Crisis, culpables y soluciones

Falta de criterio. Recibo por Internet mensajes enviados a miríadas de destinatarios con curiosidades o diagnosis políticas, consejos y soluciones disparatadas que no resisten el más mínimo análisis. Entre los recientes, uno anuncia que este julio tiene cinco viernes, cinco sábados y cinco domingos "algo que solo ocurre cada 823 años". Otro, de los indignados, aboga entre otras medidas por la abolición del Senado, gracias a la cual "los españoles ahorraremos 3.500 millones de euros".

El sentido común en el primer caso nos dice que pese a la distorsión de los años bisiestos cada mes de 31 días que empieza en viernes tiene forzosamente cinco viernes, sábados y domingos, y que eso ocurre en promedio cada siete años, no 823. En el segundo caso, una sencilla división de esos supuestos 3.500 millones de ahorro entre 264 senadores arrojaría la absurdidad de que cada senador cueste a los españoles más de 13 millones de euros. Cualquiera que recibiera este e-mail podría haber descubierto que el Senado al completo supone al erario público unos 50 millones, 70 veces menos de lo que se afirmaba. Otro dato: algunos critican los gastos de la Casa Real cuando, además de ser la institución de mayor rendimiento beneficios/costes que tenemos, cuesta a cada español menos de 0,20 euros/año, menos de la cuarta parte de lo que cuestan las demás jefaturas de Estado en Europa, monarquías o repúblicas.

La proliferación y aceptación de este tipo de mensajes demagógicos por Internet, la mediocridad de la enseñanza media y universitaria, y la nefasta influencia de los programas-basura en televisión degradan la cultura de los españoles y revelan hasta qué punto la ignorancia influye en creencias y opiniones sobre la realidad política y económica del país, y también sobre la crisis, sus causas y sus posibles remedios.

Comprender la crisis. Quisiera equivocarme, pero un análisis pesimista de España considerando indicadores de futuro en caída libre augura que aún podríamos sufrir otra caída catastrófica a partir de ahora y para varios años. El único panorama favorable, el turismo (por los problemas que afrontan los países del Norte de África y Grecia) aumentará las tasas de ocupación hotelera, pero su impacto económico será modesto.

En este escenario pesimista la única y lamentable perspectiva a largo plazo para recuperar la economía española, además de aumentar la confianza de inversores acabando con la corrupción, sería una devaluación interior aún más brutal, reducciones de salarios, costes y prestaciones sociales, reformar el mercado laboral y en resumen, apretarse el cinturón mucho más. En España, además de provocar una nefasta "fuga de cerebros" entre los jóvenes buscando trabajo en otros países, disminuir innovación y competitividad y producir otra generación perdida, más desempleo iría acompañado de crecientes protestas, crispación social, y posible violencia que pueden agravar la crisis.

La expresidenta de Letonia Vike Freiberga me decía que su país ha sufrido reajustes más drásticos que los de Grecia sin protestas sociales porque aún recuerdan sus tiempos de miseria como república soviética, y que la austeridad es más llevadera que en otros países europeos donde los derechos adquiridos se consideran invulnerables. Sin embargo, la "indignación" de la gente es comprensible -siempre que sea no violenta- al constatar las crecientes injusticias del sistema capitalista y la incapacidad de las instituciones globales para dominar a ese monstruo al que llamamos "los mercados". Pero no va bien dirigida: la gente se indigna con los políticos, les exige prescindir de prerrogativas, más transparencia y una democracia más participativa. Eso sería bueno, sin duda, pero desgraciadamente el deseable perfeccionamiento de la democracia a nivel nacional no resolverá la crisis.

Los políticos son culpables de provocar crispación. El Gobierno no supo comunicar al país la gravedad de la crisis, adoptó erróneas medidas expansivas en 2009, y luego timoratas y tardías de austeridad desde 2010. Lo ha pagado políticamente en las elecciones del 22 de mayo y probablemente lo siga pagando. La oposición tampoco ha sido modélica en las comunidades donde ha gobernado. Ni PP ni PSOE han mostrado transparencia y aún hay casos de corrupción; pero no creo que los políticos españoles sean los principales culpables de la crisis ni tengan soluciones para ella.

