¿Cuál nuevo Oriente Medio?

Más allá de si la democratización en el “nuevo Oriente Medio” tenga éxito o de si formas autoritarias de gobierno volverán a prevalecer, un cambio fundamental ya se ha tornado evidente: nadie podrá gobernar sin tener en cuenta la opinión pública interna.

Este cambio modificará los parámetros de política exterior en el conflicto de Oriente Medio (entendido como un conflicto palestino-israelí y, al mismo tiempo, como un conflicto entre israelíes y árabes en términos más generales). A pesar de las guerras en el Líbano y Gaza, y de las intifadas en la ocupada Cisjordania, estos parámetros han demostrado ser sorprendentemente estables durante décadas, afianzados por los acuerdos de paz con Egipto y Jordania y los acuerdos de Oslo con los palestinos.

Todo esto está a punto de cambiar. Y, si bien el cambio tectónico en la región fue generado por el “Despertar Árabe”, sus actores no se limitan al mundo árabe o a los confines del conflicto de Oriente Medio. Estados Unidos, Europa, Turquía y, en cierta medida, Irán son de algún modo protagonistas –algunos de manera más directa que otros.

Comencemos por Estados Unidos. El discurso del presidente norteamericano, Barack Obama, en El Cairo hace dos años generó grandes expectativas, de las cuales pocas o ninguna se han cumplido. En cambio, Estados Unidos permitió que se formara un vacío político ante la falta de algún movimiento por parte del gobierno de Israel. Este vacío hoy fue ocupado por el Despertar Árabe.

Europa, mientras tanto, está preocupada por su propia crisis. Pero, en los últimos años, los europeos, liderados por la canciller alemana, Angela Merkel, y por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, le han cerrado de facto la puerta en la cara a Turquía al negarle el acceso a la Unión Europea. En consecuencia, Turquía abrazó una política exterior “neo-otomana”, en la que el mundo árabe –incluso más que el Cáucaso, Asia central y los Balcanes- desempeña el papel central.

Por supuesto, Turquía, de acuerdo con sus intereses políticos, de seguridad y económicos, no tiene otra alternativa que prestarle estrecha atención a su vecino del sur, y debe intentar impedir que allí se produzcan hechos caóticos. Turquía enfrentaría los mismos riesgos aunque estuviera integrada a un contexto europeo, pero sus prioridades entonces serían completamente diferentes.

Debido a la miopía de Europa, Turquía en efecto abandonó sus ambiciones de ser miembro de la UE y optó por el proyecto neo-otomano de convertirse en una potencia de Oriente Medio –un cambio político que refleja tanto intereses como ideología-. Por una parte, Turquía ve el predominio regional como un peldaño hacia un objetivo global mayor; por otra parte, se considera a sí misma como un modelo a seguir para una modernización exitosa de Oriente Medio sobre una  base islámica-democrática.

Esta apuesta a un predominio regional tarde o temprano llevará a Turquía a un serio conflicto con el vecino Irán. Si Turquía prevalece, Irán y los radicales en la región se verán atrapados en el lado perdedor de la historia –y lo saben.

A pesar de que el gobierno del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan, intenta mantener buenas relaciones con Irán, su ambición de convertirse en el poder sunita prevaleciente implica que Turquía tarde o temprano deberá refutar la influencia de Irán en Irak, así como en Siria y Palestina. Y eso implica conflicto.

El drástico deterioro de las relaciones de Turquía con Israel está relacionado con esta emergente rivalidad iraní-turca. Sin duda, esta rivalidad también tiene un lado positivo desde el punto de vista israelí –el debilitamiento de Irán y otros radicales regionales-. Pero, para Turquía y sus aspiraciones de convertirse en líder regional, los intereses de los palestinos son naturalmente más importantes que sus relaciones con Israel. Esto se ha tornado mucho más evidente a la luz de los cambios revolucionarios en el mundo árabe, y está en la raíz de la reorientación de la política exterior de Erdoğan.

En consecuencia, Israel se encuentra en una situación cada vez más difícil. Sin una reorientación estratégica propia –mantenerse en una actitud pasiva es una situación riesgosa en un orden mundial que cambia rápidamente-, Israel perderá aún más legitimidad y se aislará internacionalmente. Una respuesta israelí viable a los cambios dramáticos en la región –y a sus consecuencias ya previsibles- sólo puede cobrar la forma de una oferta seria de negociaciones al gobierno palestino de Mahmoud Abbas, con el objetivo de firmar un tratado de paz integral.

Las cuestiones de seguridad deben tomarse muy seriamente, pero tienen cada vez menos peso, porque se puede dejar un período lo suficientemente prolongado entre la conclusión del tratado y su plena implementación para resolverlas por mutuo acuerdo. Pero la pasividad actual de Israel –con todas sus consecuencias negativas a largo plazo para el país- probablemente continúe mientras el primer ministro Benjamin Netanyahu considere que la supervivencia de su coalición es más importante que una iniciativa de paz decisiva.

Al mismo tiempo, la presión de las revoluciones árabes está transformando a los palestinos en un factor político dinámico. Por ejemplo, en vista de la inminente caída del presidente Bashar al-Assad de Siria, la presión de la revolución egipcia y el nuevo rol del islamismo en la región, la alianza de Hamas con Irán se está volviendo cada vez más problemática. Todavía está por verse si, al final, el “curso turco” prevalecerá contra los radicales en Gaza o no.

En cualquier caso, Hamas tendrá que tomar algunas decisiones riesgosas que tendrán consecuencias –mucho más aún si su principal rival, la Autoridad Palestina de Abbas, tiene éxito en su actual campaña diplomática ante las Naciones Unidas-. Obama había prometido un estado palestino en el lapso de un año, y Abbas hoy usa de base esa promesa.

Sin embargo, lo que suceda a continuación es crucial. ¿Abbas podrá mantener a los palestinos en un sendero diplomático o la situación volverá a degenerarse en violencia y otro desastre? ¿Y cómo será el camino palestino hacia la paz después de la decisión de las Naciones Unidas de reconocer alguna forma de estado para Palestina?

Dado el actual ritmo del cambio en Oriente Medio, tal vez no tengamos que esperar mucho para obtener respuestas –o más interrogantes.

Por Joschka Fischer, ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005. Fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

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