Crímenes a favor del medio ambiente

Mi liberada:

Cuando hace unas semanas Plácido Domingo afrontó los testimonios de 17 mujeres -todos anónimos excepto el de Patricia Wulf- incluyó, tras proclamar su inocencia, este párrafo: "Sin embargo, reconozco que las reglas y estándares por los cuales somos, y debemos ser medidos hoy, son muy diferentes de lo que eran en el pasado". Reglas y estándares son palabras algo imprecisas en este contexto. De modo que tal vez pueda darles una interpretación. Una regla, por ejemplo, es no obligar a alguien a hacer lo que no quiere. Un estándar, o mejor, una costumbre, es estrechar la mano; o chocarla, lo que es mucho más higiénico, dadas las más de tres mil bacterias de 150 especies diferentes que, según la Universidad de Colorado, habitan de promedio en las manos.

El tenor tiene razón cuando insinúa que han cambiado las costumbres del cortejo. Hace 40 años era frecuente que los hombres probaran suerte acercando sus labios a los labios e incluso besándolos. La danza incluía movimientos diversos. Incluso podía darse el de un leve rechazo inicial de la bella que solo era el prólogo inflamatorio de su aceptación al siguiente intento, un satisfactorio énfasis en la retórica de la entrega. Pocas cosas más caldeadas, en efecto, que la resistencia vencida. La imposición irresistible de la pasión contra toda lógica y conveniencia, y la gloria culminante de la naturaleza frente a cualquier objeción de la cultura.

Crímenes a favor del medio ambienteUn acercamiento de ese tipo es hoy peligroso. Especialmente si está mal calculado y se produce el fracaso. Mejor preguntar si puedo besarte. Bien gestionada, además, la pregunta no tiene por qué conducir a la burocracia y pueden mantenerse vivas las constantes. Habrá metiómanas que seguirán considerándola un acoso, pero es probable que la cadena perpetua pueda evitarse.

Por lo tanto, el tenor tiene razón sobre las costumbres: no pueden juzgarse correctamente desde el hoy. El acceso al cuerpo de la mujer se regía por otros códigos. Obviamente, los códigos no operan en el vacío y expresan una manera de concebir las relaciones entre las personas. Pero lo importante para lo que nos ocupa es que hombres y mujeres aceptaban esos códigos y las relaciones subyacentes. El tenor no tiene que pedir perdón, 30 años después, por haber tratado de besar a una mujer y resbalado estrepitosa y lamentablemente 17 veces en el cálculo.

Otra cosa son las reglas. Hace 30 años el abuso de poder era una inmoralidad como lo es hoy. Podía variar el grado de permisividad cuando se trataba de proyectarlo sobre las mujeres, pero solo hasta cierto punto: por más que intente hacer creer lo contrario una mala fe feminista, para la inmensa mayoría de los hombres la violación ha sido siempre un crimen. Del mismo modo, la moral y las leyes llevan muchas décadas estableciendo que todos los seres humanos son iguales y que no puede ejercerse contra ellos ninguna discriminación por su origen. Esto ya regía, por ejemplo, en 1936 cuando Pío Baroja escribió estas líneas:

"El askenazin se ha pasado en Alemania y en Polonia más de cinco siglos en una actitud obscura de servilismo, siempre humillado, dominado por supersticiones puramente mecánicas y verbales. El askenazin alemán o polaco es rudo, grosero, de mal aspecto, muchas veces harapiento y repulsivo. (...)

Entre los judíos de Alemania y de Polonia no se advierte la menor pureza étnica. Ya la mayoría primitiva no era puramente semita de origen. Era el caos étnico, un conjunto de razas parias. Se han mezclado en los nuevos países como se mezcla la gente pobre y errante. Sus mujeres han sufrido las violaciones en los pogroms de los ghettos (...) Una reunión de sefarditas es decorativa, una reunión de askenazitas tiene un triste aspecto. Quizá este haya sido uno de los motivos del antisemitismo violento que se ha desarrollado en Alemania, Polonia y sobre todo en Rumanía. Los sefarditas han sido gente con unas costumbres más elegantes, más elaboradas, con una sociedad muy jerarquizada, en cambio los askenazin, son todo lo contrario, forman un conglomerado social mixto, confuso, sin ninguna homogeneidad, con pocos escrúpulos, sin ninguna elegancia, ni delicadeza".

Ninguna ley castigaba, como en algunos países quizá lo hiciera hoy, estas palabras. Tampoco en los años 60 había castigo penal para las palabras -parecidas- que Jordi Pujol dedicó a los andaluces. Y hay pocas noticias, en el pasado, de jueces que interceptaran casos de discriminación laboral sobre las mujeres: por ejemplo, que hubieran de ofrecer sexo para lograr un puesto de trabajo. Pero, con independencia de la ausencia de reproche penal, estas conductas -su justificación- no deben subsumirse en el ambiente. Ni en 1936 ni nunca ha sido obligatorio firmar párrafos antisemitas. Es probable que la mayoría de las sociedades fueran antisemitas. Pero el valor ético se funda a menudo en la capacidad de decir no al ambiente. Y el progreso moral que, por supuesto, existe. No hay ningún «estándar» que pueda justificar los supuestos abusos de poder del tenor. No hay ningún ambiente que libre a esta frase de Baroja (con la que remataba Diferencia entre los judíos en Libertad frente a sumisión, Caro Raggio, 2001) de su carácter catastrófico: "Es bastante sospechoso suponer que la entrada de los judíos en la vida de las naciones europeas ha sido hecha de buena fe". Esto no supone que hayan de proyectarse sobre tales opiniones ni sobre su autor el fuego purificador y la extinción subsiguiente, como pretende hacer la corrección política. Por el contrario, esas opiniones deben exhibirse para que el juicio crítico las reste de la grandeza debida a su autor... y a su época.

Espero, libe, que todo esto te lleve a sacar las desagradables conclusiones contemporáneas y correctas. Todos aquellos -no, ni siquiera ahora lograrás apearme del genérico- que pisotean con impunidad absoluta la presunción de inocencia; que destruyen vidas, carreras y haciendas con mentiras; que enarbolan obscenamente el sexo cuando no les llega el mérito, esta suerte de puterío positivo; que no vacilan en la imposición ideológica para paralizar el avance de la ciencia ni en usar la censura para someter a la discrepancia, incluida la estética; que adaptan las leyes a la injusticia esgrimiendo el tenebroso clima social; que extienden sobre el placer una permanente sospecha basada solo en el rencor; que emplazan a los vivos a hacerse responsables de los crímenes de los muertos y que invocan a los muertos para legitimar sus arbitrariedades sobre los vivos; que rebaten las reglas de la naturaleza con el masivo vocerío de sus opiniones; todos aquellos, en fin, que hoy tratan de extender su experimento de control social hasta el más recóndito pliegue de la intimidad y cuya dulzona moralina siempre expuesta no disimula las acres consecuencias de sus actos, no podrán refugiarse en el ambiente cuando afronten la sentencia del tiempo. Entre otras razones por la ínfima -pero orgullosa y mía- de que queda aquí escrito.

Y sigue ciega tu camino.

Arcadi Espada

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