Cristiano en Oriente Medio: el camino a la reconciliación

Es la primera vez que ocurre en la historia. El pasado mes de octubre estuvo reunido en Roma el Sínodo de los Obispos de Oriente Medio. Es la primera vez en la historia de la Iglesia. Y también es la primera vez que un Sínodo de Obispos convoca a laicos, hombres y mujeres, para que apoyen con su experiencia el trabajo que allí se desarrolla. Yo tengo el privilegio de contarme entre estos últimos, como presidenta de una Fundación que tiene en Oriente Medio su principal área de cooperación al desarrollo.

La composición de los participantes habla por sí sola de la riqueza espiritual, cultural e histórica de la región de Oriente Medio: de los 185 padres sinodales, la mayoría —140— pertenecen a tradiciones orientales católicas: los obispos de tradiciones latinas son 45, de los cuales sólo 14 vienen de la región. Además de los representantes de las seis Iglesias orientales de Oriente Medio (melquita, maronita, siria, caldea, armenia y copta), hay representantes de otras seis Iglesias católicas orientales: la etíope, la griega, la rumana, la siro-malabar, la siro-malankar y la ucraniana.

Esta diversidad, que como digo en sí misma entraña una riqueza, ofrece también algunos riesgos no pequeños para la permanencia de la presencia cristiana en la región. En primer lugar, porque los seis millones de cristianos actualmente dispersos en Oriente Medio, y divididos en distintas comunidades en función de su confesión y/o su rito propio, y como consecuencia de la persistente situación de conflicto, de guerra, de crisis económicas y políticas desde hace décadas —algún padre sinodal ha hablado de 300 años—, vienen padeciendo las consecuencias de la emigración hacia otros países en busca de una vida más digna: cada vez son menos. Pero es que surgen situaciones nuevas, como las comunidades de inmigrantes cristianos asiáticos y africanos que se están constituyendo en el norte de África y los países árabes. En algún caso representan hasta el 50 por ciento de la población de algunos países musulmanes del Golfo, y suponen un reto pastoral de la Iglesia, por la necesidad de acogida e inserción en países hasta ahora exclusivamente musulmanes, y cuyas leyes no contemplan la existencia de otra religión distinta. Ante estos desafíos, las comunidades cristianas deben acercarse entre sí para ser más fuertes y para poder ser un interlocutor sólido y constructivo en el diálogo con las demás religiones presentes en la zona, en concreto con judíos y musulmanes.

Después de cerca de veinte años trabajando en la región, sigue sorprendiéndome el desconocimiento de Occidente acerca de los problemas específicos de las comunidades cristianas en esta zona del mundo. Y lo que es más grave aún, acerca del potencial que estas comunidades ofrecen de cara a la construcción de la paz en un entorno de conflicto social y político perenne.

El cristianismo ofrece al mundo, también en escenarios de conflicto e incluso de persecución propios de esta región, un mensaje de paz del que desgraciadamente pocos se han hecho eco hasta ahora. La Iglesia Católica, al igual que ocurre en muchos otros países, ha promovido en Oriente Medio numerosas iniciativas sociales, especialmente educativas y sanitarias. De hecho se puede decir que en concreto las escuelas son el centro de la presencia cristiana en estos países, y en algunos lugares son incluso el único lugar de presencia y formación cristiana.

Pero el Sínodo invita a dar un paso más, y un salto cualitativo: se trata de fortalecer el testimonio de los cristianos, hombres y mujeres, a nivel personal, familiar y social. En una sociedad en la que la religión forma parte de la identidad de las personas, pero en la que la fe se asocia al templo y a los pastores, se quiere animar a los laicos a que desempeñen un papel protagonista en la construcción de una identidad cristiana fiel al mensaje evangélico.

Esto implica que la formación, tanto cultural como espiritual, que ofrece la Iglesia, esté impregnada de esos valores evangélicos de perdón y reconciliación que son su seña de identidad. Una formación que debe ofrecerse en la propia familia y en la escuela, a lo largo de todo el periodo escolar y académico. Yo diría más, una formación que debe acompañar a los cristianos durante toda su vida para poder responder a los enormes desafíos que ponen en peligro su supervivencia. Pero es que además sólo así los cristianos de Oriente Medio, hombres y mujeres, podrán hacer realidad esos valores evangélicos en primer lugar en sus propias vidas, para después ayudar a sus conciudadanos a caminar hacia el perdón, la reconciliación y la paz.

Pilar Lara Alen