Crisis en la izquierda latinoamericana

La izquierda latinoamericana emite señales de agotamiento. Desde la derrota peronista en la elección presidencial de noviembre en Argentina, que ganó el conservador Mauricio Macri, a cada poco sucede algo que induce a pensar en un desgaste global de los modelos, resultado de los cambios habidos en países como Venezuela, Brasil y Bolivia, donde los ascensores sociales han hecho emerger una modesta nueva clase media urbana, recién llegada al confort de las tres comidas diarias y que hoy aspira a estabilizar su situación, a garantizar su continuidad. Desaparecidos los líderes predestinados, o vistos así por sus seguidores, con Hugo Chávez al frente de todos ellos, no hay herederos que deslumbren, sino más bien que muevan a cierta melancólica añoranza por los tiempos pasados.

Si la derrota de Daniel Scioli, patrocinado por Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, pudo tenerse por un aviso, la del chavismo -más que una derrota, un terremoto- en las legislativas de diciembre conmocionó a los teóricos del populismo social, a los gestores de un modelo condenado por la caída de los precios del petróleo, por el sectarismo del núcleo de poder encabezado por Nicolás Maduro y por el descoyuntamiento de la economía hasta lo inimaginable. Luego, en febrero, llegó el referéndum boliviano y la victoria de los contrarios a otorgar un cuarto mandato a Evo Morales, versión posmoderna del indigenismo, adscrito a un reformismo social a menudo paternalista. Por último, llegó marzo con la detención por unas horas de Lula, acusado de participar en la bolsa de corrupción de Petrobras, una sospecha que, se confirme o no, daña de forma irreversible la imagen de referencia del nuevo Brasil y ratifica la impresión de que el Partido de los Trabajadores, llegado al poder, se amoldó a toda prisa a los peores vicios políticos del país.

Crisis en la izquierda latinoamericanaEl recurso fácil al adversario exterior ha dejado de tener la utilidad práctica de tiempos pretéritos. Las apelaciones a la injerencia de EEUU carecen de la efectividad del pasado -el recurso a ellas de Maduro apenas tiene capacidad de movilización- porque el gran rival de la izquierda latinoamericana es la propia izquierda, atacada por un amaneramiento que, por lo demás, deja a demasiados fuera de las conquistas sociales de los días de euforia. La técnica del supuesto combate permanente en favor de los desheredados da pocos frutos, los rescatados de la postración han dejado de ser en gran medida depositarios de votos cautivos y el clientelismo político rinde cada día menos intereses. Frente a la doctrina de la revolución incansable se ha impuesto el cansancio de los redimidos, que reclaman sobre todo estabilidad, continuidad y certidumbres, más unas gotas de democracia representativa.

El resto ha sido consecuencia directa del despeñamiento de los precios del petróleo, la contracción de las economías emergentes, con China en cabeza, las oscilaciones en los mercados de las materias primas y el encastillamiento de varios gobernantes deseosos de perpetuarse en el poder. La reacción de líder ofendido de Maduro tras la debacle electoral y con notables opositores en la cárcel, el intento fallido de Morales de seguir más allá del 2019, y el no menos fallido de Cristina Fernández de presentarse de nuevo han mostrado el rostro menos amable del poder, esa ensoñación del partido único, impensable en un sistema democrático.

El recurso al panteón -de Evita a Chávez, pasando por el Che y otros ilustres ausentes- sigue siendo efectivo entre los mitómanos de distintas adscripciones, pero sin la efectividad de antaño: en general, los desaparecidos conservan intacto el prestigio entre los afectos a las causas que los consagraron, pero sus seguidores menguan al mismo ritmo que crece el número de los que creen que su tiempo ideológico ya pasó. Institucionalizar la revolución ha dejado de ser atractivo; son demasiados los ejemplos de que casi siempre ha derivado en una degeneración enfermiza del Estado (véase México).

La hegemonía cultural en la aldea global cambia de manos a toda prisa, las identidades se transforman, y la de la izquierda no es una excepción. Hoy solo es posible remitirse a la referencia cubana a través de la luz que desprende el ocaso de la 'revolusión' y el acercamiento a EEUU. Otras etiquetas más o menos venerables han quedado descoloridas por el paso del tiempo, la torpeza de los gobernantes y la corrupción, y la realpolitik se ha adueñado de experiencias como la de Michelle Bachelet (Chile) y Ollanta Humala (Perú), pilotadas ambas por los profesionales de la política y de la economía sin el concurso de agitadores de masas. ¿Se trata de un repliegue conservador? Quizá sea el regreso a la política de las cosas al final de una larga travesía por la política de las ideas.

Albert Garrido, periodista.

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