¿Cuál es la cantidad adecuada de trabajo?

La pandemia de COVID­19 podrá estar oficialmente terminada, pero igual que un cambio de agujas ferroviario, ya redirigió incontables vidas a otros caminos muy diferentes. Millones de personas nunca volverán a sus rutinas laborales prepandémicas, de modo que empleadores y empleados se ven obligados a crear nuevos modelos a la medida de unas necesidades cambiantes. Pero mientras se hacen experimentos con modelos híbridos, nos enfrentamos a una pregunta más profunda: ¿cuál es la cantidad adecuada de trabajo?

Al menos en los países desarrollados, estos desplazamientos y experimentos pospandémicos pueden iniciar una revolución del mercado laboral tan profunda como los cambios en los lugares, horarios y retribuciones del trabajo que signaron la transición de la era agrícola a la industrial.

Las modificaciones se pueden analizar en dos niveles. En el nivel macro, el horario de trabajo legal, de ocho horas al día y cuarenta a la semana, está dando paso a un nuevo equilibrio. Es probable que sea un proceso largo, si tenemos en cuenta que reducir la jornada laboral de catorce a ocho horas por día y la semana laboral de siete a cinco días en los Estados Unidos demandó medio siglo de luchas, acción sindical y experimentos corporativos.

En 1914, la Ford Motor Company causó asombro entre sus competidores con la decisión de acortar la jornada fabril a ocho horas y pagar a sus trabajadores un salario mínimo de cinco dólares al día. En 1938, el Congreso codificó está práctica innovadora a través de la Ley de Estándares Laborales Justos, que creó lo que el historiador de la cultura Fred Turner denomina «pacto social de la era industrial». En tanto, experimentos recientes con una semana laboral de 32 horas dieron por resultado menos fatiga, mejora de la salud mental y mayor satisfacción con la vida. De hecho, la mayoría de los participantes dicen que no quieren regresar al modelo anterior.

En el nivel micro, millones de personas han usado los últimos tres años para reevaluar la elección entre tiempo y dinero. Durante los confinamientos de la pandemia, muchos trabajadores se adaptaron a nuevos hábitos laborales, y les encantó el hecho de poder hacer una pausa, pasar más tiempo con sus seres queridos o practicar actividades de tiempo libre sin el estrés de los traslados al trabajo y del entorno de oficina. Estas experiencias contribuyeron más tarde a la denominada Gran Renuncia y al incremento de la «renuncia silenciosa».

Así que cuando las empresas empezaron a pedir que los trabajadores volvieran al statu quo prepandémico, la pregunta «¿cuál es la cantidad adecuada de trabajo?» dio lugar a otra: «¿adecuada para qué?». ¿Para ganarse la vida? ¿Para satisfacer las expectativas de productividad de los empleadores? ¿Para ayudar a encontrar la felicidad, o tal vez ahorrar para el retiro? Las respuestas serán diferentes según quién pregunte y quién responda. Para millones de trabajadores de bajos ingresos, la respuesta es sencilla: una cantidad «adecuada» es aquella que les permita ganar un salario vital para poder mantenerse y mantener a sus familias.

Entre quienes son lo bastante privilegiados como para poder analizar la elección entre tiempo y dinero, hay dos clases de trabajadores que con sus palabras y sus acciones se han convertido en actores fundamentales del debate más amplio respecto de lo que constituye una cantidad adecuada de trabajo.

El primer grupo es el de las personas con tareas de cuidado, un sector que todavía está dominado por las mujeres pero que de a poco va atrayendo a más hombres. En la economía laboral, la palabra «trabajo» se refiere por lo general a la labor remunerada dentro de la producción de bienes y servicios a cambio de una compensación monetaria. Pero tras la incorporación de las mujeres a la fuerza laboral (incluidas las mujeres cuyo trabajo es estudiar la economía laboral), el interés del campo se ha extendido también al trabajo no remunerado, por ejemplo llevar adelante una familia, mantener un hogar y satisfacer las necesidades de quienes no pueden cuidarse solos. Este trabajo de cuidado, nos recuerda la activista Ai‑jen Poo, es el «trabajo que hace posibles todos los demás trabajos». Para muchas personas, esta forma de trabajo es tan importante como sus empleos formales o incluso más.

Supongamos que ampliamos la pregunta «¿cuál es la cantidad adecuada de trabajo?» para incluir el trabajo remunerado y el no remunerado. En ese caso, se vuelve evidente que millones de personas que tienen al mismo tiempo responsabilidades de cuidado y empleos remunerados trabajan mucho más que las ocho horas convencionales. No debería sorprender a nadie, entonces, que si se les diera la oportunidad, muchas elegirían reducir las horas de trabajo remunerado para poder cuidar a otras personas. En vista de la importancia social del trabajo de cuidado, las estadísticas económicas y los programas de prestaciones públicas tienen que reconocer y contabilizar esta forma crucial pero no remunerada de trabajo.

Otro grupo importante de trabajadores que se preguntan «¿cuál es la cantidad adecuada de trabajo?» está formado por los jóvenes, en particular los trabajadores «mileniales» más jóvenes y los de la «generación Z», muchos de los cuales entraron a la fuerza laboral durante la pandemia. Así como en los sesenta muchos jóvenes «conectaron, sintonizaron, abandonaron», abrazaron la contracultura y rechazaron lo que veían como el esfuerzo conformista de la generación de sus padres, muchos miembros de la generación Z hoy cuestionan y rechazan la «cultura del hipertrabajo» a la que ven como otra de las tantas exportaciones tóxicas de Silicon Valley.

Los miembros de la generación Z crecieron durante dos décadas tumultuosas signadas por los ataques terroristas del 11‑S, la introducción del teléfono inteligente y de las redes sociales, la crisis financiera de 2008 y la pandemia. Hoy enfrentan la movilidad social descendente, el retroceso democrático en un contexto de polarización política cada vez más intensa y una catástrofe climática en ciernes. Con estos antecedentes históricos, es natural que cuestionen las costumbres de sus padres y pongan el acento en conservar la salud física y mental.

Íconos de la generación Z como Simone Biles y Naomi Osaka, que se retiraron de importantes eventos deportivos para proteger su salud mental, son ejemplos de la energía y la determinación que se necesitan para llegar a los más altos niveles en sus profesiones. Pero al rechazar la noción de que su autoestima (en particular como mujeres de color que abren camino a otras) depende de satisfacer las expectativas que otros tienen de ellas, demostraron una comprensión profunda del hecho de que no hay que sacrificar el bienestar personal a cambio de validación externa. Su insistencia en que la vida tiene que ser algo más que producir y ganar es un acto de desafío al capitalismo mismo.

Desde la aparición de ChatGPT y sus competidores, el debate sobre el futuro del trabajo ha girado en torno de hasta qué punto la labor humana seguirá siendo necesaria. No hay duda de que la incorporación de la inteligencia artificial generativa al mercado laboral provocará grandes disrupciones y volverá obsoletos los trabajos y lugares de trabajo tradicionales de la era industrial. Pero sin importar lo que nos depare el futuro, no podemos responder las preguntas acerca de dónde y cuánto trabajar si primero no respondemos otra más fundamental: por qué trabajamos.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department, is CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics (Princeton University Press, 2021). Autumn McDonald is a senior fellow at New America and has written for  Slate, Pacific Standard, and the Stanford Social Innovation Review. Traducción: Esteban Flamini.

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