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Crisis (20): ideas equivocadas

Finalmente, "alguien con poder" ha obligado al presidente del Gobierno español a ponerse las pilas. De entrada, hay que aplaudir la decisión de José Luis Rodríguez de reducir el gasto público, aunque lo haya hecho por obligación y a regañadientes, porque mantener un déficit fiscal del tamaño del español es irresponsable y peligroso. Hace meses que en estas páginas dije que, en lugar de arreglar los problemas de fondo, se estaban generando "desequilibrios públicos" para paliar los "desequilibrios privados" originales y eso no era bueno. A continuación, hay que condenar la actitud populista de Mariano Rajoy, repentinamente convertido en un patético Robin Hood defensor de pobres y jubilados, dispuesto a boicotear una medida que, si no fuera por su descarado electoralismo, también él aplaudiría.

Por favor, que ese "alguien con poder" le llame también a él y le tire de las orejas a ver si, por una vez, los partidos dejan sus intereses particulares y miran por el bien común.

Hace tiempo que la mayoría de los analistas imparciales acusan a ZP de ser la causa de todos los males. Se equivocan. El culpable es John Maynard Keynes: alguien explicó al Gobierno de España tres de sus teorías colosalmente equivocadas y Zapatero se las creyó.

En primer lugar está aquello de que "en el largo plazo estamos todos muertos" para justificar el déficit público desmesurado en épocas de crisis. Sí, decía Keynes, es verdad que a la larga la deuda pública se tiene que pagar, pero eso no importa porque para entonces ya no estaremos. Como ya expliqué en "Crisis (16)" (17/ XII/ 2009), a veces el largo plazo llega muy pronto y los prestamistas te exigen que devuelvas el crédito. Y entonces tú no puedes adoptar esa actitud arrogante de decir que "no crees en los mercados" o que "las decisiones políticas nunca pueden estar supeditadas a las exigencias del mercado". Eso sólo lo puedes hacer si haces los deberes y no necesitas acudir a los mercados para que te presten dinero para financiar tu dispendio. Y, por más que reniegues de ellos, cuando los acreedores ven que estás gastando tanto y estás ingresando tan poco que te va a resultar difícil devolver el dinero, te dicen que sólo te prestan a intereses superiores. Eso encarece tu crédito y, o bien aceptas sus condiciones de reducir el déficit poco a poco durante unos años, o bien dejas de pedir prestado y lo reduces de golpe. Esa es la situación en la que se encuentra España hoy.

El segundo error trágico de Keynes es aquello de los animal spirits: los empresarios no toman decisiones de manera racional, sino que se ven impulsados por unos "instintos animales". La realidad, decía el insigne economista inglés, no importa tanto como su percepción de la realidad. De este modo, si uno consigue crear un ambiente optimista, los empresarios van a invertir y nos van sacar de la crisis. Y con esa teoría bajo el brazo, el presidente Rodríguez y sus equipos ministeriales se han pasado meses siendo falsamente optimistas, negando la evidencia, minimizando las malas noticias y magnificando las buenas y boicoteando a todos los analistas (nacionales y extranjeros) que hablaban mal de la economía española. Pero, claro, la verdad es otra: los empresarios no son tontos y observan la realidad. Y cuando la realidad contradice la versión oficial del líder, lo que cambia no es la percepción de la realidad, sino la percepción del líder, que pierde toda su credibilidad. Es más, cuando después de jurar mil veces que uno no reducirá el gasto social, va uno y lo reduce, todo el mundo entiende que la cosa está mucho peor de lo que se esperaba. Eso hace cundir el pánico, hunde las bolsas y aumenta la prima de riesgo que se debe pagar para pedir prestado. Es lo que pasó la semana pasada.

La tercera falacia nefasta del keynesianismo es la creencia de que en el mercado sólo hay demanda: si se consigue sustituir la caída de la demanda privada por demanda pública, los problemas económicos se arreglan. La realidad, sin embargo, es que el mercado tiene otro lado, la oferta, e ignorarla hace que uno intente salir de la crisis olvidando tomar medidas que permitan a empresas y trabajadores producir y crecer más. Es decir, ignorando la ¡productividad! Recordemos que el déficit actual se debe en partes iguales al aumento del dispendio público y a la caída de la recaudación fruto de la reducción en la actividad económica: sólo cuando esta se recupere - y eso sucederá cuando las empresas vuelvan a producir- la recaudación fiscal volverá a su nivel normal. Las medidas de ahorro adoptadas la semana pasada deberían ir acompañadas de medidas de fomento a la competitividad. Para ello hay que conseguir que los trabajadores sean más productivos y para ello hay que reformar el sistema educativo para que los estudiantes que se gradúan sean más emprendedores, más flexibles y más imaginativos. Hay que reformar el sistema financiero para que se financie a las nuevas empresas innovadoras. Hay que cambiar el entorno regulador que ahoga la iniciativa empresarial. Hay que reformar la justicia para mejorar la seguridad legal de los que hacen negocios ante el fraude y los impagos. Hay que reformar la función pública para hacer un Estado más delgado, menos redundante y más eficiente. Hay que reestructurar el mercado laboral para que, sin dejar de proteger al trabajador, no se impida la creación de empleo. Pero, sobre todo, lo que hay que hacer es dejar de seguir ciegamente los postulados de Keynes y toda su constelación de ideas equivocadas.

Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundació Umbele.