Cristo y Prometeo

Prometeo robó el fuego: el saber hacer, la sabiduría a los dioses inmortales, para entregárselo a los pobres mortales. Los dioses, celosos de su situación privilegiada y dominio total sobre todos los mortales, lo ataron a una roca en el Cáucaso y Zeus envió un águila para que le picoteara el hígado. Cada vez que el ave se lo arrancaba, le volvía a crecer y el tormento se iniciaba de nuevo. Su tortura duró miles de años hasta que Heracles lo liberó. También dice la mitología que Prometeo, al momento de Zeus querer arrasar todo lo que estaba por debajo de él con un diluvio, salvó a la humanidad de su destrucción total.

Adán y Eva, sueltos en el jardín del Edén, disfrutaban de plena libertad de acción y pensamiento. Yahvé les había impuesto una sola prohibición. Dijo a Adán: «De todos los árboles del Paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas porque el día que comas de él morirás». La serpiente, envidiosa de la situación de nuestros padres, tentó a Eva, quien comió y dio de comer a Adán. Entonces, Yahvé, furioso, dijo a la mujer: «Multiplicaré los trabajos de tus preñeces, parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a un marido que te dominará». Y a Adán le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol del que te había prohibido comer, la tierra será maldita y para comer de ella tendrás que trabajar todos los días de tu vida».

Cristo y PrometeoDurante mucho tiempo, estos versículos fueron interpretados al pie de la letra. Luego, por influencia de Freud se interpretó como un pecado sexual, pero creo que ni una cosa ni otra. Desde este punto de vista, Cristo vino a salvar a la Humanidad, a rescatarla y para ello tuvo que sufrir la muerte y no una muerte cualquiera sino la ignominiosa muerte de la cruz después de padecer una horrorosa pasión. Y Jesús fue considerado como el nuevo Adán, como un Prometeo pero, esta vez, enviado por Dios para rescatar y salvar a la Humanidad de su pecado. Pero ni en este caso Cristo habría sido enviado a padecer durante milenios como Prometeo ni Dios lo hubiera castigado por su desobediencia, sino para liberar a la humanidad del pecado original y los pecados personales.

Ni existió el Paraíso, ni la naturaleza pura, ni Adán y Eva fueron nuestros primeros padres. El relato del Paraíso y del pecado original es un mito de origen para explicar la aparición del género humano sobre la faz de la Tierra, sus imperfecciones, limitaciones, y los errores que la humanidad cometió a lo largo de la Historia y que cada hombre comete durante los días de su existencia en este mundo. El dolor, el sufrimiento, pertenecen a la naturaleza del hombre, a su condición y no a la caída ni al pecado de Eva y Adán ni a los pecados de cada uno. Si Adán y Eva no existieron como individuos históricos ni cometieron el pecado de desobediencia, nosotros no podemos heredar un pecado que no existió. Hoy tildaríamos de macabro el Código Civil que responsabilizara y juzgara a los hijos por los crímenes de sus padres. Aún el caso de haber existido nuestros primeros padres y haber cometido el pecado, la Biblia dice en otra parte: «Los hijos no son responsables de la dentera de sus padres». Es decir, no es justo que los hijos sean castigados por los pecados de sus padres.

Los hombres de aquel entonces creían que el sol era Dios, que los astros eran dioses, y los escritores del Génesis quisieron decirles que estaban equivocad, que Yahvé es el único Dios, que todos los demás son ídolos efímeros, perecederos. Yahvé es Dios y el único Dios. El relato del Génesis no quiere decir que Yahvé haya ido haciendo una por una todas las cosas, los seres vivos, el sol, la luna, los mares; nos dice que Yahvé es diferente de todo y sólo Él es Dios; que el cielo y el firmamento no son Dios; que el sol y la luna no son Dios; que ningún animal es Dios; que el hombre y la mujer no son Dios; que la vida y la fecundidad no son Dios.

