Crisis y natalidad en España

Hace unos días, el Instituto Nacional de Estadística nos informó de que el número de nacimientos había caído un 5% en el año 2009, y de que también lo había hecho su indicador coyuntural de la fecundidad, a lo que solemos referirnos como el número de hijos por mujer. En este caso, habríamos pasado de 1,46 hijos a 1,40, lo que representa una caída del 4%, casi una imagen especular del 4,4% de incremento en 2008. Este brusco descenso de la fecundidad habría acabado con la serie continua de aumentos observada desde 1998.

Es muy probable que el descenso de la fecundidad en España se deba a la profunda crisis económica que vivimos. Por varias razones. En primer lugar, desde hace más de 30 años, las crisis económicas han coincidido con caídas pronunciadas de la fecundidad. Durante la crisis de la segunda mitad de los 70 y la primera de los 80, el número de hijos por mujer descendió desde los 2,8 de 1975 a los 1,6 de 1985. Así, al boom demográfico de los 60 y primeros 70, que había dejado en suspenso la caída secular de la fecundidad, le sucedió uno de los desplomes más acusados de toda Europa.

En casi todos los países de Europa occidental se dio un tránsito similar hacia niveles de fecundidad inferiores a los del reemplazo poblacional (2,1 hijos por mujer), pero en casi ninguno la caída fue tan rápida y tan intensa, en parte porque esa transición se inició antes y apenas coincidió con la crisis de los 70. En España sí coincidió, y lo hizo con una crisis cuyas características locales alteraron sustancialmente el horizonte reproductivo de las mujeres españolas.

La tasa de paro subió muchísimo y se mantuvo en niveles altos mucho tiempo, incluso tras la recuperación iniciada hacia 1985. Las perspectivas laborales de los jóvenes empeoraron aún más que las del conjunto de trabajadores, lo que les llevó a rebajar sus expectativas de emancipación temprana, y, por tanto, de formar una nueva familia. No es que los jóvenes españoles se hubieran emancipado pronto en el pasado. Al contrario, como los de otros países del sur de Europa, lo hacían muy tarde, especialmente en comparación con sus coetáneos del norte del continente.

Sin embargo, habían adelantando notablemente el abandono del hogar paterno en los años 60, en paralelo a la profunda transformación de la estructura económica española y los concomitantes movimientos migratorios. La crisis revirtió ese proceso, iniciando la edad media de emancipación una acusada senda ascendente que sólo se detendría al comenzar el siglo actual. El retraso en la emancipación retrasa la llegada del primer hijo y, por regla general, implica una menor fecundidad. En cualquier caso, es un síntoma de un horizonte vital más incierto.

Con todo, la caída en la fecundidad fue frenándose en la segunda mitad de los 80 por la menor incertidumbre asociada al retorno de un crecimiento económico potente. Todo parecía indicar que volvería a crecer en la primera mitad de los 90. Sin embargo, la crisis de 1993/1994 retrasó esa recuperación: si en 1992 la fecundidad estaba cayendo sólo un 1%, en 1993, cayó un 3,8% y nada menos que un 5% en 1994. Así llegamos a las ínfimas cifras de menos de 1,2 hijos por mujer a mediados de los 90.

En segundo lugar, el cambio de tendencia en la variación interanual del número de nacimientos coincide bastante con el cambio de tendencia en los indicadores de confianza económica de los españoles. Por ejemplo, el índice de confianza del consumidor de la Comisión Europea empieza a desplomarse en otoño de 2007, con las primeras evidencias palmarias de la crisis económica internacional, y con el retorno al aumento del paro en España.

El número de nacimientos empezó a caer en términos interanuales en enero de 2009, lo que, si suponemos embarazos de nueve meses por término medio, implica que bastaron tres meses de malas noticias económicas para que cambiasen las perspectivas reproductivas de no pocas familias. La caída en el número de nacimientos fue acelerándose a medida que avanzaba 2009, casi en estricta concordancia con el empeoramiento del horizonte económico medido un año antes.

