Cuadernos de la corrupción

No se equivocaría cualquier escritor si dejara hoy mismo todo lo que esté haciendo y decidiera pasar tres meses en Argentina, tierra generosa de la que saldría con material de sobra para escribir una de sus mejores novelas. Y está tardando Netflix en asegurarse los derechos de una historia que supera a la aclamada El mecanismo, en la que se retrata la corrupción brasileña. Puede decirse, y no es exageración, que el 1% de lo que está sucediendo en las últimas semanas en Buenos Aires sería suficiente para tumbar cualquier carrera política.

¿Por dónde empezar? Quizá por lo que ya nadie discute como hito en la historia del periodismo argentino, la investigación de La Nación conocida como los cuadernos de la corrupción. El diario, que en 16 meses cumplirá 150 años, ofreció revelaciones de potencia explosiva suficientes para creer que, esta vez sí, podrá demolerse el histórico edificio de la corrupción argentina, uno de los más altos del mundo. ¿Y qué son esos cuadernos? Otra vez: la delicia de cualquier novelista. El Ministerio de Planificación Federal (equivalente al de Fomento en España) era el encargado de generar obras de infraestructura con enormes sobreprecios, y su número dos, Roberto Baratta, el que recorría Buenos Aires todas las semanas para recibir en garajes u oscuras oficinas bolsos con millones de dólares. Esos bolsos que reunía todo un secretario de Estado llegaban a la residencia oficial de Olivos para que los recibiera Néstor Kirchner, muchas veces en persona. Si en algún bolso había pesos en vez de dólares, el entonces presidente, esposo de Cristina, se enfurecía. Testigos relataron sus violentos ataques de ira, con agresiones físicas incluidas.

Como todo sistema corrupto, el ideado por Kirchner tenía su punto débil. Muchos comparten la teoría de que el fallecido presidente, profundamente desconfiado, obligó a Oscar Centeno, el chófer de Baratta, a registrar al detalle cada uno de los movimientos diarios en esas recorridas recaudatorias por Buenos Aires. Haya sido o no a pedido de Kirchner, Centeno describió con prolija caligrafía a lo largo de 10 años cada viaje, cada entrega, cada empresa, garaje o restaurante visitados, además de todos sus ingresos a la residencia de Olivos. Esos cuadernos llegaron el 8 de enero de este año a las manos de Diego Cabot, un periodista de La Nación que escrutó desde el inicio del kirchnerismo las prácticas corruptas de aquel Gobierno peronista. "Ese mismo 8 de enero me di cuenta enseguida de que el tema era muy grande. Yo había escrito tres libros sobre el asunto, pero esa era por fin la prueba física de todo lo que sabíamos", explica Cabot. La Nación eligió darle vía libre a la Justicia para que hiciera su trabajo y perder la primicia. "Adelantar la existencia de esas bitácoras de la corrupción podía atentar contra la investigación judicial", explicaría el diario días después de las históricas detenciones del 1 de agosto. Gracias a la ley del arrepentido sancionada en 2016 a instancias del Gobierno de Macri, hoy hay una docena de presos -empresarios y ex funcionarios-, varios arrepentidos aportando datos cada vez más comprometedores y una ex presidenta, Cristina Kirchner, contra las cuerdas, ya que continuó con el sistema de extorsión ideado por su esposo. El Senado de la Nación, del que Cristina es miembro, autorizó los allanamientos a sus tres domicilios. El dinero de la corrupción se sigue buscando, y en Argentina hay todo tipo de teorías, aunque la de las bóvedas ocultas y repletas de efectivo es la más popular.

¿Significa esto que se termina la corrupción en uno de los países más corruptos del mundo? No, pero acabar con un sistema que involucró durante años al Estado y a parte importante de la clase empresarial sería histórico. Todo esto sucedió en medio de la crisis económica más grave en años, un duro golpe para Mauricio Macri, un presidente que tiene un trabajo enorme en muchos frentes, aunque el principal se resuma en otro dato que habla a las claras de la fragilidad argentina: necesita ser el primer presidente no peronista que completa su mandato, algo que no sucede desde 1928. ¡Noventa años! Y la oposición cristinista lo hostiga. Ayer logró que un fiscal le impute por el reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

"El mundo estaba esperando a Argentina", repitió una y otra vez Macri en el optimista inicio de su mandato. Y la verdad es que no. Para mal y para bien, la distancia geográfica de los centros de poder mundial y la ausencia de conflictos graves en el área convierten a Argentina en un país bastante irrelevante. Por la inquietud que generan, Venezuela, México, Argelia o Pakistán son mucho más importantes para un mundo que las escasas veces que pone su mirada en la Argentina lo hace casi siempre por una crisis. La última la disparó la cotización del dólar, que es la clave de bóveda (vaya ironía) de la economía argentina. Curados de espanto ante una inflación crónica que devalúa constantemente al peso, los argentinos conviven con una deformación impensable en otros países: todos saben, casi minuto a minuto, a cuánto cotiza el dólar, cuántos pesos necesitan para comprar billetes verdes y así proteger sus ahorros. El 1 de diciembre eran 17,55 pesos. A finales de agosto, 40. En 1993, el Gobierno español de Felipe González entró en una fuerte crisis porque la peseta se había devaluado un 21,7% en ocho meses. En el mismo periodo, el dólar se encareció un 112% para los argentinos.

El lunes 3 de septiembre, Macri pronunció un discurso inusualmente largo. A diferencia de la abogada Cristina Kirchner, el ingeniero Macri siente que hablar es una pérdida de tiempo, por eso los 25 minutos de discurso fueron toda una marca. Anunció que el déficit fiscal del año próximo será del 0% contra el 2,6 actual, y redujo de 22 a 11 los ministerios de su Gobierno. Entre muchas frases de impacto, recuperó, sin mencionarla, la investigación de La Nación, que afectó a uno de sus primos hermanos, empresario de la construcción: "Los argentinos queremos que nuestro país sea mucho más que una colección de cuadernos escandalosos»".

Todo un dato para el periodismo, una profesión que, en los últimos años en Argentina ha sido atacada y cuestionada como nunca. "La diferencia con el Watergate es que esto afecta a un grupo de funcionarios que ya no está en el poder", señala Cabot, que trabajó en silencio a lo largo de siete meses con un reducido grupo de confianza en el diario. "También hay una diferencia entre países, porque en Argentina se subvaloran los hechos. Ante las evidencias, los que se niegan a reconocer lo que sucedió te contestan con una ideología cuasi religiosa".

Es difícil conocer la dimensión real de la corrupción de aquellos años, entre otras razones porque las obras públicas eran sólo una de las vías de recaudación de dinero negro. Así y todo, Cabot hace una precisión que estremece: "Creo que la cifra de 39.000 millones de dólares es relativamente acertada por el momento. Pero falta, falta mucho".

Sebastián Fest es secretario de Redacción del periódico La Nación.

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