Crónica de una superviviente

Pocos han sido los temas de reflexión y los problemas más esquivos, incómodos y espinosos de su época que hayan podido quedar apartados en el tintero lúcido y casi visionario de la literatura de una de las más grandes autoras de nuestro tiempo, Doris Lessing, reciente y muy honorable Premio Nobel de Literatura 2007. Desde el colonialismo y el racismo, o la vertiginosa evolución de las relaciones sexuales y la emancipación de las mujeres, hasta el foso abierto y en permanente ebullición de las generaciones que se suceden sin descanso en nuestras complejas sociedades, así como las crisis en las ideologías izquierdistas y «experimentales», la carrera nuclear, la locura, el eugenismo o el renacimiento del mito y de lo sagrado en mundos mecanizados que elevan a las alturas paganas del dogma intocable a la tecnología y a una ciencia ciega y avasalladora, pocos temas, injusticias o malestares de nuestra época han sido eludidos por esta valerosa cronista de su tiempo enemiga acérrima de cualquier tipo de servidumbre o «compromiso» con lo colectivo que no respete o intente anular la ética interna y la conciencia de cada individuo por separado.

Perteneciente a una mítica marca de calidad literaria considerada hoy en día casi legendaria, la de las «novelistas británicas», que incluye a autoras como Mary Selley, Jane Austen, las Brontë, George Eliot, Virginia Wolf o Jean Rhys, Doris Lessing, por su parte, pertenecería a una brillantísima pléyade o subclase de su tiempo, fascinada por las novelas de ideas o las tramas rebosantes de dilemas filosóficos, existenciales y morales, como también sucede con grandísimas autoras británicas de nuestra época, de formación e intereses fuertemente intelectuales, como es el caso de Iris Murdoch, Muriel Spark o A. S. Byatt. Autoras que, lo mismo que Lessing, han rechazado encerrarse en los límites estrechos de un género y que sin cesar han mezclado en sus obras tanto el ensayo, los diálogos filosóficos y la narración pura, junto a la autobiografía y elementos simbólicos extraídos del mito clásico e incluso de la ciencia ficción, mezclando sin cesar el relato realista con parábolas y alegorías.

Cronista implacable de su sociedad y de su tiempo, a la manera del americano Philip Roth, la inconformista e inquieta obra de Doris Lessing, nacida en Kermansha, Persia, en 1919, pero trasladada junto a su familia muy pronto a Rodesia (hoy Zimbabue) ha sabido evolucionar como pocas escritoras en su tiempo, desde célebres libros como El cuaderno dorado, Instrucciones para una bajada a los infiernos, Diario de una buena vecina, El quinto hijo, Historias de Londres o Ben en el mundo, ciclos como Hijos de la violencia o volúmenes de memorias como Dentro de mí, Un paseo por la sombra y Risa africana, hasta sus obras de ficción más recientes como es el caso de El sueño más dulce, Las abuelas o Mara y Dann. Insobornable intelectual y pensadora, en absoluto inmóvil y monolítica, Doris Lessing, la más implacable «revisionista» de sí misma, ha replanteado sin cesar su ya larga y densa carrera como escritora y como ser humano comprometido con su tiempo. Antiguo icono del antiapartheid y de la «fratricida» y mortífera lucha de sexos de los años 70, Doris Lessing no ha temido desdecirse de los errores (su pertenencia durante años al Partido Comunista lo calificaría de «el acto más neurótico de mi existencia»), de los excesos dialécticos o de la tiranía de los ismos que sacudieron a una gran parte de su generación y de su propia juventud, que abjuraba ardientemente del culto a los dioses y a las religiones tradicionales, sin temer caer por el contrario en los más fanáticos reversos: desde el comunismo al feminismo radical, adornado todo ello por una morbosa fascinación por las utopías autoritarias, «fuertes», reflejo y espejismo directo de las miserias ideológicas en las que se moverían gran parte de estos movimientos (duramente criticados por Lessing en espléndidas novelas suyas como El sueño más dulce) que con sus consignas, cháchara y dogmas irrefutables hipnotizaron y estafaron, a través de líderes carismáticos, a generaciones de jóvenes desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la llegada de los años 80 (con «su fría codicia» como definió Lessing a esa década) o los 90, de «clausura en el aprendizaje» costoso y traumático de nuestra modernidad.

Con un indudable e innato talento para el relato, capaz de concentrar en límites reducidos o más amplios, con una gran intensidad, casi todos sus temas básicos o temas fetiche, Lessing, que siempre conservaría el apellido de su segundo marido, el militante comunista Gottfried Lessing, con quien se casó en 1945 y de quien se divorciaría en 1949, a su llegada a Gran Bretaña, se reveló muy pronto como una maestra moderna tanto del cuento como de la novela.

En sus ficciones, de una gran variedad ambiental y de inspiración, aparecerían mezclados sus personajes y grupos sociales predilectos: parejas de intelectuales y artistas, matrimonios competitivos y egoístas, adolescentes descarriados y la vejez como forma de vida desconcertante e inesperada, la lucha por la notoriedad, por la posición social o por la simple sobrevivencia en la gélida selva londinense, la soledad enloquecedora de mujeres incomprendidas, los estragos del amor y la amargura o la abolición de sí mismo tras las decepciones sentimentales, el fanatismo ideológico que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, la inmersión en la mente de un terrorista, África y su naturaleza hipnotizante, el angustioso aislamiento de los colonos blancos...

Dueña de una insólita e inteligentísima mezcla de sutileza, ferocidad y clarividencia en todos sus libros, Doris Lessing ha tratado con una mezcla de comprensión solidaria y de severidad intransigente, a dosis iguales, como pocas escritoras han sabido hacer, a sus propias compañeras de sexo. Aclamada a través de su monumental obra El cuaderno dorado (The Golden Notebook, 1962) como hito fundamental por los movimientos de liberación de la mujer de los años sesenta y setenta, su voluntad decidida a habitar en los márgenes de los dogmatismos, de no renunciar en ningún momento a la «mirada externa», propia de un exiliado, se hizo patente ya desde el principio de su carrera. En plena efervescencia de la obligación a clarificar posiciones y obligaciones de clase y de sexo, cuando se le solicitaba sin cesar una definición feminista, tras la publicación de su ciclo novelesco de Martha Quest, dijo: «Es una cuestión muy embarazosa para mí, porque aunque siento una indudable simpatía por las feministas, no pretendía sostener su causa al escribir estos libros. Además, las perspectivas ofrecidas por una gran parte de los movimientos feministas me parecen tremendamente reductivas. Gran parte del movimiento representa una estilización de lo que las mujeres han hecho siempre. Desde el origen de los tiempos, las mujeres, sentadas en la cocina, se quejaban de los hombres: «Ha dicho esto», «No ha dicho lo otro», «El otro día no tuvo sentimientos», etc. Una letanía que se repite a lo largo de la historia. Lo gracioso es que los movimientos para la liberación de la mujer han estilizado esto y se han erigido en institución. Las mujeres se reúnen para compartir entre ellas sus quejas acerca de los hombres. Se han constituido en grupos de recriminación...».

Mercedes Monmany

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *