Cualquier tiempo sin Instagram (os) parece mejor

Cada generación que ha afrontado una crisis o protagonizado un cambio de época se enfrenta a la caricaturización, cuando no al insulto, al desprecio o a la culpabilización de quienes no han entendido la magnitud de las transformaciones y se niegan a asumir que el futuro no se construye con los mismos moldes. Algunos olvidan muy rápido que alguna vez ellos también fueron jóvenes. Es lo que ocurre ahora con algunos retratos que se hacen de los millennials, que representan la frustrante incomprensión que para muchas personas, no solo mayores sino de todas las edades, tienen las transformaciones de la sociedad digital.

En una reciente columna de opinión publicada en este diario se acusa a los millennials de ser una generación que a pesar de tener todos los derechos, no reconoce ninguna obligación; de querer “vivir del hecho de haber nacido”; de no ser capaces de escuchar; de no haber demostrado nuestros valores cívicos; e incluso de ser los responsables de que Trump ganase las presidenciales norteamericanas. Para demostrar la falsedad de esta última afirmación no hace falta más que recurrir a los estudios poselectorales: quienes votaron en mayor medida a Trump fueron los mayores, no los jóvenes.

Sin embargo, lo más grave no son las acusaciones de haber aupado a Donald Trump a la Casa Blanca. Lo que más molesta es la acusación de tener todos los derechos, pero no asumir ninguna responsabilidad. Este ejercicio de elevación de unos jóvenes vagos y sin proyectos a categoría de representación de toda una generación es una caricatura que no se sustenta en los datos.

Lo cierto es que la juventud de hoy está pagando los platos rotos de la fiesta de las generaciones que nos preceden. El boom de los mercados financieros y el desmantelamiento de la economía productiva que tanto daño ha hecho no fue diseñado por los millennials. Pero tampoco se nos ocurriría responsabilizar a todos nuestros mayores de los costes de la sociedad del pelotazo. La apuesta en nuestro país por un modelo de crecimiento de bajo valor añadido basado en el ladrillo fue responsabilidad de las élites de las generaciones pasadas, de quienes se aprovecharon de una democracia en construcción para enriquecerse ellos mismos. Quienes hoy sufrimos el encarecimiento de la vivienda o la falta de empleo no fuimos quienes tomamos las decisiones que nos llevaron hasta aquí. Hoy los jóvenes tenemos menos derechos garantizados y menos acceso a las políticas del bienestar que nuestros padres. Una vivienda (ya sea en alquiler o en propiedad), un empleo digno o una futura pensión de jubilación son hoy un sueño para cualquier millennial.

Se nos acusa frecuentemente de estar ensimismados en el mundo virtual, “contando likes”. Pero, como demuestra Belén Barreiro en su último libro La sociedad que seremos (Planeta), las nuevas tecnologías no nos aíslan más, ni nos hacen menos sociables. Quien es sociable lo es en el mundo virtual y en el presencial.

Hay que recordar que aquellas cosas de las que nos enorgullecemos como país (el sistema público de pensiones, la seguridad social, los sistemas públicos de salud y educación, etc…) han sido fruto de mecanismos de solidaridad intergeneracionales. En un momento en el que en numerosos países ha emergido una brecha generacional en el comportamiento político de los ciudadanos, no necesitamos a nadie ahondando en esa división. De nada sirve mirar hacia otro lado y acusar a las generaciones venideras. Nuestras sociedades están sedientas de pactos intergeneracionales que sean capaces de conducirnos hacia salidas democratizadoras y justas de la crisis en la que estamos inmersos todos. Pongámonos a ello.

Pablo Padilla, diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid e impulsor de Juventud SIN Futuro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *