¿Cuál es el camino ahora para la UE?

Ahora que las principales instituciones de la Unión Europea se preparan para un cambio de liderazgo este otoño, es el momento de reflexionar sobre las prioridades de la UE para los próximos años.

La nueva conducción de la UE está prácticamente confirmada. Ursula von der Leyen, la ex ministra de Defensa alemana, será la nueva presidenta de la Comisión Europea, mientras que Christine Lagarde, la saliente directora gerente del Fondo Monetario Internacional, asumirá en el Banco Central Europeo. El primer ministro belga, Charles Michel, será el próximo presidente del Consejo Europeo y el ministro de Relaciones Exteriores español, Josep Borrell, está listo para convertirse en el nuevo Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

Varios analistas dicen que los nuevos líderes de la UE deberían buscar fortalecer la “soberanía estratégica” de Europa aunando los recursos de los estados miembro y una coordinación mucho más estrecha de las políticas. Esto por cierto es muy necesario, sobre todo en cuestiones de la eurozona. Pero los reclamos de una mayor soberanía estratégica suelen implicar que una UE más integrada debería convertirse en el tercer pilar de un mundo “G3” junto con Estados Unidos y China. Y eso no basta.

La estructura del poder global en 2019 es muy diferente de lo que era inclusive hace pocos años. Ahora vivimos en un mundo G2, en el que China rápidamente se está acercando a Estados Unidos en materia de poder e influencia. Si bien China todavía está muy por detrás de Estados Unidos en términos militares, su PIB hoy es más grande que el de Estados unidos (en base a paridad de poder adquisitivo). Es más, China tiene fuerzas armadas de primera clase, genera muchos más graduados de ciencia, ingeniería y medicina que Estados Unidos, hace alarde de los cuatro bancos más grandes del mundo y se ha convertido en un actor global líder en el ámbito de la tecnología.

Claramente, ningún otro país está ni siquiera cerca de rivalizar con China y Estados Unidos. Pero, en conjunto, los estados miembro de la UE –inclusive sin el Reino Unido- constituirían un poder de similar magnitud. Al impulsar su soberanía estratégica, por ende, Europa podría hacer que ese mundo G3 se convirtiera en una realidad. Una Europa más fuerte y más unificada, sostiene el argumento, luego podría competir con Estados Unidos y China en casi todo –inclusive “convirtiendo en armas” sus recursos económicos para promover sus objetivos geoestratégicos.

Sin embargo, los líderes europeos tentados por la perspectiva de un mundo G3 deben abordar dos cuestiones relacionadas. Primero, no resulta claro cómo alcanzará la UE el nivel necesario de integración cuando la mayoría de las decisiones importantes en el bloque todavía exigen una unanimidad entre los estados miembro. Según los términos del Tratado de Lisboa de la UE, una integración más amplia y significativa requeriría un acuerdo unánime sobre puntos específicos o su aprobación mediante una votación por mayoría cualificada (VMC). Pero el uso de VMC en estas cuestiones importantes exigiría en sí mismo una unanimidad o un cambio del tratado, lo que parece imposible en el futuro cercano.

La única manera de resolver este problema puede ser si un grupo central de estados miembro está dispuesto a eludir el Tratado de Lisboa y utilizar tratados intergubernamentales en áreas donde vetos nacionales o un bloqueo impiden la unanimidad. Este curso de acción debería ser un último recurso, pero de todos modos debería estar sobre la mesa –como lo estuvo durante la crisis de la eurozona con el Tratado de Estabilidad Fiscal, que fue firmado por todos los miembros de la UE excepto República Checa y el Reino Unido.

Segundo, la UE no debería apuntar a un mundo G3 de rivalidad geoestratégica constante, sino más bien a un mundo que defienda los valores consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Europa debería utilizar su poder duro y blando para cooperar con todos los actores que busquen promover un orden global basado en reglas, en áreas que incluyan el comercio y la competencia, el clima, la gobernanza de las tecnologías digitales, la modificación genética, el control de armamentos y la búsqueda de los ODS. En la medida de lo posible, la UE debería intentar amplificar sus políticas a través de instituciones multilaterales.

Muchos de los aliados globales de Europa esperan y ansían que los nuevos líderes de la UE defiendan este curso de acción; es más, Europa se beneficia del poder blando que generan estos sentimientos. Si, por otro lado, la nueva estrategia de Europa la hace ver simplemente interesada en volverse como China o un Estados Unidos “trumpiano” –es decir, un simple peso pesado en un juego transaccional de realpolitik-, entonces el poder blando de Europa se debilitará.

Este punto está relacionado con la posible necesidad de una votación por mayoría y hasta de tratados intergubernamentales para mejorar la cooperación al interior de la UE. Si el bloque es incapaz de implementar sus valores dentro de sus propias fronteras –como sucede actualmente, por ejemplo, en Hungría-, entonces no podrá promoverlos de manera convincente en el escenario mundial.

Europa por lo tanto debe liderar con el ejemplo y proyectar sus valores en todas partes, inclusive en sus acuerdos con Estados Unidos y China. La esperanza de que Europa pronto pueda volver a defender estos valores conjuntamente con Estados Unidos es realista; y debería seguir viva. Y si bien las diferencias con China persisten, en algún momento van a surgir fuerzas sociales y políticas que buscan una mayor libertad y un mayor multilateralismo en ese país.

Los nuevos líderes de la UE deben trazar un camino ambicioso y creíble para el bloque en el futuro. Deberían intentar construir una Europa más fuerte y más integrada, que no se vea retrasada por el menor denominador común y que sea capaz de valerse por sí misma, trabajando al mismo tiempo por un orden mundial multilateral pacífico. Ese papel global podría transformar a la UE en un tipo nuevo y muy diferente de superpotencia.

Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is Senior Fellow at the Brookings Institution.

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