Cs entre héroes y urnas

He seguido estos días en EL ESPAÑOL las declaraciones y artículos de los intelectuales que fundaron Ciudadanos apelando al mantenimiento de sus esencias, con una mezcla de frustración y nostalgia. Por su brillantez y consistencia me hubiera encantado –entonces y ahora- tratarles personalmente a todos; pero yo hice lo que pude y fue concederles hace once años el premio "José Luis López de Lacalle/Columnistas de El Mundo". Aunque lo personificamos en Boadella, Francesc de Carreras y Arcadi Espada, el galardón tenía como destinatarios a todos los firmantes de aquel manifiesto que engendró el partido que acababa de irrumpir con tres escaños en el parlamento catalán.

Miremos pues hacia atrás y recordemos algunas de las cosas que se dijeron, o más bien que dijimos, con motivo de la entrega de tal premio en noviembre de 2006. Las más importantes de todas brotaron de la autoridad moral del añorado Eugenio Trías, pues advirtió que "esta fiesta no celebra un premio de consolación para una opción romántica" y auguró que "este inesperado vendaval bien puede llegar a ser tornado si sabe acertar en sus planteamientos políticos".

Cs entre héroes y urnasApoyándome en sus palabras, subí la apuesta -"Ese sueño de reorientar la marcha de las cosas en Cataluña también es posible para el conjunto de España"- e hice entonces dos consideraciones cuya vigencia adquiere especial valor este fin de semana en que Ciudadanos celebra una Asamblea General tan trascendente como lo fue el Congreso Extraordinario de 1979 en el que el PSOE abandonó el marxismo o el Congreso de Sevilla de 1990 en el que se refundó el PP.

La primera reflexión era que, "tanto en la política como en el periodismo, el heroísmo debe tener una proyección práctica". Porque heroica había sido la conducta de López de Lacalle en el País Vasco y heroica era la resistencia al nacionalismo opresor en Cataluña que ya encabezaba Ciutadans; pero la "verdad objetiva", como señaló Arcadi Espada, es que el escritor había sido asesinado y el "déficit de representatividad" estaba por cubrir.

De poco hubiera servido aferrarse al ansia de pureza con que Garibaldi arengaba a sus tropas, inspirándose en el Enrique V de Shakespeare: "Cuantos menos seamos, mayor será nuestra gloria". Esa ingenuidad testimonial es tan inútil como romántica. "En la política hay que ganar las elecciones y en el periodismo tener el mayor número posible de lectores", añadí.

Claro que ni lo uno ni lo otro es condición suficiente para cantar victoria porque de poco serviría que EL ESPAÑOL acabe de pulverizar su récord de audiencia y tenga ya trece millones y medio de lectores, si no siguiéramos aferrados a nuestro espíritu fundacional basado en el periodismo de calidad. Y magro consuelo sería que la intención de voto de Ciudadanos apunte al 16% y creciendo, si su práctica parlamentaria arrumbara las banderas regeneracionistas que ha venido enarbolando. La misma ecuación entre el tráfico y la influencia que aplico al periodismo puede trasladarse a la política: el proyecto sin votos es impotente, los votos sin proyecto son estériles.

De ahí que el saludable debate sobre la fidelidad de Ciudadanos a sus esencias bien podría devolvernos a mi segundo corolario de hace once años: "El pragmatismo de la utilidad puede ser muy bien compatible, e incluso complementario, con la ética de la autenticidad". De hecho, en más de cuatro décadas de vida democrática pocas veces se ha percibido una obsesión tan equilibrada por ser a la vez útiles y auténticos como la que late bajo la conducta de Albert Rivera, Inés Arrimadas, Girauta, Garicano, Marta Rivera, Marta Martín, Paco de la Torre, Villacís, Páramo o Villegas. ¿Quién dijo, por cierto, que Rivera no tenía equipo?

Veamos los dos cargos que el "fuego amigo" esgrime contra ellos. El primero, haber atrofiado su condición de ariete contra el separatismo catalán. Sólo en el sentido de que la tarea política de Ciutadans -sin perder un ápice de claridad o intensidad- ya no se concentra casi en exclusiva en la cuestión lingüística y demás derechos civiles, tiene este reproche algún fundamento. Pero quien ha alcanzado la condición de primera fuerza de la oposición en Cataluña tiene que ser capaz de erigirse en alternativa, ofreciendo soluciones a los problemas reales de la sociedad en todos los frentes.

No habría mejor antídoto a la trampa identitaria del soberanismo que llevar a Inés Arrimadas a la presidencia de la Generalitat, en un gobierno de coalición entre partidos constitucionales. De ahí que resulte tan acertada su designación como portavoz nacional del partido. Es la garantía de que la cuestión catalana estará siempre en la agenda de Ciudadanos y, a diferencia de lo que ocurre en el PP y en el PSOE, con un único discurso en Madrid y Barcelona. De hecho, si hay alguna posibilidad de que el desafío separatista tenga esta vez una respuesta adecuada es porque el Gobierno de Rajoy siente en la nuca el aliento de un partido que sostiene, como hacía en nuestras páginas este viernes Rivera, que "un Estado democrático serio tiene que parar el referéndum y no dedicarse a abrir procesos penales a posteriori".

