¿Crisis del sistema o de la izquierda?

François Hollande, el presidente francés, ¿se encuentra en una pendiente comparable a la de José Luis Rodríguez Zapatero, reelegido en la presidencia del Gobierno español en el 2008 y hundido en los sondeos para hallarse completamente desacreditado al término de su mandato? Los resultados de las elecciones prestan cierto vigor a tal hipótesis.

En efecto, todos los comentarios –sin concesiones ni matices– se refieren a un resultado desastroso para la izquierda francesa y, en su cúspide, para el jefe de Estado. Los socialistas controlaban, hasta ahora, casi todos los poderes en Francia: la presidencia de la República, las dos Asambleas, 21 regiones de 22, una gran mayoría de las grandes ciudades, los departamentos, acaban de perder más de 150 municipios importantes y las elecciones europeas constituirán con verosimilitud la confirmación de su fracaso mientras que las elecciones regionales del 2015 conducirán sin duda alguna a duras decepciones para la izquierda.

Suele hablarse, en la actualidad, de una crisis general de los sistemas políticos e, incluso, de una crisis de la representación política. Y hay que reconocer que en España, este análisis tiene sentido; basta considerar el lugar del PP y del PSOE en los sondeos de opinión para constatarlo: ambos quedan desacreditados.

Aplicada a Francia, esta idea de una crisis de todo el sistema político se ve refrendada si se considera el grado de abstención, que ha alcanzado esta vez casi el 40%, en alza con respecto a consultas anteriores. La abstención no se debe únicamente a la existencia de personas que viven en situación marginal, carentes de formación e incluso analfabetas sino también a la de ciudadanos que sienten repugnancia o hastío de la política en general y que juzgan que no hay nada en la oferta política que pueda justificar que se expresen en las urnas.

Sin embargo, consideremos los resultados de las recientes elecciones municipales. Las previsiones habían anunciado un éxito del Frente Nacional, que es real pero que no llega a ser un triunfo. El FN, si se atiende a los números, ha progresado poco en términos de número de votantes. Ha fracasado en algunas ciudades donde presuponía que prevalecería con holgura. Gobierna, en adelante, una decena de ciudades y un barrio importante de Marsella y cuenta con unos 1.200 concejales. Se presenta como un partido respetable, pero sigue capitalizando los impulsos racistas y xenófobos y, en su aparato, no es infrecuente que ello se exprese abiertamente pese a las directrices de su dirección. ¿Quién ha votado por el FN? Su electorado clásico, por supuesto. Pero, también, y en gran número, gente decepcionada de la izquierda, alimentando lo que el politólogo Pascal Perrineau llama el “izquierdolepenismo”, el voto de antiguos votantes de izquierda por el partido que dirige actualmente Marine Le Pen y antes su padre, Jean-Marie. El Frente Nacional se dirige a los “olvidados” y a los “invisibles”, obreros y parados que se sienten como abandonados por la izquierda, huérfanos del comunismo y dejados de la mano por el partido socialista. Una conclusión que cabe extraer de esta constatación es que la representación política en sí misma no está totalmente en crisis pues el FN acaba de cosechar votos e incluso presentarse como un partido de gobierno, capaz de dirigir las ciudades y en el día de mañana –cree– el país al tiempo que se califica como “antisistema”. La crisis es, ante todo y claramente, de la izquierda y de su liderazgo.

Este punto de vista se refuerza si se consideran los resultados de la derecha clásica en las mismas elecciones. Esta derecha conoció una derrota histórica en el 2012, cuando el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, fue derrotado en las elecciones presidenciales y, de paso, perdió la mayoría en la asamblea nacional. JeanFrançois Copé y François Fillon, los dos principales líderes de su partido, la UMP, se enfrentaron de un modo que deslegitimó ampliamente su posible liderazgo. A Jean-François Copé, además, se le señala en los medios de comunicación como sospechoso de asuntos turbios.

Por otra parte, un asesor próximo a Nicolas Sarkozy, Patrick Buisson, había grabado a sus espaldas sus comunicaciones, las más confidenciales, y las grabaciones empezaron a aparecer en la prensa. Nicolas Sarkozy, además, fue sometido a escuchas por parte de la justicia, y también en este caso hubo filtraciones públicas de sus conversaciones telefónicas cuyo contenido consterna en muchos sentidos.

Todo esto debería haber debilitado a la derecha en gran proporción. Pero no ha sido así y, encima, el Frente Nacional es el gran triunfador de las recientes elecciones municipales.

Lo que acaba de caer en el campo de la izquierda en Francia es un modelo político complejo que combinaba el centralismo jacobino con un poder ejecutivo concentrado en las manos del presidente de la República y una estructuración sobre el conjunto del territorio de modo que los cargos electos locales y regionales garantizaban en beneficio del Partido Socialista una especie de red tupida, un denso control del país; los especialistas hablan, en este caso, de un socialismo municipal. El Partido Socialista acaba de perder unas 150 ciudades (un municipio, en Francia, es considerado como una ciudad a partir de 9.000 o 10.000 habitantes), el socialismo municipal se ha hundido. Al mismo tiempo, el poder central y, en primer lugar, el jefe del Estado, ofrecen una faz de pérdida de credibilidad, incapaces de definir una política firme y de proponer una visión a largo plazo que articule justicia social, desarrollo duradero y eficacia económica. Al cambiar el primer ministro y sustituir a Jean-Marc Ayrault por Manuel Valls, y mientras deja de haber un ministro verde, el presidente de la República desplaza el centro de gravedad del poder hacia el centro. Pierde una parte de la confianza que le testimoniaban, por una parte, la “izquierda de la izquierda” y, por otra, los ecologistas; ancla su acción del lado del rigor, incluso de la austeridad. Resulta totalmente artificial hablar aquí de socialdemocracia.

El comunismo se halla en declive desde hace mucho tiempo, las referencias a la socialdemocracia ya no son creíbles, el socialismo municipal acaba de experimentar un duro fracaso y tanto el desarrollo duradero preconizado por los ecologistas como las medidas de justicia social exigidas por la izquierda de la izquierda ya no están representadas en el gobierno: desde luego, Francia vive actualmente una profunda crisis de la izquierda.

Michel Wieviorka, sociólogo. Profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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