Cuando el Mundo era nuestro

El mes de agosto es pródigo en grandes efemérides de nuestra Historia. El día 3 se cumplieron 523 años, según se dio cuenta en esta misma página, de la salida de Palos de las tres naves colombinas que cambiaron el curso de la historia. El día 10 se cumplieron 496 años desde que partió de Sevilla la expedición de Magallanes-Elcano, que circunnavegó la tierra y culminó el sueño colombino: llegar a las Molucas, el reino de las especias. Es decir que estamos a cuatro años de que se cumpla el V Centenario de una de las más importantes gestas que se han dado en el mundo. En las dos ocasiones nuestros Reyes tuvieron un gran protagonismo y actuaron como impulsores decididos de dos proyectos increíbles y fantásticos que les presentaron dos extranjeros y que habían sido rechazados por Portugal. La Reina Católica fue la única que creyó en «el sueño de Colón» y Carlos V, un joven Rey que acababa de llegar a España después de haber sido educado en Europa, acogió con entusiasmo el proyecto de Magallanes en el que nadie había creído.

Cuando el Mundo era nuestroNo le faltaban razones para hacerlo. Desde el tercer viaje colombino en que el almirante atravesó el estuario del Orinoco, la convicción de que no se había llegado a la tierra de las codiciadas especias sino a un mundo que no se conocía, avivó nuevas ambiciones náuticas: la búsqueda de un presentido paso hacia oriente. Seis viajes autorizó la Corona antes de que Colón iniciara su cuarto viaje, en uno de los cuales se embarcó Vasco Núñez de Balboa, que años después tomaría posesión del océano Pácifico, el llamado Mar del Sur, en nombre de la corona de Castilla. A partir de entonces la búsqueda del paso se convirtió en una obsesión y Magallanes estaba seguro de encontrarlo.

Desde que el segundo viaje colombino se preparó en Sevilla, todas las expediciones que salieron hacia el Atlántico lo hicieron desde su puerto. Era lo natural. Allí se encontraban los órganos oficiales que las dirigían, allí radicaban las sociedades y capitales que las financiaban y de este gran puerto fluvial partían hacia el mar, apoyadas en los antepuertos de Sanlúcar y Cádiz. Los preparativos de una expedición destinada a cruzar el océano recorriendo grandes distancias eran inevitablemente complicados. Había que elegir, adquirir y carenar los barcos adecuados para una empresa de tal calibre, encontrar y contratar las tripulaciones capaces de soportar la prueba, llevar las vituallas correspondientes a una muy larga travesía, reunir todo el material de navegación y los instrumentos de orientación y determinación de puntos y rumbos necesarios, además de armas, pólvora y, en fin, habían de disponer los miles de detalles necesarios para una navegación de altura como hasta entonces no se había intentado.

De los cinco barcos que consiguió Magallanes, cuatro eran naos y una carabela que sería utilizada para exploraciones por lugares estrechos y de poco fondo. Ya por entonces las ágiles carabelas, aquellos bellos navíos ligeros que parecían volar sobre las aguas, muy aptos para los primeros descubrimientos, estaban siendo sustituidos por las naos, menos ligeras, pero más sólidas y de mayor capacidad de carga. En general, no llegaban al tonelaje requerido por Magallanes, pero tenían el porte suficiente. Por lo que se refiere a la tripulación, estaba previsto que embarcaran 235 hombres, pero parece que llegaron a 250, parte de los cuales pudieron subir en Sanlúcar o en Canarias.

Lo que más sorprende es la cantidad de extranjeros que se enrolaron en la misión, cuando lo normal era reclutar españoles casi exclusivamente. En este caso eran poco más de la mitad y el resto de muy diversas nacionalidades. Nunca había partido de España a las Indias una tripulación tan internacional, algo que nos hace pensar en una especie de premonición de la importancia global del viaje.