Hay quienes critican a Rivera y Arrimadas por intentar captar votos en los caladeros del catalanismo moderado abandonados por Convergencia y huérfanos de referencia política desde la desaparición de Unió. Frente a la tesis de que buscar templanza en lo identitario es imaginar tigres vegetarianos, creo que la construcción en Cataluña de una mayoría social alternativa al separatismo requiere de un esfuerzo integrador tan amplio como los propios valores constitucionales. Y la política no se hace nunca en un laboratorio aséptico, sino entre el ruido y el desbarajuste de las emociones.

Vistas las cosas con perspectiva, no habría mejor corte de mangas de la Historia al separatismo que convertir a Rivera y los suyos en herederos y artífices del empeño de Cambó por hacer del catalanismo político una fuerza vertebradora de la Tercera España. El otro día me referí al papel estabilizador que jugó la Lliga en la triple crisis de 1917 pero menos conocido aun es el proyecto nacional de Cambó, abortado por la proclamación de la República y su inoportuno cáncer de laringe, cuando a comienzos de 1931 presentó junto a Gabriel Maura un nuevo partido, significativamente denominado Centro Constitucional y dirigido "a todos los españoles que repudian la inmovilidad o la convulsión estéril".

Cambó había percibido que la confrontación entre derechas e izquierdas bloqueaba el parlamento y estaba convencido de que su correlato callejero era la senda hacia la guerra civil. Por eso veía imprescindible dotar al centro de un instrumento político. Eso es lo que en la práctica hizo su viejo enemigo Lerroux y la República aguantó las tensiones que la desgarraban mientras aguantó el Partido Radical. Cuando este quedó corroído por la corrupción y desmembrado por la manipulación que de ella hicieron sus rivales, ningún amortiguador impidió ya el brutal choque de trenes.

Albert Rivera propone ahora hacer de Ciudadanos un "partido de Gobierno" y entiende que para ello es imprescindible "definir los atributos del centro político". No está planteando ninguna quimera. Ya lo consiguieron la Unión Liberal de O'Donnell a mediados del XIX, ese Partido Radical de Lerroux que produjo dos primeros ministros durante la República -Martínez Barrios y Samper- y la UCD al inicio de la Transición.

El año que nació Rivera, Adolfo Suarez ganó sus segundas elecciones -las primeras bajo un régimen constitucional- y todos los que estábamos ahí sabemos bien hasta qué punto el centro era una opción política e ideológica diferenciada del conservadurismo domesticado de Fraga y de la socialdemocracia de González. Joaquín Garrigues acababa de definirla con su famoso credo liberal: "Yo creo en un Estado que reconozca las libertades individuales y colectivas y que garantice los derechos humanos. Un Estado que fomente la competencia económica y no tolere los monopolios ni los privilegios... Un Estado en donde nadie esté por encima de la ley y todos los poderes públicos tengan que dar cuenta de sus actos".

Treinta y siete años después la sociedad española es distinta y sus problemas también pero el espacio para el centro político no sólo sigue existiendo sino que es potencialmente mayor, como corresponde a un país con más desarrollo, educación y experiencia cosmopolita. Ciudadanos ha comenzado a aglutinarlo en las dos últimas elecciones generales y en esta Asamblea busca comparecer a las siguientes no cómo bisagra paliativa de los desmanes del bipartidismo, sino como alternativa tanto al PP como al PSOE y como antídoto al veneno populista de Podemos.

Nada tan lógico como empezar estableciendo una identidad ideológica que no sea redundante con la de sus adversarios. Por eso tiene tanto sentido que desaparezca la referencia a la socialdemocracia de su autodefinición, aunque ello no implique -como temen con su segundo reproche los que se aferran al esencialismo fundacional- desembarazarse de ella cual menstruación de una excrecencia, tópico machista donde los haya, sino subsumirla en el corpus intelectual del liberalismo progresista. Eso es lo que hicieron los lib-dem británicos, lo que postula Emmanuel Macron en Francia o lo que en definitiva encarnan los partidos de ALDE -tercera fuerza del Parlamento Europeo-, que con tanto entusiasmo han recibido a Ciudadanos en su seno.

Desde la caída del Telón de Acero el revival del liberalismo protagoniza la historia del pensamiento político contemporáneo. Y si la defensa integral de la libertad que implica se erigió entonces en alternativa tanto al inmovilismo conservador como al socialismo más o menos edulcorado, hoy representa el único mástil seguro al que amarrarse, frente a los cantos de sirena del populismo de uno y otro signo. Por eso es tan conveniente recordar que aunque Maura o Fraga por un lado y Azaña o Indalecio Prieto por el otro se proclamaran liberales, el liberalismo progresista -valga, para mí, la redundancia- no es ni de derechas ni de izquierdas sino de extremo centro y hacía ahí es hacia donde está, según Víctor Pérez Díaz, naturalmente "escorado" el electorado español.

Cuando hace once años imaginé un gran futuro para aquellos imberbes Ciutadans, recurrí a una paráfrasis de la famosa novela de Sábato y titulé mi discurso "Sobre héroes y urnas". Hoy veo claro que una buena manera de dar lustre a la memoria viva de quienes se dejaron tantas plumas en la gatera de la lucha por la libertad e igualdad de los españoles y por supuesto de honrar las tumbas de quienes entregaron su vida por ella, será llenar las próximas urnas del mayor número posible de papeletas de color naranja.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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