¿Cuál es el verdadero Obama?

Entre los estadounidenses con conciencia política, el debate más reñido en la actualidad plantea lo siguiente: “¿Cuál es el verdadero Obama?”. Por un lado, figuran los partidarios republicanos del expresidente George Bush. Mantienen que la respuesta es sencilla: todo presidente se ve condicionado por las realidades dadas por los asuntos mundiales. Pero entiéndase esto desde el principio. Barack Obama no hace más que seguir sus pasos. A los republicanos no les gusta Obama, por supuesto, pero les satisface que no tenga más opción que hacer lo que ellos quieren que haga.

Por otro lado, están los demócratas, sobre todo los más progresistas que apoyaron de modo entusiasta a Obama hace cuatro años. Cabe oírles lamentarse de que aunque no les gustaba lo que hizo en su primer mandato, le cumplía resultar elegido. A este fin, había de interpretar adecuadamente el estado de ánimo de la sociedad estadounidense. Y descubrió que tal sociedad no sentía verdadero interés por los asuntos mundiales –a pesar de la guerra en Afganistán, país cuya ubicación desconocen tres de cada cuatro estadounidenses– ni tampoco por los asuntos financieros, sobre los que cinco estadounidenses de cada seis votaron precisamente contra sus intereses en materia de seguridad de la vivienda, creación de puestos de trabajo y seguros sanitarios.

De este modo, como candidato para un segundo mandato, Obama no corrió riesgos en materia de iniciativas audaces, distanciándose de problemas espinosos en el exterior e implicándose en la sanidad pública y otros asuntos internos, sin intentar guiar a la opinión pública hacia el debate sobre posturas y actitudes acerca de las cuales se había manifestado anteriormente de forma tan elocuente. Advirtiendo que el factor que gana votos en Estados Unidos es más la televisión que la política, cortejó a los bancos para obtener la enorme suma de dinero necesario para gastar más que su rival republicano.

Las elecciones han llegado a su término. Obama ya no puede presentarse de nuevo. ¿Qué hará? Como preguntan ahora numerosos estadounidenses, “¿quién es el Obama real?”. No hay consenso al respecto. Pero al tiempo que el inquilino de la Casa Blanca toma hoy posesión del cargo para un segundo mandato, es evidente que no es la figura que los estadounidenses de talante progresista juzgaron que colocaban en el puesto y muchos se sienten amargamente decepcionados; los republicanos que temieron su victoria electoral, en cambio, se sienten aliviados.

En otras épocas, la gente habría consultado los augurios para predecir el futuro. Por desgracia, no contamos con muchos oráculos en la actualidad y los que tenemos apuntan en direcciones distintas. ¿Qué dicen y en qué medida tienen sentido sus palabras?

En primer lugar, fijémonos en los elegidos por Obama como colaboradores más próximos. Los cuatro nombramientos más importantes son los del secretario de Estado, el secretario de Defensa, el secretario del Tesoro y un nuevo responsable de la CIA. Las personas nombradas en los dos primeros casos son veteranos de la guerra de Vietnam y según su historial se oponen a nuevas cruzadas en el exterior; los otros dos parecen constituir el caso opuesto. Para el cargo de secretario del Tesoro, el presidente ha elegido a un hombre, como el actual secretario, con relaciones con los bancos que casi llevaron la economía a la bancarrota (pero que también financiaron la campaña de Obama en televisión). La dirección de la CIA recaerá en la persona de John Brennan, un hombre en cuya ejecutoria se reconoce generalmente la implicación en la tortura a los prisioneros, el mayor empleo de aeronaves no tripuladas ( drones), el bombardeo de aldeas en Asia y el asesinato extrajudicial de supuestos terroristas

Lo que tales nombramientos significan en términos de políticas más que simplemente de la sociedad del país presenta aspectos contradictorios. El senador John Kerry y el exsenador Chuck Hagel son conocidos por ser partidarios de la solución diplomática de los conflictos en tanto que Brennan –que contribuyó a convertir la CIA en una organización paramilitar de ataque– imprimirá el consejo y orientación de los servicios de inteligencia sobre el rumbo político.

Se debate la manera en que Obama solucionará estas contradicciones. Lo que no se halla sujeto a discusión es que en el curso de su primer mandato, Obama multiplicó el empleo de aeronaves no tripuladas y autorizó trescientos ataques que causaron la muerte de unas 2.500 personas, de las cuales una tercera parte eran personas mayores, mujeres y niños.

Dado que tales ataques son de legalidad discutible, un politólogo estadounidense ha dicho en la revista del Royal Institute of International Affairs (con sede en Chatham House, Londres) que “Obama ha sido tan despiadado y se ha mostrado tan indiferente sobre el imperio de la ley como su predecesor en el cargo”.

Por otra parte, está el vergonzoso caso de Guantánamo donde los presos –incluidos algunos cuya inocencia se ha reconocido– han sido mantenidos en condiciones humillantes y penosas durante años; otros pueden seguirle pues el presidente ha firmado un proyecto de ley que autorizaría, en directa contradicción con el derecho constitucional a un juicio legal, el encarcelamiento indefinido del acusado.

Es posible que los comentarios y observaciones sobre estas peligrosas y tal vez ilegales acciones por parte de abogados y juristas progresistas o constitucionalistas sean menospreciados, pero –en lo relativo a ciertas cuestiones, sobre todo las acciones militares en el extranjero– es imposible negar las pruebas. Así lo reconoció incluso el general Stanley McChrystal, principal practicante de la “guerra contra el terrorismo”. En un libro que se acaba de publicar, ha advertido que el empleo “arrogante” de aeronaves no tripuladas suscita el odio a Estados Unidos “a nivel visceral, incluso en el caso de personas que nunca han visto una de estas aeronaves o sus efectos”.

Algunos observadores consideran que Obama, que nunca ha presenciado un combate, está fascinado por el poder militar. Indudablemente, ha aumentado el despliegue de tropas estadounidenses y de mercenarios en más de mil bases extranjeras. Sin embargo, al propio tiempo, Obama ha actuado para retirar las fuerzas estadounidenses de Iraq y parece decidido a hacer casi lo propio en Afganistán.

Por último, es cierto que no podemos saber el rumbo que tomará la Administración de Obama, pero por mi experiencia personal con presidentes y aspirantes a presidente, creo que estamos observando algo parecido a un juego en el que existe una gran incógnita. Y la gran incógnita de la presidencia estadounidense es el deseo del titular de que su página en los libros de historia le acredite como líder juicioso, honorable y eficaz. Obama no ha decidido todavía cómo debería escribirse la página en cuestión.

William R. Polk, miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy.

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