Soluciones. Refundación ética individual y colectiva. Estoy convencido de que atravesamos una crisis de valores; si en lugar de pasar horas de ocio improductivo elaboramos un código ético de conducta, con medidas individuales de sacrificio, ahorro e inversión y todos nos responsabilizamos de cumplirlas, si todos aportamos parte de nuestro tiempo y energía a resolver problemas en cada pequeña o gran comunidad tenemos parte de la solución. También si se incentivan las iniciativas de emprendedores sociales como hace Ashoka, último premio Príncipe de Asturias.

Cambio de sistema. Vuelvo a los olvidados orígenes de la crisis porque su diagnosis permite vislumbrar soluciones. A nivel europeo, fue un error grave constituir el euro con un Pacto de Estabilidad que no respetó ni Alemania y no con una fiscalidad única para Europa, porque permitió desigualdades entre países y una Europa ahora a dos velocidades: Alemania y otros viento en popa; países periféricos como España y Portugal condenados al estancamiento o hundimiento.

Pero a nivel global, a la hora de señalar culpables, los mejores analistas como Bruce Scott, profesor de Harvard Business School, apuntaron en 2008 que el sistema financiero y los mercados, no regulados desde los años ochenta, han creado una inmensa riqueza ficticia: mientras que la economía mundial (Producto Mundial Bruto, bienes y servicios reales) suman unos 50 billones de euros, los derivativos exceden 4.000 billones. Solo 1/80 de los títulos que se compran y venden corresponden a activos reales, y 79/80 de ellos no corresponden a activos tangibles. Esto se ha olvidado completamente.

Sin sentirme profeta ni visionario, en mi modesto libro El futuro de España predije hace 15 años que el capitalismo desbocado que impera desde el final de la guerra fría llevaría a una revolución en la que los perdedores, víctimas de la inequidad del sistema, acabarían aguando la fiesta a los vencedores y favorecidos. Ya entonces advertí que el sistema no resistiría más de dos o tres décadas.

Creo que 2011 es el inicio de esa revolución, que las nuevas tecnologías han exacerbado el clamor contra la desigualdad injusta (no ya entre países, sino internas) que seguirá creciendo. La única solución para evitar que esa revolución sacuda los cimientos del mundo sería que la inminencia del caos llevara a un gobierno global capaz de evitar abusos, introducir más racionalidad en la financiación de las empresas, imponer tasas que permitieran una redistribución a los más vulnerables, y de enfrentarse unido a los grandes problemas globales (cambio climático, agresiones al medio ambiente y biodiversidad, conflictos, proliferación de armamentos, pandemias) y capaz de regular los mercados.

Por ahora, los líderes mundiales ni ven el gran fallo del sistema ni acuerdan medidas para paliarlo y hacer que el mundo sea más justo. Los mercados no se autoregulan (y por tanto caen en abusos) ni se autoequilibran (y producen burbujas inmobiliarias y financieras) ni desde luego se autolegitiman. Las instituciones de gobierno global que tenemos desde hace más de seis décadas no sirven para el mundo que encara el 2020.

No soy ingenuo ni subestimo la dificultad de que el mundo se ponga de acuerdo para este cambio ingente que los "ganadores" se resisten a cambiar. Sí quisiera rebatir a quienes esperan que la humanidad sea siempre capaz de prevenir catástrofes o que las soluciones se encuentren fácilmente. Como dijo Raymond Aaron, las instituciones de arquitectura global se crearon en los años cuarenta mirando de puntillas hacia atrás a dos guerras mundiales y una gran depresión entre las dos.

Diego Hidalgo es presidente del patronato de FRIDE (Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior) y fundador de la Fundación Maimona.

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