambiente catalán. Esa Cataluña solipsista es la que Illa piensa reforzar con los golpistas en un tercer tripartito.

Juan Carlos Girauta

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