No es posible eliminar con oraciones el pecado ni el sufrimiento, porque sería lo mismo que eliminar la mundanidad del mundo, la humanidad del hombre, la feminidad de la mujer. Las enfermedades, las limitaciones, las enfermedades, los errores, el sufrimiento no son una contingencia, no están ahí por casualidad, forman parte de la naturaleza y de la condición humana. Todo ello no es una herida, no es fruto del pecado original, es naturaleza: el hombre es así. La contingencia del hombre no resta nada a la gloria de Dios ni a la condición del hombre sino que permite darles cuerpo. Creer que Dios es creador tiene una función explicativa pero es tarea del hombre descubrir el plan concebido por Dios y ejecutarlo.

Cada avance de la Medicina, de la Física, de la Química, de la técnica, permite al hombre conocer mejor el plan y ejecutarlo más eficientemente. El hombre hace viajes a la luna, a Marte y todo ello ayuda a dominar y a hacer recular las limitaciones. Se descubrió la vacuna contra la viruela, se avanza en el descubrimiento del cáncer, cada vez mueren menos niños y los individuos viven más. Los que dicen «estamos peor que en tiempo de los romanos», lo que verdaderamente confiesan es su ignorancia histórica.

El verbo de Dios se hace carne pero ¿qué han visto los hombres y mujeres que lo han visto? Los hombres y mujeres que convivieron con Jesús y lo conocieron personalmente vieron y conocieron a un judío, a un niño que llegó a adulto, al hijo de José y de María quienes vivían en una casa como las de los demás y trabajando en Nazaret. Más tarde le vieron rodeado de sus discípulos y amigos, hombres y mujeres; lo han visto, lo han tocado, lo han escuchado, han comido y bebido con él, han hecho fiesta en los días señalados y han hecho duelo a la muerte de un familiar o un amigo. Muchos han hecho con él un trozo de camino de un pueblo a otro. La condición histórica del hombre significa que el hombre llega a ser él mismo; que él se descubre a través, en y gracias a sus decisiones y sus actos, sus aciertos y sus fracasos.

Como cualquier otro hombre por su condición humana, Jesús se ha ido descubriendo a sí mismo como ser, como hijo, como vecino, como amigo y, seguramente, también como el hijo de Dios. Como cualquier hombre. Unos han visto en él a un profeta, otros un rey, Pedro y algún otro lo han visto como un Mesías, el hijo de Dios viviente. Todos saben que es un hombre y qué es un hombre; y hasta saben que echa demonios, pueden saber que es un Mesías que no quiere ser rey, que hace milagros pero que él mismo dice que eso no es muy importante. Pero, en realidad, nadie supo quien era realmente hasta que ascendió a los cielos y vino sobre ellos el Espíritu y se lo reveló meridianamente. Pensar que Jesús porque era Dios sabía todo sobre sí mismo desde que había comenzado a existir como hombre, o pensar que desde un principio sabía cuanto le iba a suceder es negar su plena condición de hombre, y negar la trascendencia que no está comprometida cuando se hace hombre ni exige que el hombre sea un poco menos hombre.

Las figuras y concreciones históricas que actualizan y hacen presente a Dios entre nosotros son fugaces, perecederas, efímeras como son fugaces y perecederas y efímeras las civilizaciones, las culturas, las lenguas, las formas del arte. Las figuras históricas son inevitables pero todas son prescindibles y sustituibles por otras que cumplan el mismo rol y la misma función en otros espacios o en los mismos espacios en otros tiempos. La tradición consiste en reinventar y reconstruir el pasado para dar sentido al presente y abrir el futuro. Como estuvo Dios con Abraham, con Moisés, no volverá a estar con nadie. Como estuvo Jesús en Nazaret con la Samaritana, con Zaqueo, con los pescadores, con aquellos a quienes dio de comer pan y pescado, no volverá a estar con nadie. Estará con todos los que quieran estar con él a la manera del tiempo de cada uno.

Las formas de celebrar la Navidad cambian de un pueblo a otro y en el mismo pueblo de un tiempo a otro. Pero todos los pueblos y a través de los siglos se celebra la actualización, la efectuación del encuentro de Dios con los hombres. Jesús no es Prometeo, ni un héroe, es un acto de Dios que viene para ser un Dios con nosotros.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, teólogo y escritor. Autor del blog Diario nihilista. Su último libro es Viaxe sen retorno.

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