Crimea es sólo el primer paso

Si no se controla, la toma por parte de Rusia de los puntos clave de Crimea será sólo el primer paso para cambiar el mapa de Eurasia. El argumento de Vladímir Putin de la necesidad de usar la fuerza militar para proteger a los ciudadanos de Rusia y a toda la “población de habla rusa” es de mal agüero. Hay que leerlo como una advertencia de que el presidente de Rusia quiere dar la vuelta a lo que él dice que fueron dos de las grandes catástrofes del siglo XX: la caída del imperio ruso y la desintegración de la Unión Soviética.

Viéndose a sí mismo como “el protector” de todos los rusos, Putin tenía buenas razones para estar molesto por los acontecimientos que se desarrollan en Ucrania. Con un aliado caído en desgracia en la persona de Víktor Yanukóvich: la revelación de su estilo de vida en los medios de comunicación mundial era una vergüenza y elevó el riesgo de preguntas sobre cuánto y cómo otros autócratas estaban gastando los fondos del Estado. Y el nuevo incipiente Gobierno ucraniano jugó su parte en la incitación a la ira de Putin. No contento con simplemente decidir virar hacia la Unión Europea, Estados Unidos y el FMI para buscar soluciones a sus problemas y dar la espalda a Rusia, la decisión del Gobierno interino de Kíev de derogar la ley del 2012 que legalizaba el uso de la lengua rusa fue como agitar una bandera roja delante de un toro.

Putin podría haberse comportado como un estadista internacional, expresando conmoción e ignorancia ante la corrupción de Yanukóvich y afirmando la influencia de Rusia para hacer que los esfuerzos de rescate del FMI fueran verdaderamente internacionales, presionando para poner la deuda de Ucrania a Rusia y China sobre la mesa, así como sus rescates.

Pero las acciones de Putin responden a otros motivos: el verdadero objetivo del líder ruso es lograr lo que él llama un “proyecto de integración” en los territorios de la antigua URSS, diseñado para revitalizar y restaurar la civilización de Rusia a lo que él considera su legítimo lugar. Putin ha hecho de esto su misión, que si tiene éxito le hará ganar un lugar permanente en la historia rusa.

Cada nación y cada gran cultura se esfuerzan para un renacimiento, pero no se puede hacer mediante el uso o la amenaza de la fuerza o al precio de otras naciones y pueblos que buscan definir y alcanzar sus propios sueños nacionales. Sin embargo, esto es precisamente lo que Vladímir Putin busca hacer aprovechando la confusión política en Ucrania para reafirmar las reivindicaciones nacionalistas rusas en Crimea, y potencialmente en las regiones del este y sur de Ucrania.

¿Qué vendrá después? Presumiblemente Kazajistán, donde también hay una gran población de minoría rusa y donde el idioma ruso se está eliminando gradualmente de la vida pública. Vladímir Zhirinovski, el líder nacionalista y bufón conveniente, pidió la creación de una Región Federal de Asia Central con capital de Verny (el nombre que la Rusia imperial daba a Almaty), en un acto público celebrado en Moscú el 23 de febrero.

Kazajistán, como Ucrania, es un país cuya integridad territorial Rusia se comprometió a respetar en 1994, cuando cada uno de estos países abandonó el control de su parte de las armas nucleares de la Unión Soviética.

Los líderes de Kazajistán se mantuvieron en silencio sobre los acontecimientos en Ucrania hasta el 3 de marzo, prefiriendo concentrarse en el 15.º aniversario de la formación de Nur Otan (el partido gobernante), mientras que los medios de comunicación oficiales informaron sobre la situación de Ucrania de una forma sencilla. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Kazajistán finalmente emitió una declaración, que tuvo la precaución de alejar al país tanto de las acciones de Rusia y de las diversas llamadas del G-7 pidiendo sanciones, instando a la resolución a través de negociaciones y el respeto de los principios fundamentales del derecho internacional.

Para el liderazgo en Astaná nada bueno puede venir de las acciones de Rusia en Crimea. Nursultán Nazarbáyev ha apoyado públicamente la “integración profunda” con Rusia en numerosas ocasiones, a pesar de la creciente insatisfacción pública sobre sus costes económicos. Pero ¿qué ocurrirá cuando el viejo líder de casi 74 años salga de escena? ¿Se contentará el Kremlin con un sucesor que sea favorable a la integración, o los diversos constructores de escenarios en la sombra tratarán de estimular las insatisfacciones de los rusos étnicos de Kazajistán y las minorías de habla rusa de ejercer su “derecho” a la autodeterminación nacional y reincorporarse a la “madre patria rusa”? Esto sería totalmente inaceptable para el resto de la población de Kazajistán, que al igual que la mayoría de la población de Ucrania no piensa someterse en silencio.

Putin no va a asegurar su legado histórico sólo con la adquisición de Crimea. Su visión requiere alguna forma de gran Rusia, constituida ya sea territorial o extraterritorialmente. Esta visión no puede lograrse pacíficamente o sostenerse mucho tiempo, y mucha gente en Ucrania, en Kazajistán y en cualquier otro territorio de la antigua Unión Soviética, incluida la propia Rusia, simplemente no lo toleraría y decidiría emigrar o daría una respuesta violenta.

Una acción militar de la OTAN no es la respuesta. Pero, si la diplomacia sigue fallando, entonces los líderes de Estados Unidos y de la Unión Europea tendrán que estar preparados para poner en marcha sanciones económicas significativas. Negar a Rusia sus ingresos por el petróleo y el gas significaría poner en riesgo temporal la seguridad energética de unos cuantos estados europeos.

Dado que Putin y otros dirigentes rusos han optado por referirse al nuevo Gobierno de Ucrania como neonazi, o nazi, mientras los líderes occidentales piensan las respuestas posibles respecto de Ucrania, harían bien en escuchar a aquellos que les recuerdan lo que pasó en los Sudetes. Pagar hoy un precio económico podría ayudar a mantener la seguridad de Europa y Estados Unidos en el futuro.

Martha Brill Olcott, asociada sénior Carnegie Endowment for International Peace.

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