Crisis de secesión, y su salida

Mi liberada:

Habrás visto que, al filo de su derrota parlamentaria, se han reiniciado las operaciones para forzar al Partido Popular a la sustitución de su líder Mariano Rajoy. Alguno, incluso, las inició antes de la votación, como su aliado Albert Rivera, que con prisa para irse a Galicia y al País Vasco y actuar allí como libérrima puerta de saloon, sugirió que el PP debía cambiar de candidato. Al tiempo se habían conocido unas declaraciones de Felipe González. Aseguraba que el candidato más votado es también el más vetado y que, por tanto, debería actuarse en consecuencia. Graciosilla paronomasia, pero puramente paranormal, a menos que el candidato Sánchez no acepte el derecho de autodeterminación que los nacionalistas exigen para levantarle el veto. El ex presidente González sufre ataques de melancolía, recordando el notabilísimo sectario que fue; de ahí que un minuto después de sus ráfagas de lucidez convenga ponerse a cubierto, porque la réplica nunca tarda.

Crisis de secesión, y su salidaEl cuestionamiento de Rajoy solo puede explicarse por el superficial carácter deportivo de la política. Al final, importa el resultado y hoy el presidente es solo un perdedor. Él mismo conoce bien ese carácter y de ahí que se resistiera en la anterior hipolegislatura y también en esta a ir al Congreso sin una mayoría definitiva. Pero al mismo tiempo la sesión ha reforzado de modo notable su figura. No solo es que se haya confirmado la distancia sideral entre Rajoy y el resto de líderes políticos, una distancia basada en el conocimiento, la experiencia y el sentido común. Lo sustancial es hasta qué punto Rajoy ha puesto en evidencia la imposibilidad de que fragüe a su izquierda un gobierno y que, en consecuencia, el más listo de la clase haya pedido de inmediato el gobierno de los 180. Te recomiendo que veas el debate que Rajoy mantuvo con el diputado Tardà, de Esquerra Republicana. Decir debate es una exageración retórica, porque en verdad fue una lección democrática y una paliza parlamentaria. Pero sobre todo, y por encima de todo, una exhibición de las alianzas a que habría de llegar lo que queda de socialismo para poder construir una alternativa. Cuando acabó, Rajoy hizo como si dejara al desmembrado Tardà a los pies de Sánchez Castejón y le espetara: «Ahí lo tienes. A ver qué haces con él». No fue su única ofrenda. La del diputado Iglesias fue también vistosa. Pasado por Rajoy solo le quedó la posibilidad, ancestral, del lenguaje de gestos: levantar el puño como el que levanta bandera blanca. El diputado Iglesias: el eje de gobierno del jovencito Frankenstein; el veto hecho voto del ex presidente González.

Rajoy ha cometido errores en la gestión de los años más difíciles de la democracia española. El principal, el de Cataluña, que es el de permitir que en una parte del Estado no se cumpla la ley. Ningún partido, ni siquiera C’s, ha hecho de este reproche la base de su oposición política. El reproche por antonomasia ha sido el de la corrupción. Tiene poco sentido. La corrupción es un problema absolutamente menor comparado con la rebelión del gobierno de Cataluña. Esa rebelión ha bloqueado España y Rajoy no ha sabido impedirlo. No solo eso. Como demuestran las sórdidas conspiraciones del ministro Fernández ha pretendido combatir a los desleales de modo subterráneo, a la manera –moral, no técnica– con que el felipismo combatió a ETA. El fracaso ronda el sainete. Y lo peor: disemina una sospecha de debilidad sobre el funcionamiento del Estado absolutamente desmoralizadora.

No han de buscarse sofisticadas interpretaciones de este fracaso de Rajoy. El problema, simplemente, ha sido más grande que él. Su descargo es que no ha tenido a su lado a los socialistas. Más allá de la apariencia, la actitud del PSOE ha sido de una gran irresponsabilidad. Ha flirteado estúpidamente con la falsa solución de la reforma constitucional –ninguna que no suponga la autodeterminación satisfará a los nacionalistas– y permite que sea un gobierno en funciones, maltrecho y sin base parlamentaria el que vaya a hacer frente a las próximas patadas nacionalistas a la ley. La unidad ante la rebelión debió ser la misma que ante el terrorismo de ETA, pero el socialismo nunca lo ha entendido así. El socialismo proclama la necesidad de «una solución política para Cataluña». Pero solo lo hace para disponer de un arma más contra la derecha. Rajoy no puede formar gobierno a causa de Cataluña. Pero tampoco puede hacerlo Sánchez, y a causa de lo mismo. La única manera de superar el bloqueo pasa por el acuerdo –y por un acuerdo a la larga, no meramente circunstancial– entre los dos partidos mayoritarios. Pero los dos no son igualmente responsables de su inexistencia: uno lo reclama y el otro se niega.

De esta crisis solo se sale de un modo, y es por la articulación de un nuevo gran partido español a la izquierda del PP. Este partido aún puede ser el PSOE: bastará que Pedro Sánchez Castejón, su núcleo de dirigentes y su política sean derogados. Si la solución no la dan los militantes socialistas habrán de darla los que hasta ahora han sido sus votantes, empezando por los gallegos y vascos. Vista la inutilidad del actual partido para la práctica de ninguna política real deberán ceder, según carácter, sus votos al partido Podemos y tumultos asociados, y a C’s. Eso es lo que ya ha pasado en Cataluña, vanguardia siempre, y lo que debe pasar en España, si el PSOE dimite de sí mismo.

Ni que decir tiene que semejante pulverización de la burocracia socialista aumentaría la posibilidad de que C’s, ya beneficiado por la corrompida política de los fernández y los moragas, se convirtiera en un decisivo partido español, no solo capaz de lubricar la razón, sino de imponerla. Para ello sería interesante que, más allá de malabarismos, se dedicara a fijar con precisión quién es ahora el responsable de la catastrófica situación española, es decir, quién es el principal aliado objetivo de los que trabajan activa, y exitosamente, por la destrucción del Estado de derecho. Un heroico mainstream, que fue de Álvarez de Miranda a Fernández Ordóñez, permitió salir de la crisis del franquismo. De la crisis de la secesión no se saldrá de otra manera.

Pero sigue ciega tu camino.

Arcadi Espada

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