Creer otra vez

Tras el famoso supermartes norteamericano, la contienda entre Hillary Clinton y Barak Obama no se ha resuelto aún. Pero la irrupción de este último en la política norteamericana, con su actitud claramente anti-establishment,su modesto punto de partida y, a pesar de ello, el muy considerable apoyo que ha recibido por gran parte de los electores demócratas, ha restablecido en parte la confianza en la democracia estadounidense, tan gravemente desprestigiada por Bush.

Desde España, todo ello se contempla con una cierta envidia. Nuestra situación es inversa: cada día que pasa el desprestigio de los políticos va en aumento. El sistema electoral, la esclerosis de los partidos políticos, el alineamiento sectario de la mayoría de los medios de comunicación, no hacen posible que surja con fuerza un Obama español, un candidato independiente que devuelva la ilusión y la confianza. En efecto, nos encaminamos hacia las próximas elecciones generales con escepticismo, cansancio y malhumor.

Es ya un tópico sostener en España que el nivel de los políticos ha bajado sensiblemente en los últimos años y, a partir de ahí, como mancha de aceite, se extiende la percepción general de que estamos en una crisis de la política que provoca desconfianza en los cargos públicos y en los partidos que los designan. Probablemente este clima empezó a notarse primero en Catalunya - los resultados electorales lo demuestran- cuando se puso en el primer plano de las necesidades públicas una precipitada, inmadura e innecesaria reforma del Estatut que ahora a nadie satisface y, como era evidente, nada soluciona. Pero en un país sin crítica, con un miedo generalizado a discrepar del rebaño que discurre cansinamente de acuerdo con la corrección política, es natural que se aprueben las cosas más inútiles y se descuiden las importantes. Hoy estamos sin agua, sin energía eléctrica, sin buenas infraestructuras, con un mal sistema educativo, pero con un nuevo Estatut. ¡Bravo!

En los últimos años, esta desconfianza en los políticos se ha extendido al resto de España. Realmente, el Gobierno Zapatero ha hecho poco y lo poco que ha hecho, con alguna excepción, o bien ha sido polémico e innecesario, o bien ha complicado las cosas sin lograr solucionarlas. Y ahora, en las postrimerías de su mandato, justo antes de las elecciones, intenta enmendarlo con medidas precipitadas y demagógicas.

Por su parte, tampoco el PP inspira confianza alguna. Como oposición se ha entretenido durante cuatro años en justificar su derrota del 2004 en lugar de plantear una alternativa política clara; como partido aparece dividido y sin un liderazgo creíble. Para colmo, la imagen de ambos grandes partidos empeora cada día que pasa. La banalidad de su propaganda electoral basada sobre todo en el descrédito del adversario conduce directamente a no votar a ninguno de los dos.

Pero hay más, los partidos nacionalistas están situándose peligrosamente en los márgenes del sistema constitucional.

Hace pocos días el lehendakari Ibarretxe acusaba al Estado (sic) nada menos que de "romper el pacto de la transición" porque el Tribunal Supremo había condenado a su correligionario Atutxa por haber incumplido una sentencia de dicho tribunal. CiU, por su parte, no se queda atrás: sólo respetarán la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya si este es declarado conforme a la Constitución. Amenazas de tal calibre a los máximos órganos jurisdiccionales, a los árbitros del sistema, suponen un desprecio inaceptable en democracia a la esencia misma del Estado de derecho. Sin embargo, lo dicen y lo repiten con total impunidad, sin apenas reacción de la opinión pública y, sobre todo, de la publicada. Por mucho menos, o por nada, la Conferencia Episcopal ha sido tachada de retrógrada y franquista. Las cosas son según quien las dice. A esto hemos llegado. Por último, ERC ha rendido público homenaje a Martí Marcó, uno de los fundadores de Terra Lliure. Y no pasa nada: su líder es vicepresidente de la Generalitat.

En este clima general, resultan más que oportunas para España unas palabras pronunciadas por Barak Obama hace pocos días: "Estamos contra la idea de que es aceptable decir lo que sea o hacer lo que sea para ganar una elección. Sabemos que esto es exactamente lo que está equivocado en nuestra política. Por eso la gente no cree ya en sus líderes. Por eso desconectan. Y esta elección es una oportunidad para dar al pueblo estadounidense una razón para creer otra vez". Creer otra vez, volver a creer en la política y en los políticos: esto es lo que se echa en falta también en España, esta debería ser la principal finalidad de nuestras fuerzas políticas. Pero no será así. Al contrario: aumentan los descreídos.

El próximo martes por la tarde se rinde homenaje en el Palau de la Música de Barcelona al recientemente desaparecido Gregorio López Raimundo, un protagonista de la lucha contra la dictadura franquista, un artífice de lo que fue la transición, aquellos años en los que confiamos en que no llegaríamos a esto. Sería un buen momento para reclamar a los políticos, con independencia de su ideología, la seriedad y coherencia que mantuvo siempre el dirigente del PSUC.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.