Cuaderno de guerra

Por Carlos Rodríguez Braun, catedrático de la Universidad Complutense (ABC, 17/03/03):

No ha empezado aún. Pero todo indica que Sadam Husein no se marchará ni se desarmará ni aceptará las condiciones de EE UU y sus aliados dentro y fuera del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con lo que la guerra comenzará posiblemente pronto. Es inevitable que nos asalten la alarma y el desasosiego. La incertidumbre es máxima en una guerra, pero a la vez también es máxima la certidumbre de que se cobra siempre víctimas inocentes. En primerísimo lugar, por supuesto, seres humanos. Pero también algo más: no estallan aún las bombas y ya apunto en mi cuaderno heridas en la verdad, el decoro, la mesura y el sentido común. Comprendo que la guerra puede ser, y en este caso temo que es, una alternativa menos peor que la no guerra. Pero sigue siendo irreparablemente triste. Empecemos por ahí. Siendo triste la guerra, detecto extrañas sonrisas en bastantes enemigos de la libertad.

Partidarios del sistema más criminal que hayan padecido los trabajadores, que por algo siempre les dieron la espalda, entiendo que los comunistas procuren que nos olvidemos de lo que su ideología significa en la práctica, que nos olvidemos de sus desmanes y mentiras, de que ahora y aquí mismo están gobernando con Arzallus, de que el ínclito Madrazo declaró que el modelo para el País Vasco era ¡Cuba! Cuando escribo estas líneas ignoro el texto del manifiesto de José Saramago, pero veremos si condena alguna dictadura comunista; esa sí que sería una estampa nueva y feliz. De momento, entiendo que los diputados de Izquierda Unida suelten palomas blancas en la Carrera de San Jerónimo mientras acusan a los demás de tener las manos manchadas de sangre. Qué vergüenza.

Entiendo menos a los socialistas, aunque reveladoramente Rodríguez Zapatero no despliega en las fotos tanta alegría como Gaspar Llamazares, que no se ha visto en otra, y los sindicalistas, también fieles replicantes del pensamiento único. ¿Qué hace ahí el líder de la oposición, qué hace rodeado de la extrema izquierda y de unos sindicalistas también anclados en el pasado y la embustería antiliberal? Conozco las encuestas, pero no puedo creer que su táctica de radicalización, que empezó con la última huelga general y fue a peor con el conflicto iraquí, lo impulse a la presidencia del Gobierno. No puedo creer que la manipulación de las manifestaciones y el abuso de los buenos sentimientos de la gente se traduzcan en un gran vuelco electoral. Acaso me equivoco: los amigos de la libertad pueden ser torpes, pueden titubear ante la dogmática arrogancia de sus adversarios, y errar el camino; y, después de todo, si la demagogia fuera sistemáticamente estéril, habría desaparecido. Digamos, pues, que no quiero creer que las maniobras propagandísticas, el descaro asambleario y la simplificación de los mensajes puedan calar tanto en la opinión pública.

Simplificaciones, las que ustedes quieran. Aquí, como en el tango Cambalache, todo es igual, nada es mejor. Bush es igual que Sadam, porque en EE UU hay pena de muerte -así la increparon a Ana Botella, que pudo salir del paso sin daño apreciable, porque, repito, el impacto de esas tonterías no puede ser relevante. Otra muestra fue el comité de empresa del diario El País, para el cual el pueblo iraquí ha sido masacrado tanto por Sadam Husein como por el embargo.

Debo ver los telediarios. Hay que estar informado. Pero son sospechosamente similares. Aparecen primero los iraquíes, siempre modestos, cavando refugios en sus casas, y hablando con los reporteros sobre cómo van a luchar sus soldados. Se ven muchos pobres, niños y ancianos. Siempre hay estatuas y carteles de Sadam Husein, pero no muchas explicaciones de por qué hay tantos. Están ahí, al parecer, por casualidad, y no tienen nada que ver con la suerte de los iraquíes, que es angustiosa por culpa de...ahora vienen las imágenes de los norteamericanos: tanques, barcos, aviones, cañones por todas partes, agresivos soldados armados hasta los dientes, terribles bombas asesinas. ¿Lo entienden? Si no, no se preocupen, el próximo telediario lo repetirá, y el siguiente, y así hasta que nos queden claras las cosas.

Poco claras me resultan las feministas, por varias razones. No he visto declaraciones suyas en defensa de la dignísima señora de Pagazaurtundua, desdeñada por Arzallus, ni de Gotzone Mora, afrentada por el rector Tugores en Barcelona. Pero tampoco he visto que digan nada sobre las mujeres iraquíes. Podrían haber hablado de Um Haydar. Amnistía Internacional ha denunciado que esta joven de 25 años fue decapitada por los esbirros de Sadam Husein frente a sus propios hijos, porque su marido era opositor al régimen. Los niños y la suegra están desaparecidos. Echo de menos unas palabras de homenaje a cargo de alguna de nuestras actrices.

También echo de menos un poco de mesura en la idolatría de una ONU cuya reforma es imprescindible: exageran gravemente quienes le atribuyen la relativa paz del último medio siglo, el protagonismo en la lucha por la libertad, o la representatividad democrática de la «comunidad internacional», o quienes fantasean con que nada es legítimo si no lo aprueban Francia y China, o que es irrelevante retrasar el desarme iraquí. Y un poco de sentido común entre los que aseguran que todo es por culpa del petróleo, como si no hubiera tiranos ni terroristas. Y un poco de decoro entre quienes presumen de pacifismo y tolerancia pero insultan y no dejan hablar a nadie. Cedió progresista Ruiz Gallardón ante ellos, pero tampoco le permitieron hablar. Y un poco de respeto a la verdad, porque es absurdo alegar que EE UU es puro imperialismo homicida y Francia pura abnegación universal. Por cierto, si hay un país en el mundo que debería saber que apaciguar a los opresores es peligroso, que la paz tiene un precio y que demorar su pago puede equivaler a pagarlo de todos modos, pero más caro, es Francia.

Será irritante eso de la «vieja Europa», pero no puedo dejar de simpatizar con los países del Este que Chirac despreció y humilló, mandándoles callar. Esos pueblos saben lo que es callar: el imperialismo comunista los forzó a ello durante décadas. No quieren hacerlo más. En cambio, quieren apoyar al país que más los defendió. Hacen bien.

Y hacen mal los que insisten en que a nadie le gusta la guerra. Se equivocan. La mayoría, y no sólo los llamados pacifistas, la rechazamos, salvo como último recurso, por lo que tiene de muerte y destrucción, por el riesgo que impone sobre vidas, bienes y libertades -aunque sepamos que no librarla puede ser aún más azaroso. Pero a algunos les gusta. Claramente, le gusta mucho a Sadam Husein. Lo sabe y ha sufrido su pueblo, lo saben y han sufrido sus vecinos. El déspota pagará por ello. Pero que pagarán otros también es seguro. Y triste. Cierro el cuaderno.

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