Cuando China sueña...

La del sueño chino es la primera idea fuerza que ha verbalizado el nuevo líder Xi Jinping. Este afán por la generación de conceptos y discursos más o menos novedosos es una constante en la política china. Forma parte de la cosmética del sistema y ningún líder que se precie puede prescindir de estos recursos que también contribuyen a perennizar su mandato. Dicho género contrasta sin duda con la fosilización habitual de otras experiencias similares, especialmente en el entorno de la órbita soviética, y revela el ingente esfuerzo de adaptación a las diferentes coyunturas y momentos históricos, contrariando de forma muy consciente esa tendencia a la atrofia tan común en estructuras de tan largo recorrido burocrático como el Partido Comunista de China (PCCh) y que, a la postre, explica también su longevidad (en el 2021 cumplirá cien años).

La invocación al sueño chino, diferente en esencia al sueño americano y al que se contrapone por el énfasis en su dimensión colectiva más que individual, alude a esa aspiración a la recuperación de la grandeza de aquel país que durante más de quince siglos reinó por doquier con el ejemplo de su más avanzada civilización. En Pekín se han apresurado a señalar que no se trata del anhelo del viejo imperio, con sus flagelos dentro y sus reinos tributarios fuera, sino de la vuelta a una normalidad que sugiere una posición distinta y acorde con las dimensiones geográficas y humanas de un país de sus dimensiones. La auténtica anomalía era el hecho de conducirse en la periferia del sistema internacional como resultado de siglos de decadencia derivados tanto de su aislamiento interno como de la agresión de las potencias extranjeras. Revela en cualquier caso una sensibilidad nacionalista y moderada, firme aliada de un PCCh en su permanente aspiración a mantenerse en el poder cuando otros referentes ideológicos han perdido fuerza y atractivo, pero exenta de voluntad revanchista.

El sueño chino de Xi Jinping alude también a la culminación de un largo esfuerzo y a la cercanía del éxito. Y es que si algo parece necesitar la sociedad china es esperanza e ilusión de que todo puede y debe ir a mejor. Tras décadas de sacrificios y penalidades varias que han consumido la energía de varias generaciones, tal vez ha llegado el momento de proclamar con orgullo la hora de la revitalización de la nación china. Y si ello ha sido obra de todos, a todos debiera corresponder una ligera porción de las satisfacciones cosechadas.

Por otra parte, la alusión es expresión de una continuidad evidente con respecto a sus predecesores inmediatos, quienes hablaron primero de la emergencia pacífica, después del desarrollo pacífico, y por último del mundo armonioso. Quiere decirse que la conceptualización de Xi Jinping no debiera interpretarse como un brindis al sol o una palabra hueca. Ni mucho menos. Ni siquiera sólo dirigida a los casi mil cuatrocientos millones de chinos a modo de catalizador de sus aspiraciones en un momento dado. Por el contrario, es expresión inequívoca de la persistencia de una estrategia de relación con el exterior que procura limar aristas, congraciarse y seducir a terceros con aportes rebosantes de buenas intenciones. Hay un ejercicio de aproximación y hasta de imitación, pero no se queda en lo superficial.

De hecho, no se trataría tanto de expresar una voluntad de armonización de las diferencias a partir de una lógica de reducción progresiva de su fuerza o la disimulación de su importancia, tendencia que ha venido primando hasta hoy en día, como de afirmar y reconocer sus intereses específicos, invitando a una gestión controlada y compartida de las diferencias con los principales actores del sistema internacional. Pekín se siente ya lo suficientemente seguro como para explicitar su sueño y para manifestar su indoblegable voluntad de hacerlo realidad.

Este sueño chino sugiere, por tanto, un salto cualitativo nada desdeñable en su comportamiento global como potencia y acompaña en lo conceptual ese empuje que hemos podido constatar en los últimos meses de una mayor presencia internacional de su diversificada diplomacia en todos los frentes. Tan notorio despliegue lo anunció a los cuatro vientos.

En otra lectura, más en clave interna, revela el desmedido afán por una innovación constante, a sabiendas de que sólo así el PCCh puede lograr el reforzamiento de su capacidad de gobierno, revalidando su liderazgo al mostrar altas dosis de flexibilidad y adaptación constante. El sueño chino, como otros ejercicios semánticos similares, es una manifestación de reajuste que ilustra tanto el propósito de acercamiento factual para hacerse entender en el exterior sin por ello contentarse con promover réplicas de otros lares, como la necesidad de explorar y crear caminos propios y seguirlos, rehuyendo aquel estancamiento que condujo a otros directamente al colapso y la disolución.

La trompetería que a modo de eco acompaña estas fórmulas de comunicación, junto al dirigismo y control de los medios, le augura una presencia significativa hasta que las evidencias de agotamiento impongan su caducidad. Entonces nos despertaremos con otro concepto, con la consiguiente e inevitable dosis de espejismo y de asombro.

Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China.

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