Sin embargo, venciendo las dificultades que se pudieran haber presentado, el 10 de agosto partieron de Sevilla y a finales de mes estaban dispuestos para zarpar desde Sanlúcar. La mayoría de los relatos de la primera vuelta al mundo se convierten, en realidad, en biografías de Magallanes probablemente porque el cronista de la Expedición, Pigafeta, lo ensalza en grado máximo en tanto que silencia al segundo héroe y el que verdaderamente circunnavegó la tierra: Juan Sebastián Elcano.

La expedición de Magallanes-Elcano constituye un conjunto de contrastes espectaculares y casi siempre de intenso dramatismo, entre largos periodos de soledad en lo infinito de los océanos –nadie había surcado de aquella forma hasta entonces los tres mayores océanos de la tierra– y el encuentro de aquellos marinos-aventureros con seres humanos de todas las razas y culturas de la que los antropólogos pudieron, durante mucho tiempo, sacar las más sorprendentes conclusiones.

Tras pasar por las Canarias la expedición se dirigió hacia Sudamérica, viajando más al sur de lo que hoy es Brasil que entonces ya eran posesiones portuguesas. Cruzada esta línea exploraron cada porción de costa, costeando cada golfo y cada estuario –como el gigantesco del Río de la Plata– buscando el paso hacia el océano Pacífico. Tuvieron que pasar el invierno austral en el sur de lo que hoy es Argentina, donde se perdieron dos de las cinco naves. Pasados los hielos, siguieron hacia el sur hasta encontrar el paso que todavía hoy llamamos Estrecho de Magallanes. Los historiadores y geógrafos reconocen la enorme dificultad que tuvo encontrar este paso en una zona que puede definirse como un auténtico laberinto geográfico, y la hazaña que supuso el atravesarlo sin daños. Una vez entrados en el océano al que bautizaron como Pacífico, por la aparente tranquilidad de sus aguas, iniciaron la travesía con el mismo concepto equivocado que llevaba Colón cuando se lanzó al Atlántico: Magallanes creía que el nuevo mar era mucho más pequeño que la realidad y esperaba que la distancia fuese corta hacia el oeste en dirección a Asia.

La trascendental decisión de proseguir el viaje después de más de un año de navegación, sufrir un motín y perder hombres y barcos, sólo puede entenderse por ese error, pero de esas grandes equivocaciones se han beneficiado los grandes descubrimientos. La expedición de Magallanes se desplazará durante tres meses más por el Pacífico sin ver nunca tierra y casi sin comida. En un estado desesperado alcanzarán la isla de Guam en enero de 1521 y desde allí seguirían su viaje hacia Asia. Pero Magallanes murió en las Filipinas, en una escaramuza con los nativos y no pudo terminar el viaje. Sin embargo hay que reconocerle su tesón y su arrojo gracias a lo cual consiguió demostrar su propósito que era el mismo de Colón: llegar a Oriente por Occidente. Aunque la gloria de haber demostrado empíricamente la demostración de la esfericidad de la tierra le correspondería a Juan Sebastián Elcano que continuó al mando de la expedición. Después de alcanzar las islas Molucas y cargar ¡por fin! las tan buscadas especias, inició el viaje de regreso por la ya conocida ruta a través del Índico y tras circunnavegar África, en un viaje casi imposible por los ataques de los portugueses, pudieron volver a Sevilla en 1522. De las cinco naves que partieron sólo completó la vuelta al mundo una, la Victoria, y aunque de los 250 hombres que embarcaron tres años atrás sólo volvieron 18 maltrechos y depauperados, el valor de las especias que pudieron salvar sufragaron de sobra todo el viaje. Se había culminado la primera globalización, el Pacífico fue conocido durante más de dos siglos como «El Lago español» y el mundo fue nuestro.

Sólo faltan cuatro años para que se cumplan cinco siglos de todo esto. Poco tiempo para preparar una digna conmemoración como el hecho se merece. Creo que ya es hora de tomarlo en serio.

Enriqueta Vila Vilar, Real Academia de la Historia.

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