«Criatura ministerial»

«La televisión pública», repite Xabier Fortes en La Noche en 24 horas de TVE. El periodista utiliza el sintagma televisión pública para blindarse de la manipulación a la que tanto recurre. Obligada es la crítica al hacerlo en la televisión que debe estar al servicio del ciudadano y no del Gobierno. Recientemente oponía «apoyos y detractores» de Ayuso con una valoración negativa de los primeros y positiva de los segundos: «Entre los primeros, los históricos socialistas Joaquín Leguina y Nicolás Redondo, pero que ya hace tiempo que han evolucionado a posiciones más conservadoras». La adversativa encuadraba peyorativamente a dos respetados socialistas tras recibir estos a la presidenta de la Comunidad de Madrid en la Fundación de la que Redondo es presidente y Leguina patrono. Después, cien curas que rechazaban el voto al PP y Vox recibían una exagerada representatividad y el aprecio de Fortes.

Antonio Papell complementó el ejercicio de periodismo servil, que sirve al Gobierno pero además descalifica al disidente. No solo identificó los valores cristianos con una única ideología, «la izquierda». Añadió: «En cuanto a Leguina y Redondo, no merece la pena comentar, es gente que ha perdido el norte. Me irrita escucharles. Tienen un profundo resentimiento personal». El periodista se mostraba como un excelente modelo negativo de quienes en una democracia deben exponerse a distintos puntos de vista para evitar el sectarismo. La conversión del adversario político en enemigo, el desprecio que linda con el odio, es precisamente consecuencia de actitudes como las que Papell exhibía con orgullo propio de ignorantes. Esther Palomera intentó desacreditar personalmente a los dos socialistas críticos con Pedro Sánchez. Eludió los motivos objetivos de fundadas críticas como las de Redondo al denunciar que las «nobles y veteranas siglas del PSOE» firmen pactos «con partidos que hace bien poco dieron un golpe de estado o no han denunciado el terrorismo etarra». Redondo también ha criticado que el PSOE sea «rehén» de partidos de izquierda radical y que «así no se puede gobernar un país».

Redondo y Leguina representan una moderación que Ángel Gabilondo reivindica pero a la que ha renunciado. Las coherentes críticas de Redondo y Leguina al PSOE exponen la cobardía de Gabilondo, inmerecidamente ensalzado por muchos comentaristas como víctima de Sánchez mientras rehúye denunciar la alarmante degradación de su partido y de su jefe. De ahí la denigración ad hominem de Redondo y Leguina para así ignorar los sólidos argumentos con los que desnudan el extremismo del candidato socialista. Gabilondo estira la icónica «foto de Colón» para etiquetar a sus tres adversarios como ultraderecha sin matiz alguno. Lo hace ignorando que fue el propio Felipe González quien denunció la «degradación institucional» de la mesa de partidos al margen del Parlamento de Cataluña propuesta por Sánchez y que fue la que motivó la legítima protesta de Colón. Schopenhauer describía como «criaturas ministeriales» a los profesores más dedicados a justificar al Gobierno que a la honradez intelectual. La honradez intelectual la encarnan socialistas como Nicolás Redondo o José María Múgica, que abandonó el PSOE asqueado por la complicidad del partido de su padre, asesinado por ETA, con los asesinos a los que Sánchez ha legitimado políticamente. El acuerdo firmado por PSOE y Bildu en defensa de los derechos humanos es solo una muestra. La honradez intelectual la personifica Fernando Savater, que en un artículo titulado Convencido ha escrito en El País: «Nunca he votado al PP y me cuesta, pero esta vez será Díaz Ayuso».

Gabilondo, suave en las formas, burdo en los contenidos, se afana en «la manipulación masiva de los hechos y las opiniones» que denunció Arendt. Agita el miedo, excita emociones e inventa un enemigo: «El fascismo». Así construye la «exclusión moral» sobre la que advierte Opotow de quienes defienden una ideología diferente a la suya. Desde una radicalidad antagónica con esa seriedad y formalidad que reivindica, lidera la peligrosa exigencia de un «cordón sanitario» para Vox. Son perniciosas las implicaciones de esa insultante exclusión de un partido radical pero democrático. Gabilondo carece además de legitimidad para escenificar esa aparente superioridad mientras ignora desde hace tiempo la justificación implícita y explícita de la violencia por parte de los socios del PSOE: Podemos, Bildu y el independentismo catalán. La polarizadora estrategia de Gabilondo es perversa y nociva. No solo victimiza y rehabilita a quienes desde la izquierda justifican y rentabilizan la violencia política. También alimenta el victimismo de Vox permitiéndole amortizar el coste de la manipulación y la agitación a las que constantemente recurre este partido, tan útiles para cohesionar a la izquierda radical. Algunos ejemplos: el estigmatizador y maniqueo cartel de los menas, sus frecuentes falsedades sobre inmigración, o la demanda contra una asociación de víctimas del terrorismo por citar a Vox en un artículo sobre extrema derecha europea que lógicamente fue sobreseída por la juez.

La manipulación y el victimismo son los ejes con los que tanto Gabilondo como Vox intentan movilizar al electorado. Ambos manipulan nobles valores y sentimientos como la democracia y el patriotismo confundiéndolos deliberadamente con su interés partidista. A diferencia de ciudadanos de izquierdas como Savater, Redondo, Múgica y Leguina, el candidato del PSOE antepone la lealtad a la tribu a la lealtad a la democracia. Esta última, parafraseando a Schmitt, exige definir como «amigo», no como «enemigo», a un partido plenamente democrático como el PP en lugar de confeccionarle injustas máscaras de extrema derecha. Por ello la imagen de seriedad de Gabilondo resulta ser una pose bajo la que esconde un bidón de gasolina.

Rogelio Alonso es catedrático de Ciencia Política. Su último libro es La derrota del vencedor (Alianza).

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