En tercer lugar, la influencia de la crisis en la caída de la fecundidad española en 2009 se observa a través de la comparación con lo sucedido en otros países. Con los datos hasta ahora publicados, podemos comprobar la evolución de la fecundidad en 15 países de la Unión Europea. Cayó en la gran mayoría de ellos, en 12, interrumpiendo, en general, una tendencia al alza de los últimos años. Sólo subió en tres. A su vez, las dos mayores caídas se han dado, precisamente, en dos de los países más afectados por la crisis, Portugal y España.

Por último, la caída de la fecundidad en 2009 coincide con otro cambio asociado al oscurecimiento del horizonte reproductivo de las generaciones jóvenes. Se ha detenido o, incluso, revertido la tímida tendencia a una emancipación más temprana que se apreciaba desde 2001/2002.

La prolongada bonanza económica desde 1995/1996, con el añadido de la burbuja de los créditos inmobiliarios a bajísimos tipos de interés, había conseguido lo que lustros atrás parecía imposible: que los jóvenes españoles se independizaran antes. Pero el manantial del crédito se secó, el crecimiento económico se detuvo y el paro juvenil estalló.

Un ejemplo: la tasa de paro de los jóvenes de 30 a 34 años, los situados en el tramo de edad en el que se produce preferentemente el abandono del hogar paterno, creció desde el 6% a finales de 2007 al 20% actual. La notable intensificación de la caída en curso de la nupcialidad no es sino expresión del mismo fenómeno. De hecho, aunque la última década nos había acostumbrado al descenso en el número de matrimonios católicos, 2009 nos ha sorprendido con el retroceso de los civiles, que crecían sin pausa desde 1997.

Qué puede ocurrir a corto y medio plazo con la fecundidad en España? Para responder a esta pregunta tenemos que tener en cuenta los factores que explican los distintos niveles de fecundidad inferior a la del reemplazo poblacional y la previsible evolución de la coyuntura económica. Respecto de lo primero, la tendencia secular a la caída de la fecundidad en casi todo el mundo puede entenderse, sobre todo, como respuesta de las generaciones que se van incorporando a la paternidad a que la mortalidad infantil se haya ido reduciendo.

A su vez, que la fecundidad haya bajado de los 2,1 hijos por mujer se ha debido a una combinación añadida de circunstancias, con un papel principal para el mayor nivel educativo de las mujeres, su mayor incorporación al mercado laboral, y la seguridad casi absoluta de los métodos anticonceptivos artificiales. Los recortes del periodo efectivo de fertilidad causados por esos factores han impedido a muchas mujeres llevar a cabo unos planes que, de hacer caso a las encuestas al uso, implicaban un par de hijos.

Que en algunos países los planes se hayan incumplido menos y la fecundidad se aproxime a los 2 hijos por mujer se explica por haber contado con un mercado laboral muy flexible que facilita los tránsitos entre la maternidad y el empleo o con instituciones o ayudas públicas que han hecho más llevadera la maternidad a las madres trabajadoras. En España, las ayudas a la familia han brillado por su ausencia, y la flexibilidad laboral ensayada desde mediados de los 80, la gran temporalidad del empleo juvenil (junto con otros factores, ligados al mercado de la vivienda, por ejemplo), ha redundado justamente en dificultar la emancipación y, con ella, la reproducción temprana.

En la medida en que se mantengan esos condicionantes, si acaso, podremos aspirar a medio plazo a una recuperación muy paulatina de la fecundidad, como la de la última década.

Si, como he intentado mostrar, la crisis económica explica la caída actual de la fecundidad, su recuperación se produciría en dos o tres años en el caso de que el crecimiento económico volviera pronto y con fuerza, despejando los horizontes vitales de las generaciones jóvenes. Si, como parece más probable, afrontamos un periodo indeterminado de crecimiento económico débil y tasas de paro elevadas, es improbable que crezca la fecundidad. Más bien tenderá a caer o estancarse, con las previsibles consecuencias para los equilibrios demográficos del país que ustedes conocen.

Juan Carlos Rodríguez, investigador de Analistas Socio-Políticos.