¿Crisis de innovación o crisis financiera?

Mientras los años de lento crecimiento se suceden, aumenta el debate sobre lo que cabe esperar para las próximas décadas. ¿Fue la crisis financiera un revés duro pero transitorio al crecimiento de los países avanzados, o expuso malestares de más largo plazo?

Recientemente unos pocos escritores, incluidos el emprendedor de Internet Peter Thiel y el activista político y ex campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov, han adoptado una interpretación bastante radical del desaceleramiento. En un libro de próxima publicación sostienen que el colapso del crecimiento de los países avanzados no se debe meramente a la crisis financiera, la raíz del problema, proponen, es que las debilidades de estos países reflejan un estancamiento secular en la tecnología y la innovación. Por lo tanto, es poco probable que se verifique un aumento sostenido en el crecimiento de la productividad sin cambios radicales en las políticas de innovación.

El economista Robert Gordon lleva esta idea aún más lejos. Sostiene que el período de rápido progreso tecnológico posterior a la Revolución Industrial puede resultar una excepción de 250 años a la regla del estancamiento en la historia humana. De hecho, sugiere que las innovaciones tecnológicas actuales palidecen cuando se las compara con avances anteriores como la electricidad, el agua corriente, el motor de combustión interna y otros grandes inventos que ya tienen más de un siglo.

Recientemente debatí sobre la tesis del estancamiento tecnológico con Thiel y Kasparov en la Universidad de Oxford, junto con el pionero en encriptación Mark Shuttleworth. Kasparov insistió en preguntar qué agregan verdaderamente los productos como el iPhone 5 a nuestras capacidades y sostuvo que la mayor parte de la ciencia que subyace a la informática moderna fue definida en la década de 1970. Thiel mantuvo que los esfuerzos para combatir la recesión a través de políticas monetarias laxas y estímulos fiscales hiperagresivos se ocupan del problema equivocado y son, por lo tanto, potencialmente muy perjudiciales.

Estas ideas son muy interesantes, pero evidencia aún parece indicar abrumadoramente que la disminución de la actividad en la economía mundial refleja principalmente los resultados de una crisis financiera sistémica profunda, no de una crisis de innovación secular de largo plazo.

Ciertamente hay quienes creen que los retoños de la ciencia se están quedando sin ideas y que, vistos de cerca, los últimos artilugios e ideas que impulsan el comercio mundial son esencialmente derivados. Pero la vasta mayoría de mis colegas científicos en las universidades más importantes parecen estar tremendamente emocionados respecto de sus proyectos sobre nanotecnología, neurociencia y energía, entre otros campos de avanzada. Creen estar cambiando el mundo a la velocidad más rápida que hemos presenciado. Francamente, cuando pienso como economista en el estancamiento de la innovación, me preocupa la forma en que los desmesurados monopolios reprimen las ideas y como los cambios recientes que prolongan la validez de las patentes han exacerbado este problema.

No, la causa principal de la recesión reciente es con seguridad un exceso crediticio global y el colapso resultante. La intensa semejanza del problema actual con el corolario de las profundas crisis financieras sistémicas del pasado en todo el mundo no es simplemente cualitativa. Las huellas de la crisis son evidentes en indicadores que van desde el desempleo y los precios de la vivienda hasta el crecimiento de la deuda. No es casualidad que la época actual se asemeje tanto a lo que sucedió luego de docenas de profundas crisis financieras en el pasado.

Es cierto, el exceso crediticio en sí puede haberse originado en un optimismo excesivo alrededor del potencial crecimiento económico implicado por la globalización y las nuevas tecnologías. Como sostenemos junto con Carmen Reinhart en nuestro libro This Time is Different (Esta vez es diferente), esas fugas de optimismo a menudo acompañan los aumentos del crédito, y no es esta la primera vez en que la globalización y la innovación tecnológica han jugado un papel central.

Atribuir el desaceleramiento actual a la crisis financiera no implica la ausencia de efectos seculares de largo plazo, algunos de ellos con origen en la propia crisis. Las contracciones del crédito casi siempre golpean con mayor dureza a las empresas pequeñas y de reciente creación. Como muchas de las mejores ideas e innovaciones provienen de las pequeñas empresas, no de las grandes ya establecidas, la contracción crediticia actual tendrá inevitablemente costos para el crecimiento en el largo plazo. Al mismo tiempo, las habilidades de los trabajadores desempleados y subempleados se están deteriorando. Muchos recién graduados universitarios también se ven afectados, ya que es más difícil encontrar empleos que aumenten sus habilidades y sumen a su productividad e ingresos en el largo plazo.

También sufrirá el crecimiento en el mediano plazo debido a los diferimientos de proyectos muy necesarios de infraestructura pública, pero que los gobiernos no pueden afrontar por restricciones presupuestarias. Y, más allá de las tendencias tecnológicas, otras tendencias seculares, como el envejecimiento de la población en los países más avanzados, también afectan las perspectivas de crecimiento. Incluso sin la crisis los países hubieran tenido que efectuar ajustes políticamente dolorosos a los programas de pensiones y cuidado de la salud.

Combinados, estos factores hacen que sea fácil imaginar que la tendencia del crecimiento del PBI se mantendrá un punto porcentual por debajo de lo normal durante otra década, tal vez incluso por más tiempo. Si la hipótesis de Kasparov-Thiel-Gordon es correcta, las perspectivas son aún más ominosas –y la necesidad de reformas, mucho más urgente. Después de todo, la mayoría de los planes para superar la crisis financiera suponen que el progreso tecnológico proporcionará una sólida base para el crecimiento de la productividad, que eventualmente impulsará una recuperación sostenida. Las opciones son mucho más dolorosas si el crecimiento de la torta se ha detenido bruscamente.

Entonces, ¿es la causa principal de la reciente desaceleración una crisis de innovación o una crisis financiera? Tal vez tenga un poco de ambas, pero seguramente los daños económicos de los últimos años reflejan, en primer lugar, un colapso financiero, aún cuando el futuro nos depare simultáneamente otros obstáculos al crecimiento en el largo plazo.

Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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